En Zumarraga, hablar de helados es hablar de Tino. Faustino Ortiz llegó hace 63 años a la localidad, con la intención de elaborar y vender helados. Años después, trajo a su mujer Rosario Revuelta. Tuvieron tres hijos, que han trabajado con ellos. Regentaron tres kioscos y en 1983 abrieron una cafetería. Los kioscos ya son historia, el año pasado dejaron de elaborar helados y hoy cerrarán la cafetería.

Ortiz nació en el barrio Aldano de San Pedro del Romeral, Cantabria, en 1939. Tuvo que padecer los rigores de la posguerra. “No había nada para comer. Sólo hambre. Mis padres tenían un poco de ganado: unas vacas y unas ovejas. Después trajeron unas cabras. La vida era muy dura”.

Con sólo once años empezó a trabajar. “Me fui de casa, a cuidar las ovejas de una familia. No había otra cosa”. De allí a unos pocos años comenzó a trabajar de heladero, pues en Cantabria hay una gran tradición heladera. “De Cantabria han salido muchos heladeros. La empresa Miko, por ejemplo, la fundó un cántabro”, comenta su esposa.

Ortiz, en cuanto aprendió el oficio, se puso por su cuenta. “Aprendí cómo se hacían los helados mirando a mis patrones, pues quería ponerme por mi cuenta. Me escondía para ver qué echaban a los helados. Después, me puse por mi cuenta con mi hermano Enrique. Fue así como conseguimos sacar el carro del barranco”.

De romería en romería

Vinieron a Urretxu y Zumarraga y cogieron un local en el número 18 de la calle Jauregi. Ese ha sido su obrador, hasta que han dejado de elaborar helados. “Mi hermano se encargaba sobre todo de hacer los helados y yo de venderlos. Iba con el carro, tirando de él, a todas la romerías de la zona: Mandubia, Gabiria, Brinkola, Aztiria, Antzuola… Así estoy ahora, desriñonado. Más de uno me recuerda todavía que alguna vez me ayudó a subir Eitzaga. Cuestas más duras que las de Eitzaga subí...”.

En aquellos tiempos no existía la tecnología actual. ¿Cómo se las arreglaba para que no se derritiera el helado? “Los recipientes de helado iban metidos en hielo. Y utilizábamos sal para mantener la temperatura”. Hielo, recipientes, helados… aquel carro tenía que pesar como un muerto. En cuanto pudieron, compraron una furgoneta. Tuvieron dos: una Citroën y después una Mercedes.

Después de algunos años, Enrique le vendió su parte del negocio a Faustino y abrió los bares Cantábrico y Morgan en Donostia. Faustino se casó con Rosario y esta vino a vivir a Zumarraga. Tuvieron tres hijos: Faustino, Enrique y Óscar.

Además de elaborar helados y venderlos de pueblo en pueblo, tuvieron tres kioscos. El primero estuvo en la cuesta de Urretxu y después lo bajaron a Kalebarren. Los otros dos estaban en el parque Zelai Arizti y en la calle Ipeñarrieta de Urretxu (junto a Berriki). En los kioscos vendían de todos: caramelos, tebeos, juguetes… y, por supuesto, helados. El último en cerrarse fue el del parque Zelai Arizti, en 1998.

La cafetería

Para entonces ya habían abierto la cafetería de la calle Soraluze. La abrieron en 1983. “Queríamos un local, pero Tino siguió con la furgoneta. Tenía ya más de 50 años cuando dejó de ir a las romerías”, recuerda su esposa.

Revuelta añade que ha trabajado muy a gusto en la cafetería. “La cafetería la hemos llevado entre nuestros hijos y yo. He disfrutado mucho. Ha pasado mucha gente por aquí. Hubo unos años un poco flojos, pero desde que se ha hecho la obra de la calle Soraluze, hemos trabajado mucho. Me da pena cerrar, pero es ley de vida. Yo tengo ya edad de vivir más tranquila y mi hijo Faus ha trabajado muy duro estos últimos años. Quiere vivir más tranquilo, trabajar de lunes a viernes. Mientras él ha estado aquí, nos ha arrastrado a los demás. A Enrique le pasa eso: trabaja en el restaurante Kabia, pero antes de entrar y después de salir echa una mano a su hermano”.

Reconoce que echará en falta el ambiente de la cafetería. “El otro día vinieron unas chicas interesadas en coger la cafetería y mi hijo Óscar me dijo que me ve echando una mano al que la coja. Duda que pueda estar sentada en la mesa. Es que no me gusta que la gente esté esperando y enseguida me levanto. Estos negocios son así: te los llevas a casa, en la cabeza. He solido soñar con la cafetería: que me quedaba sola, que la cafetería estaba llena y no podía con todo… A Faus le pasa lo mismo. Por eso, me alegra mucho que tome un descanso. Quiere trabajar de lunes a viernes y ya tiene alguna oferta. Mi marido me dice que le da pena y le pregunto a ver si quiere que volvamos a encargarnos nosotros”.

Los helados

Las cosas han cambiado mucho desde que ellos llevaban las riendas del negocio. Los helados, también. “A Tino le gustaban más los helados de antes, pues eran totalmente artesanales. El mantecado, por ejemplo, lo hacía con huevos. Traía los huevos de Etxaburu y la leche del caserío Sasieta. Estos últimos años la hemos traído de Agerre. Siempre hemos tratado de utilizar los mejores productos. Pero los helados ya no se pueden hacer como antes y Óscar no conseguía hacer la nata que hacía su padre. Mucha gente se acuerda todavía de aquel helado de nata”.

Les gustaría que las personas que tomen el testigo de la cafetería sigan vendiendo helado. “Sino, el pueblo se quedará sin helado artesanal”. Ellos dejarán la cafetería hoy mismo. “Hacia las 19.00 horas, serviremos pintxos a todos los clientes. Nuestro deseo es que si alguien coge la cafetería, le dedique tantas horas como nosotros. Sería una pena que se cerrase, pues la calle Soraluze tiene mucha vida desde que se hizo la obra. Además, va a venir mucha gente a las casas que han hecho en Kalebarren”.

Trabajar duro

Faus y Enrique recuerdan que hay que trabajar duro. “Para recoger, antes hay que sembrar. Hay que sacrificarse. Las cosas no se consiguen de la noche a la mañana. En todos los negocios, el 80% del éxito está en el trato al cliente. Preguntarle qué tal está, ofrecerle una sonrisa… No se puede trabajar como un robot”.

Para finalizar, quieren dar las gracias a todos los clientes. “Queremos darles las gracias, de corazón. Tenemos muchas razones para darles las gracias. Nunca nos han fallado y siempre nos hemos sentido queridos”.