Xabier Etxabe, Bittarte, abrió la bodega Laiak hace diez años en la planta baja de la casa Lizentziadonekoa. Se trata de un edificio cargado de historia en pleno corazón de Zestoa en el que vende desde legumbres a granel a otras delicias gastronómicas (queso, chorizo, conservas, aceite...).
Seña de identidad
Pero si hay un producto que es seña de identidad de Laiak es el vino. Sus baldas albergan denominaciones tan diversas como Rioja, Ribera del Duero, vinos de Extremadura, Toro y Ribeira Sacra, entre otras, en una clara apuesta por dar a conocer vinos y bodegas más allá de los que copan el mercado. Esta apuesta se traduce en las catas que suelen tener lugar en la propia bodega y en iniciativas como la Feria del Vino que organiza el mes de mayo.
Otra propuesta de Laiak dirigida a promocionar el vino es un concurso de cata o, mejor dicho, juego, como prefiere denominarlo Etxabe, que se celebra las semanas previas a las fiestas de septiembre en Zestoa y que tiene como punto de partida la siguiente pregunta: “¿Distinguirías un vino tinto, de uno rosado y de un blanco solo por su sabor y olor?” Muchos responderán que el reto es sencillo, pero la experiencia demuestra que no es así, y la cita de este año no ha sido una excepción.
Copa negra
Las dificultades que se encuentran los participantes vienen tanto de la presentación como de la elección de los vinos a catar. “El vino se toma a temperatura ambiente en una copa negra, por lo que no se ve qué color tiene. También selecciono vinos que no tengan unas características definidas que ayuden a identificarlos. En el caso del tinto apuesto por vinos ligeros y evito los que han pasado por barrica o tienen mucho cuerpo en boca. Con el blanco hago justo lo contrario. Elijo vinos que no son muy frescos o que, incluso, tienen un poco de barrica”, indicó Etxabe.
El único requisito para tomar parte en el juego fue pasar por Laiak y comentar el interés de poner a prueba el paladar catando las copas negras en las que se vierten los tres tipos de vino. Junto a las copas, los participantes recibieron un pintxo, y todo ello por cinco euros. Los que acertaron los tipos de vino que había en la copas se clasificaron para la siguiente fase, en la que les tocó averiguar el contenido de la única copa que iban a catar. “En el desafío de las tres copas los participantes identifican el tinto en bastantes ocasiones. Diferenciar el blanco y el rosado da más problema. Pero la situación se complica aún más cuando solo hay una copa. No hay referencias para comparar una copa con la otra, y eso hace más difícil averiguar el tipo de vino que se bebe”.
Los datos de este año avalan el argumento de Etxabe. En la primera fase participaron 102 personas (51 hombres y 51 mujeres) y 40 acertaron el contenido de las copas (40%). Ese ratio se redujo de manera notable en la segunda, en la que el desafío era averiguar el contenido de la única copa que iban a catar. Solo diez de los que se habían ganado el derecho a disputar la eliminatoria previa a la final (25%) saldaron con éxito el desafío.
La final se celebró a comienzos de septiembre. Etxabe escribió en una pizarra los nombres de seis tipos de uva (coupage, tempranillo, graciano, garnacha, mencía y brancellao) y describió a los finalistas las características de los vinos hechos con ellas. El reto era averiguar con qué uva se habían elaborado las tres copas de vino tinto que iban a catar.
Paladar
Al final, Jon Larrañaga, Presko, fue quien mostró mejor paladar al ser el único que acertó dos de los tres vinos elegidos por Etxabe. Con esta victoria, Presko reeditó el triunfo que logró en la primera edición, para sorpresa de algunos vecinos. “Le ven tomando zuritos y piensan que no entiende de vinos, pero sé que le gusta. Suele llevar vino de aquí y conoce bien este mundo”.
Tanto el juego como las catas entre amigos del Laiak son un evento lúdico que permite disfrutar del vino y, en la misma medida, acercarse a la cultura que lo rodea. “Probar otros vinos ayuda a quitar ideas prefijadas sobre gustos a la hora de tomar un vino, y abre la puerta a posibilidades que no se habían barajado por desconocimiento. Más de uno ha dado la menor puntuación a un vino hecho con un tipo de uva que dice que le gusta o a una denominación de origen que considera superior a las demás en una cata a ciegas”, señaló Etxabe.
Catadores a prueba
El olfato suele ser clave en algunos casos a la hora de dar el veredicto, en ocasiones más que el propio paladar, como Etxabe ha tenido ocasión de ver en estos años. “Recuerdo un concursante que olió primero el contenido de las copas y dijo qué tipo de vino había en cada una de ellas. Luego optó por probarlas y cambió de decisión. Falló, la primera decisión había sido la correcta. Volvió días después y decidió que no iba a probar el vino. Olió las copas, dio su veredicto y acertó”.
Pese al carácter de juego que Etxabe quiere imprimir a la catas, poner a prueba su paladar en una cita de este tipo es un desafío en el que hay mucho en juego para algunos, en especial si llega acompañado de la vitola de entendido en vinos. Etxabe recuerda el caso concreto de una cuadrilla de Azpeitia que visitó Laiak para hacer una cata. Los cuatro que probaron en primer lugar estaban muy relajados y, sorprendentemente, todos dieron con el contenido de las copas. El quinto estaba más serio, no decía nada. Cuando le tocó a él y acertó, le cambió rostro. “Era el entendido de cuadrilla, el que aleccionaba a sus amigos de vinos. Cuando vio que todos acertaban pensó en lo que iba a tener que aguantar después de salir de allí si fallaba. Afortunadamente, no falló y pudo respirar tranquilo”.