El estruendo de tambores ha anunciado esta tarde la llegada de los dos bandos, que han avanzado por separado. Uno tras otro. Primero el jefe de la compañía antzuolarra, en cuya piel ha vuelto a meterse Lander Domínguez, que ha encabezado la marcha a lomos de un caballo blanco y con el bastón de mando alzado, seguido por cerca de una treintena de fusileros y fusileras portando su arma al hombro, y el abanderado mostrando orgulloso el estandarte de Antzuola. El Alarde, el acto más simbólico de las fiestas, ha iniciado así su periplo por las calles cuando el reloj marcaba las siete de la tarde. 

Tras el séquito del general ha entrado en escena Abderramán III, papel que por segundo año consecutivo ha encarnado Zishan Tariq. De blanco y con turbante, el califa de Córdoba ha desfilado sobre un animal negro y escoltado por su guardia. Antzuola ha revivido, de este modo, una nueva edición de su particular Alarde. Una tradición que se mantiene gracias al esfuerzo e ilusión del vecindario (participan más de 180 personas), y donde se fusionan el recuerdo a las antiguas milicias forales y la batalla que el rey navarro Sancho Garcés I libró el 26 de julio de 920 contra los musulmanes en Valdejunquera (entre las localidades de Salinas de Oro y Muetz). Este enfrentamiento, según cuenta esta escenificación, contó con la intervención de una compañía de antzuolarras.

Todas las piezas que dan vida al ritual han empastado en una cuidada puesta en escena que numeroso público ha seguido sin perder detalle. En la Herriko plaza ha llegado la representación y la rendición de Abderramán III, dentro de un episodio que toma cariz de respeto entre culturas y religiones. Han sonado, entonces, los dos cañonazos y las salvas de fusilería en la recta final de la cita más especial de las celebraciones festivas, que se ha cerrado con un emotivo homenaje a dos vecinos que durante años han puesto voz al coro local y al del Alarde: Xalbador Olabarria y Luis Pildain; este último fallecido el pasado febrero.