CORRÍAN tiempos en los que la familia monoparental no existía y quedarse embarazada sin haber contraído matrimonio antes suponía un gran pecado, es decir, desprestigio, deshonra, marginación... Pero eso no quería decir que la situación no existiera, sino que se escondía.

"El abandono de niños era una solución, un recurso, tanto para aquéllos que se encontraban en la miseria y no podían alimentar a todos los hijos que les nacían como para las madres solteras que de esa manera ocultaban su falta. La cuestión económica se sumaba a la del honor en este segundo caso: la inmensa mayoría de estas madres no podía sacar ellas solas a sus hijos adelante", explica Lola Valverde en un artículo de la Enciclopedia Auñamendi.

Así, si la mujer soltera embarazada pertenecía a una familia acomodada, sus hijos acostumbraban a ser criados por nodrizas en el campo. Pero los que no se podían permitir tal lujo, no tenían más opción que abandonar al recién nacido, borrando todo rastro de su origen para que no se pudiera encontrar a sus padres. Era la única opción que podía garantizar la supervivencia de los niños nacidos en familias pobres que acabaron en las inclusas, casas donde se recogía y criaba a estos expósitos.

Los métodos de lactancia artificial eran inexistentes, por lo que la manera casi exclusiva de alimentar a los niños y conseguir así que crecieran era el amamantamiento. En consecuencia, la muerte de la madre, la enfermedad o la carencia de leche abocaba también a las familias pobres a llevar a sus hijos a las inclusas para que pudieran vivir.

Iglesias, puertas de viviendas particulares, casa del cura, del alcalde, caseríos... eran los lugares elegidos para dejar de noche al niño que se iba a abandonar. Se hacía ruido para alertar a los de dentro y conseguir que salieran pronto a recogerlo. En las casas donde se recogía y criaba a los expósitos "había tornos donde se depositaban los niños anónimamente a cualquier hora del día y de la noche. Por los tornos entraban en el establecimiento los procedentes de la localidad y los de las zonas más próximas. Representaban una mayor seguridad para la vida del niño", explica Valverde.

"A pesar de los altísimos índices de nacimientos ilegítimos que se registraban en el País Vasco durante la Edad Moderna, los abandonos de niños eran muy escasos. Sólo, al parecer, tenían cierta importancia en Navarra, a lo que no es ajeno el hecho de que se recogieran niños en el hospital General de Pamplona desde el siglo XVI", relata la historiadora.

A principios del siglo XVIII no existía en Gipuzkoa más institución que la establecida por los obispados en las capitales, a menudo demasiado lejos. "No hay duda de que, en este largo viaje, realizado acaso sin lactar y al cuidado de personas indiferentes y de manera anormal, morirían muchos antes de llegar a su destino. Además, con la aglomeración consiguiente de tantas criaturas, no podían éstas ser atendidas con el cuidado que requería su tierna edad, ni adquirir la debida educación e instrucción para obtener los medios para vivir, sin ser una carga perpetua en la sociedad", explica Serapio Múgica en su Geografía de Gipuzkoa.

Llegar vivos

Falta de material y personal

"La mayoría de las veces los conductores eran hombres que llevaban a varios niños que iban recogiendo en los pueblos por los que pasaban en su camino hacia la inclusa. Los recién nacidos extenuados, casi sin comer durante varios días, bajo el sol, la lluvia, el frío, morían con frecuencia. Las inclusas denunciaban que casi todos llegaban muertos o morían enseguida", detalla Valverde. Como consecuencia de tan precaria situación, la tasa de mortandad de los niños expósitos se acercaba al 100% durante el siglo XVIII, en cambio, la mortalidad infantil y juvenil se situaba en un 50%, eso sí, las inclusas conseguían rebajar la cifra de mortandad de los expósitos hasta el 80 y 90%.

Pero la situación de las casas de acogida tampoco se acercaba a lo deseado, ya que las nodrizas encargadas de lactar a los inclusos eran escasas y cada una de ellas se tenía que hacer cargo de varios niños, por lo que la alimentación que recibían era muy deficiente. Además, algunos niños que conseguían llegar a las inclusas lo hacían enfermos de sarna o sífilis. "A través del amamantamiento estos males se propagaban a niños y nodrizas. Éstas estaban muy mal pagadas y eran mujeres que aceptaban trabajar en la inclusa porque era el último remedio", cuenta la historiador, que añade que muchas nodrizas se negaban a sacar a los niños a la calle para que tomaran el aire "porque les avergonzaba que les vieran y se supiera donde trabajaban. En efecto: después de haber desempeñado esa tarea ninguna familia las hubiera contratado como nodriza de sus hijos".

No había suficiente personal ni material como para atender a tantos niños, por lo que a la precaria situación de las nodrizas se le añadía que los pequeños estuvieron amontonados en las cunas. Así, era muy difícil no enfermar, ya que los sanos terminaban por contagiarse. Valverde destaca un terrible dato: "En Pamplona durante el siglo XVIII, murieron todos en un plazo no superior a los tres meses a partir de su ingreso".

Casas de recogida de expósitos

Donostia, Tolosa, Azpeitia, Azkoitia, Arrasate, Mutriku...

Ya en 1791 las Juntas celebradas en Elgoibar mostraron la intención de establecer una casa general para los expósitos y la "reclusión de malas mujeres en el centro o paraje más proporcionado de la Provincia". Pero llegó la guerra con Francia y estos trabajos previstos no se reanudaron hasta 1796. Dos años más tarde, el obispo de Calahorra estableció una inclusa en Arrasate y en 1803 las Juntas de Bergara dividieron Gipuzkoa en cinco partidos "estableciéndose otras tantas casas de expósitos en Donostia, Tolosa, Azpeitia, Azkoitia y Arrasate, asignándoles a cada una de ellas los pueblos respectivos", detalla Múgica. Más tarde se creó otra casa de acogida en Mutriku.

Pero la guerra de la Independencia alteró las prioridades del territorio y se suprimieron las casas de expósitos de Azkoitia, Arrasate y Mutriku, pero se creó la de Bergara. Existían las casas de acogida, pero las carencias de estos lugares eran cada vez más evidentes.

Salas de Maternidad

Absoluta clandestinidad

Con el tiempo, la modalidad de abandono se fue modificando. Hacia 1845 se establecieron salas de Maternidad en las casas de socorro de Donostia y Tolosa. Eran lugares en los que ingresaban las embarazadas solteras a partir del séptimo mes. "En medio de medidas extremas de clandestinidad permanecían allí escondidas hasta que daban a luz y luego salían, dejando en la gran mayoría de los casos a los niños en el establecimiento", cuenta Valverde que arroja los datos de los niños abandonados en el Partido de San Sebastián entre 1856 y 1865: 46 lo fueron en la Sala de Maternidad, un 7%. En la década siguiente se abandonaron 769 niños, de los que 224, el 29% había nacido en la sala. Para finales de siglo ya suponían un 43% del total de 916 abandonados.

El cambio comenzó cuando alrededor del año 1910 la Caja de Ahorros Provincial acordó costear la Casa Cuna de Fraisoro que enseguida se convirtió en la mejor del Estado. Allí se comenzó a comenzó a utilizar alimentación artificial para los niños, en un principio elaborada con leche de vaca maternizada, "ya que tan excelentes resultados se habían obtenido con este procedimiento en la última Exposición internacional de París", explica Múgica. Ésto, añadido a las más modernas instalaciones, supuso que de los 259 ingresados durante los años 1932-33, se redujera la mortandad y únicamente fallecieran un 18% de los niños abandonados.