donostia - Nacido en Zemoria, en la falda de Ulia, hace casi 82 años, Josetxo Mayor sigue recordando cada rincón del monte Ulia, del que ha cuidado durante mucho tiempo. Estando ya jubilado, solo faltaba a su cita el primer día de cada mes para ir a cobrar la pensión. La salud le obligó a parar tras más de un cuarto de siglo mimando las sendas del monte. El 13 de abril se inauguró una exposición en su honor en el Centro de Interpretación de Ulia, donde están expuestas varias fotografías de su trabajo para los curiosos que se quieran acercar.

¿Cuándo comenzó a cuidar de Ulia y qué le empujó a ello?

-Empecé en el mes de septiembre de 1986, aunque he pasado gran parte de mi vida en este monte. Todavía recuerdo las meriendas en la Kutraia con mis hermanos cuando éramos unos críos... Pero durante cinco años dejé de venir y, al regresar, vi que muchos caminos estaban cerrados y me pregunté si sería capaz de arreglarlo. Y así empecé, casi con las manos y los dientes, sin ninguna herramienta. Poco a poco, creo que lo he ido consiguiendo.

¿Qué hacía exactamente?

-Abrí lo que era el camino general que bordea la costa, el que comunica Donostia con Pasaia; lo que actualmente es la GR 121 y el Camino de Santiago. Todo eso estaba cerrado, era un camino muy estrecho y lo fui ensanchando limpiando la maleza de los costados, además de abrir trozos nuevos. Por ejemplo, de Barracas a la playa salvaje estaba todo muy cerrado y encima de Barracas, cuando empezaron a hacer el emisario submarino, hicieron una pista de cemento. Pensé que aquello no le iba a gustar a la gente, por lo que empecé por un lateral a hacer un camino nuevo con una ai-tzurra (azada) y una pala.

También trabajó muchos años con una guadaña, ¿no?

-Sí, me pasé casi 19 años seguidos trabajando con la guadaña, hasta que hace un tiempo le pedí a Odón Elorza una desbrozadora que poco después me cedería el Ayuntamiento, algo que me ahorraría mucho trabajo. Recuerdo que la primera guadaña que usé me la dieron los de Patricio Etxeberria de Zumarraga. Le encargué la guadaña al gerente y me cobraron 4.500 pesetas por ella. Al cabo de un mes, me apareció un sobre con ese dinero y un escrito, de parte de Patricio Etxeberria, agradeciéndome mi labor (sonríe).

¿A qué se dedicaba antes de realizar estas labores en el monte?

-Trabajé en transportes Azkar, de ahí que pudiera contactar con el gerente de Patricio Etxeberria. La empresa me conseguía herramientas y me daba ropa y botas todos los años, incluso estando jubilado.

¿Cómo hacía para alternar el trabajo con sus proyectos en Ulia?

-Venía al monte los fines de semana y en mis días de fiesta. También aprovechaba algunos días de vacaciones que me sobraban. La verdad es que siempre tenía un hueco para Ulia.

Estando ya jubilado, ¿nunca se permitió un descanso?

-Bueno, algún día que hiciera muy mal tiempo, aunque yo aquí he venido muchas veces con ropa de agua y botas. De hecho, en algunas ocasiones tuve que alejarme de la guadaña por tener encima una fuerte tormenta.

¿Cómo elegía las tareas a realizar?

-Tenía todo en la cabeza, comenzaba desde Bustintxo, encima de Mompás y tiraba para adelante. Hacía 20 o 30 metros por día. Luego me tocaba hacer de Cañones hasta abajo, que eso era un corte y, después, de Cañones a la Kutraia, que era otro corte.

¿Cuál es la obra de la que se siente más orgulloso?

-La que realicé en la que llamamos la Cala de los Cormoranes. Ahí hice un tramo de escaleras que hace curva, en lo que antes era un rascaculos. Me pegué dos meses y medio en pleno invierno: mucho frío y mucha agua. Iñigo, el guarda, le llama el jardín de Josetxo, porque después de mover y sacar tierra empezaron a salir lirios pirenaicos, una flor protegida.

¿Arrojó alguna vez la toalla?

-De todo lo que hacía al día me iba satisfecho a casa. Aunque alguna vez sí me tuvieron que ayudar, por ejemplo, a hacer el camino que va de los Cañones a la Kutraia. Un tramo de este camino lo tuve que hacer nuevo tirando de azada y pala. La tierra que sacaba la echaba a un lado y cuando se hizo masa, realizamos entre dos los escalones con costeras.

¿Sufrió algún percance?

-Sí, una vez me llevé un susto muy gordo, me salvé de buena. Había una gran piedra y al apoyar la mano para sobrepasarla y echar el paso para arriba, cogí mucho impulso y la mochila en la que llevaba el motor de la desbrozadora chocó con la rama de un abedul. Si llego a caer hacia atrás no lo cuento, porque había mucha altura. Al principio no le di importancia, pero luego empecé a darle vueltas y decidí hacer unos escalones para rebajar el peligro. Pasé dos semanas y media dándole al cincel y al puntero para terminar las escaleras. Entre ésta y otras labores similares, casi aprendo el oficio de picapedrero.

La cantidad de agua que mana del caño de la Kutraia ha disminuido mucho, ya no es lo que era...

-Los conductos interiores del manantial se van perdiendo naturalmente. La misma arenilla que va por el manantial y las raíces de los árboles desvían y taponan el paso del agua. En la actualidad cae un poco de agua, pero nada que ver con el chorro de antaño.

¿Cuál es su txoko preferido de Ulia?

-Hay muchos y todos tienen su magia. Hay lugares que me traen muchos recuerdos de distintas fases de mi vida, por lo que todos tienen algo especial para mí. Aún añoro las sidras que bebíamos en el caserío de Iradi, en el Suizo (donde Maritxu, la bruja de Ulia) y en Mendiola.

Y, ¿qué me dice de la 'avenida' de Josetxo?

-(Risas) La avenida de Josetxo tiene mucha historia, ahí se han equivocado al poner el letrero. A muchos mendizales no les gusta que el término avenida se utilice en el monte, mejor hubiese sido poner ibilbidea. Aún y todo, yo en este tema soy imparcial. Estuve cuatro meses limpiando este camino, conocido también como la Cuesta de los Canteros. Descubrí todas las piedras que hay quitando zarzas, hierba, maleza, tierra y raíces. Pese a todo el tiempo invertido en él, el trabajo más costoso fue el de Cañones a la Kutraia, ya que me pegué cinco abriles de mucha fatiga allí.

¿Cómo ha cambiado el monte desde que usted empezó a trabajar en él?

-Muchísimo. Antes andábamos por aquí unos pocos y ahora hay romerías todos los domingos (sonríe). Muchos se quejan de que hay demasiada gente, pero a mí me molesta más el tema de las bicis: algunos ciclistas deberían tener más respeto hacia los andarines. Estos caminos los hice para pasear, tienen que tener en cuenta que los caminantes están en su sitio.

Entonces, ¿ha perdido encanto Ulia con el paso de los años?

-Pues sí, el encanto aquel se ha ido, sobre todo en la cima. Las modificaciones fisionómicas que ha sufrido Ulia han derivado en el cambio de las costumbres de la gente. Ya no existe esa camaradería; algunos se cruzan contigo y ni levantan la cabeza para saludar, tal y como pasa en la ciudad. Quizás lo han promocionado demasiado. Nunca olvidaré el titular que leí en un periódico: Buena cocina con precios populares. Pero el merendero no ha vuelto a ser el mismo. Y está muy bien que venga la gente, pero el ambiente es distinto. Las conversaciones que se escuchan por esta zona (en la cima) son todas de asuntos de abajo (por la ciudad) y al principio se hacía raro.

Además de su amor hacia la naturaleza y cuidar cada senda de Ulia, alguna otra afición tendrá que tener.

-Me encantaba nadar e ir a por lanpernas (percebes). De hecho, empecé a trabajar las sendas de Ulia después de un incidente que tuve en las rocas de Tximistarri (Igeldo). Una ola me sorprendió y caí al mar. Me pasé tres cuartos de hora luchando contra las olas, hasta que logré agarrarme a una roca. Tras ese episodio, del que logré salir ileso pero con unas cuantas rozaduras, volví al monte Ulia. Habían pasado cinco años desde mi última visita y al ver su estado, me animé a abrir caminos por aquí.

Ha recibido varios homenajes y reconocimientos, el último de ellos el pasado 13 de abril en el Centro de Interpretación de Ulia. La Fundación Cristina Enea inauguró una exposición que refleja gran parte de sus trabajos. ¿Qué siente?

-Me siento muy satisfecho, es un gran reconocimiento al trabajo de muchos años. Todo fue muy bien y salí muy contento de allí. Además, rememoré viejos tiempos. Tras la inauguración he vuelto al centro para ver todo con más calma. También estoy muy orgulloso de la medalla al mérito ciudadano que recibí en 1995.

Usted siempre dice que un voluntario no tiene derecho a decir juramentos...

-(Sonríe) Claro, aquí hay mucha fatiga y muchos sofocones, pero eso no te da derecho a jurar. Si ves algo que te cuesta más, cógelo con más calma, pero no te puedes enfadar. Uno está aquí porque quiere, sin que nadie le obligue a trabajar. La gente empezó a darme dinero por mi labor, pero yo me negué, les dije que o paraban o yo me iba.

¿Qué mensaje trasladaría a las personas que se acercan al monte Ulia?

-Que lo respeten a la vez que lo disfrutan. El respeto es importante en todos los sitios y el monte no es una excepción. El respeto es lo mínimo que se puede tener aquí, al que respeta se le puede catalogar como amante de la naturaleza. Algunas personas tienen la tendencia a romper cualquier rama que les moleste un poco, pero creo que en general la gente tiene buena conciencia.