su madre tuvo serias complicaciones para quedarse embarazada, pero siempre trataba de aplacar su malestar cantando. Algún día, se decía, cambiaría su suerte. "Siempre dijo que la música tiene propiedades curativas", cuenta Nosa Igbinomwanhia, que se toma con humor su apellido. "Es tan largo que parece una canción", sonríe el africano, conocido artísticamente en Euskadi como Nosa Marshal.

Desvela que fue así, arrullado por los cánticos de su madre, como llegó al mundo este compositor nigeriano de 45 años, "al ritmo de aquellas melodías que le permitieron superar tantas complicaciones y frustraciones, y que cantaba ella cuando yo todavía estaba en su barriga".

No es ningún misterio que Nosa naciera artista. Lo lleva en la sangre, y lo ha demostrado durante los últimos 25 años, en los que ha convertido las calles de Donostia en su principal escenario.

El nigeriano acaba de publicar su cuarto disco, Children's opinion, step one, y busca ayuda y colaboración para presentar esta nueva entrega en sociedad. Le gustaría hacerlo "en alguna sala de actuaciones" de la capital guipuzcoana, y muestra para ello su carta de presentación. "Por mi propia naturaleza, hago música de mundo que incluye una gran variedad de estilos: pop-rock, funky o reggae, siempre con la guitarra muy africana. Trato de hacer cosas distintas", explica el artista en conversación telefónica con este periódico desde Valencia, a donde acaba de desplazarse tras recibir una oferta de trabajo como encofrador, un trabajo que compagina con su verdadera pasión.

donostia y benin city

Lazos culturales

Juego de semejanzas

"Desde siempre he tenido numerosos empleos con los que ganarme la vida, pero la música siempre está y estará ahí, es algo natural en mí, de lo que por nada del mundo me separaría", confiesa. Son precisamente aquellas canciones que le cantaba su madre cuando comenzaba a latir su vida las que, de algún modo, dejaron en su código genético una huella que perdura.

Nosa comenzó a cantar en su más tierna infancia. Primero acompañando a sus padres por los campos, y posteriormente recorriendo él mismo tantos países, siempre con su voz y su guitarra a cuestas. Una gira callejera por medio mundo que se vio interrumpida al llegar a Donostia. Algo había en aquella pequeña urbe que le seducía. "Descubrí una ciudad cultural igual de atractiva que Benin City", revela el artista, que habla de su localidad natal, al sur de Nigeria, como si de la capital guipuzcoana se tratara.

"Esa semejanza y esas coincidencias se aprecian incluso en el uso de la lengua. Nuestro idioma es el edo, la principal forma de un grupo de lenguas y dialectos. La propia denominación de nuestra lengua -edo- es una palabra muy utilizada en euskera", observa. Y dice que hay otras muchas coincidentes, "como osasuna", que en su lengua natal se utiliza como nombre.

Son similitudes culturales que ha ido descubriendo poco a poco, con el paso del tiempo y mucho oficio a lo largo de los últimos 25 años de actuaciones callejeras. Una pasión que le ha permitido trabar contacto con infinidad de donostiarras, aunque no todo es tan bonito como lo pintan. Actuar en la calle -apunta- "es más duro de lo que pueda parecer".

De hecho, tarde o temprano tiene previsto dejar de hacerlo. "Me duele mucho dar el paso de dejar la calle, pero según van pasando los años se va perdiendo la energía. Ya no soy el mismo de entonces, cuando era joven. Poco a poco se va perdiendo la fuerza que hace falta para actuar en la calle". Asumir las propias limitaciones físicas del paso del tiempo no significa -insiste- que vaya a dejar la música, aunque sí tiene previsto buscar "otros medios y formatos para llegar al público". Sobre todo al infantil, por el que siente especial predilección.

"Tenemos muchísimo que aprender de los niños, porque su mirada es muy transparente. No hacen diferencias entre unos y otros, ni distinciones por razón de sexo ni del color de la piel. Lo único que quieren es un mundo limpio y bueno", remarca el cantante.

"La solución a los problemas de este mundo pasa por ellos y ellas. Y por eso es importante que les eduquemos siguiendo su propio instinto natural", dice Igbinomwanhia, conmovido por el comportamiento, siempre tan espontáneo, de los pequeños durante sus actuaciones callejeras.

"Puedo decir que el 90% de los padres pasan de largo cuando estás cantando en la calle. Lo curioso es que si finalmente se paran y te escuchan es por ellos, por sus hijos pequeños, que son los que incialmente se han sentido atrapados por la música". Exactamente igual a lo que le ocurría a Nosa con las canciones de su madre. "Gracias a ellos, las familias te prestan un poco más de atención. Y al pararse descubren que esa persona que está tocando en la calle no es alguien que se ha puesto a pedir sin más. Caen en la cuenta de que es un artista que con sus canciones trata de enviar un mensaje". El que conoció Nosa incluso antes de nacer.