donostia - “Los servicios sociales estamos para ayudar a recomponer la red social si se deteriora o, a veces, para tejer una nueva desde cero”. A lo largo de la entrevista San Roman incide en distintas ocasiones en que ese trabajo, en todo caso, es un trabajo en red, con otros departamentos, profesionales, ciudades, instituciones y ciudadanos. Y subraya, también, la labor del equipo del área de Acción Social: “Tenemos 65 personas en los ocho centros de servicios sociales; son un valor, hay que recalcar su trabajo. Tenemos una suerte inmensa”.
¿Cuáles son los principales retos de la nueva legislatura?
-Seguiremos con las líneas de actuación de los cuatro años anteriores: por un lado, tenemos que completar las exigencias del decreto de cartera, que es un mandato legal. Aunque Donostia estaba en una muy buena posición de salida, teníamos un déficit en la atención a la exclusión social: nos faltaban los pisos tutelados y plazas en pisos de emergencia. Se fue trabajando a lo largo de la legislatura pasada y hace unas semanas empezaron a trabajar los cuatro educadores sociales que van a atender y hacer posible que tengamos pisos tutelados para casos de exclusión social. Otro reto es mejorar aún más la atención que se presta a las personas que acuden a los centros de servicios sociales. Hablamos de un departamento que hace muchos años, desde antes de la legislatura pasada, trabaja por indicadores de calidad, buscando deficiencias que mejorar. Las encuestas nos demuestran que las personas usuarias están satisfechas pero no nos conformamos, aspiramos a mejorar. Los centros municipales son la puerta de entrada a todo el sistema de servicios sociales que tenemos en Euskadi. El reto es hacer esa puerta más amplia y más cómoda para los usuarios.
¿Cómo?
-Con nuevos centros para estar más cerca, como los que abrimos la legislatura pasada en Riberas, que venía de la legislatura anterior, o el de Morlans. También trasladamos el de Egia, que está ahora en unas instalaciones más adecuadas. Para estos años queremos ampliar el de Intxaurrondo y el de El Antiguo. El de Intxaurrondo es el más urgente pero es complicado, hemos empezado a buscar soluciones; y en El Antiguo espero que en un año veamos las obras y en dos o tres esté terminado. Hestia, el centro de día para personas en situación de exclusión, ya tiene un proyecto para un nuevo centro y me gustaría que en dos años sea una realidad. La legislatura pasada también pusimos en marcha la posibilidad de solicitar citas online y tenemos que seguir mejorando y utilizar las tecnologías.
Los centros municipales son la puerta de entrada, pero el mapa de los servicios sociales es bastante más complejo y depende de distintas instituciones y departamentos.
-Es un funcionamiento similar al de la salud, con la diferencia de que en ese caso todo depende de Osakidetza y en este no. Los servicios sociales estamos para ayudar a recomponer la red social cuando se ha empezado a deteriorar o a veces para tejer una nueva desde cero, es una idea muy gráfica. La trabajadora social de base es como el médico de cabecera, analiza la situación del usuario a todos los niveles, hace una labor de investigación y un diagnóstico y decide qué ayudas o recursos puede necesitar. En Donostia tenemos 65 personas trabajando en los ocho centros de servicios sociales, es una plantilla de gente muy profesional y vocacional. Son un valor, hay que recalcar su trabajo. Pero los ayuntamientos también tenemos competencias propias, como la atención a las personas mayores en los casos de dependencia de grado uno, es decir, personas que se pueden desenvolver pero tienen cierto nivel de fragilidad y vulnerabilidad. Y el servicio estrella es el Servicio de Ayuda a Domicilio, con unas 400 trabajadoras. Invertimos 9,5 millones en él. En 2018 se atendió a 2.352 personas en 1.688 domicilios y la inmensa mayoría son personas mayores. El objetivo es que permanezcan en el entorno en el que viven el mayor tiempo posible.
Hace un par de años hubo un bajón en el número de usuarios y se tuvieron que hacer algunos cambios.
-Se venía de una pérdida paulatina de usuarios pero se le ha dado la vuelta. Por un lado se bajó el precio máximo: antes costaba como mucho 18 euros (para el usuario) y al final de la legislatura pasada se rebajó a catorce euros la hora. Por otro lado, se modificó el número de horas que se pueden demandar y se pueden apilar, se ha hecho mucho más flexible. No solo atiende a mayores, también a familias que necesitan un determinado apoyo. Hay 50 menores y sus familias a las que se ayuda con este servicio.
El conflicto laboral llevó el año pasado a la huelga a las trabajadoras pero finalmente se llegó a un acuerdo tras adjudicar el servicio a una nueva empresa.
-Tiene que quedar claro que el Ayuntamiento contrata una empresa a través de un concurso y la negociación es entre la empresa y las trabajadoras. Lo que hicimos fue decirles: llegad a un acuerdo y presupuestaremos una cantidad que satisfaga el precio del servicio. Hicimos un esfuerzo económico muy fuerte elevando un 10% el presupuesto y eso posibilitó en parte que se llegara a un acuerdo y que las trabajadoras perciban parte del dinero de los desplazamientos que reclamaban. La empresa ahora es otra pero la plantilla se subroga, son profesionales con mucha experiencia. Además, tienen hilo directo con el Ayuntamiento y son una auténtica antena, esencial para detectar altibajos o problemas en personas mayores que viven solas que se transmiten a la trabajadora social. Los servicios sociales son un trabajo en red.
Los indicadores dicen que se ha superado la crisis, pero cada vez más familias acuden a los servicios sociales. En 2018 fueron casi 15.000.
-El incremento fundamental se debe a que cada vez hay más gente mayor. Los datos de hace unos meses indicaban que en Donostia hay 44.161 personas mayores de 65 años. Y el índice de envejecimiento era de 188 (creo que ya estamos en 190): hay casi dos mayores por cada menor de 16 años. Y una persona mayor de 65 años puede ser usuaria de programas de Acción Social como Goizaldiak, para gente que tiene cierta fragilidad: muchas veces son personas solas a las que se les ayuda a que hagan grupo, a que encuentren un entorno que le proteja. Se trabaja en los hogares del jubilado y después a veces se quedan a comer, se apuntan a una actividad, se integran en esa red...
¿Ese es el gran reto de los servicios sociales? ¿El envejecimiento?
-Es el gran reto no solo de los servicios sociales, sino de la ciudad y de nuestra sociedad. Donostia trabaja con el programa Lagunkoia y el gran acierto ha sido no colocarlo bajo el paraguas de servicios sociales, porque es una cuestión que no es solo de servicios sociales sino que afecta a todos los departamentos. En Donostia se ha planteado así, como un proyecto transversal: aúna vivienda, servicios sociales, movilidad y presidencia.
¿Está funcionando bien?
-Está funcionando muy bien. Con un modelo de gobernanza diferente, con un grupo motor de personas mayores de asociaciones y técnicos y solo una persona de carácter político. Son ellos los que van evaluando y diciendo por dónde hay que ir. Además, cada departamento tiene una persona referente en Lagunkoia y también está el trabajo de la coordinadora, que ejerce casi de orfebre y ha conseguido muchas alianzas. Es un reto de ciudad que excede al Ayuntamiento, están implicadas las farmacias, el colegio de arquitectos, enfermeras... Se está llegando a muchos sectores. El reto es ese: no es la persona la que se tiene que adaptar a la ciudad, sino al revés, la ciudad se tiene que adaptar a las necesidades de las personas. Y ponemos el foco en los mayores, pero también hay que pensar en toda persona frágil, como los niños. Hay que hacer un pacto intergeneracional: todos estamos en el mismo barco.
El departamento cuenta con distintos programas dirigidos a menores. Uno de ellos, el de apoyo a las familias (para hogares con dificultades en la crianza con los que se trabaja en grupo), acaba de ampliarse por aumentar significativamente el número de usuarios.
-Lo primero que hicimos hace cuatro años es ver que había muchas cosas que se estaban haciendo muy bien. Y una de ellas es el programa de detección precoz, que forma a profesionales que están en contacto con niños para detectar casos de desamparo, de posible abandono o abusos. Hay unidades profesionales con gente que sabe de estos temas y se les ayuda a resolver los casos más leves con este programa, por ejemplo. Otros más graves necesitan otro tipo de intervención.
¿También es un trabajo en red?
-Los menores no van a acudir a pedir ayuda. Por eso es importante esa red para detectar sus problemas. Participan la mayoría de colegios, los polideportivos, haurtxokos y gaztelekus, la Guardia Municipal o los ambulatorios. Es verdad que en Donostia aumenta el número de casos, pero es porque nos hemos puesto a ello, queremos detectarlos porque cuanto antes lo hagamos y cuanto antes se les ayude el pronóstico es más favorable. Hay un empeño hace muchos años de llegar a esos menores.
El verano pasado se criticó la reacción de las instituciones tras la llegada de grupos de migrantes en tránsito. ¿La estructura o el tamaño del departamento o del Ayuntamiento puede ser un problema para responder a problemas nuevos con rapidez?
-Con los migrantes en tránsito se detectó una situación de personas que, aunque no venían a quedarse, llegaban exhaustas y por una cuestión humanitaria se decidió atenderlas. Desde el primer momento, antes de que salieran muchas pancartas, ya estábamos trabajando, por lo menos en Gipuzkoa, coordinados con el Gobierno Vasco que es quien lo lideró y se tomaron decisiones como ampliar el número de noches si había gente que lo necesitaba.
¿Se actuó bien?
-Se actuó con rapidez ante una situación novedosa. Se detectó en junio del año pasado y la misma semana ya tuvimos la primera reunión. Las pancartas las empezamos a ver en julio. Fue un verano muy intenso; tocó así y respondimos. ¿Se puede hacer mejor? Sí. ¿Se ha ido aprendiendo? También. Y luego hay una realidad muy dura para las personas que llegan. Está la ley de extranjería, las dificultades para contratar a alguien, los trámites que tenemos que hacer los ayuntamientos... Me encantaría tener una varita mágica. Tenemos que trabajar en red. Y se está colaborando: no tengo más que palabras de agradecimiento a la red ciudadana, es un aliado. Tiene su parte reivindicativa y yo me identifico con algunas reivindicaciones al 100%, con otras no. Pero que exista gente que dedique su tiempo libre y que esté dando mucho para que gente que no tiene nada viva mejor dice mucho a favor de ellos. Ojalá fueran más, porque es verdad que las administraciones no podemos llegar a todo, tenemos límites.
Este año se decidió abrir el Gaueko Aterpea para personas sin techo también en agosto.
-Fue una propuesta que se nos hizo desde la oposición. Al principio no lo veíamos factible por la propia estructura del Gaueko: era una sala con muchas camas y necesitábamos un tiempo para hacer una limpieza en profundidad en agosto. Pero se fueron haciendo algunas mejoras, se empezó a impartir cenas y a un trabajador de la casa encargado del mantenimiento de los centros de servicios sociales se le ocurrió colocar paredes o mamparas entre las camas, lo que ha permitido que cada una tenga una mesilla, luz, un armarito... Los usuarios lo han valorado porque tienen mucha más intimidad. Y eso ha ayudado a no tener que cerrar en agosto. Ha sido una buena noticia, había una demanda. Los anteriores agostos se hablaba con otras asociaciones y ciudades y se derivaba a las personas usuarias a otros lugares, porque también se trabaja en red: por ejemplo, desde Iruñea nos derivan usuarios cuando cierran en sanfermines.
Los últimos recuentos afirman que había más personas durmiendo en la calle en Donostia.
-Es un colectivo complicado, hay distintos perfiles y cada uno necesita una atención específica. Para trabajar con personas en gran exclusión hay que estar muy bien preparado y los educadores del Gaueko, de Hestia, del Smus (Servicio Municipal de Urgencias Sociales)... Hay que ver qué preparación, qué templanza, cómo tratan a esas personas, con firmeza y a la vez con empatía y diría que cariño pero estando en su sitio, son resolutivas. Cualquiera no vale.
¿Preocupa que haya más personas en esa situación? ¿Qué lectura se hace de esos últimos datos?
-Sí preocupa. Somos conscientes de que la realidad de las personas que duermen en calle es muy fluctuante, cambia mucho y depende de un montón de circunstancias que no podemos controlar. Siendo conscientes de eso sabemos que la calle es un entorno muy duro. Pero también tenemos las manos atadas en parte. Tenemos unos recursos, pero no podemos ofrecerles viviendas ni trabajo. Sí hay estrategias a nivel de Euskadi que nos aglutinan a distintos departamentos para atender el sinhogarismo, hay reuniones interinstitucionales con asociaciones que también trabajan con ellos. Claro que nos preocupa, sobre todo la situación de las personas que llevan mucho tiempo en calle, porque se suele deteriorar. Pero también está el tema de la convivencia, porque todo el mundo tiene derechos, también los ciudadanos a vivir tranquilos en su casa y en su calle. Una de las características de una ciudad amigable es la seguridad, que es objetivable pero también subjetiva, y la sensación de seguridad no es la misma dependiendo de la edad. Los que peor lo pasan, los mayores, también tienen derecho a pasear sintiéndose seguros.
¿Cree que faltan recursos?
-Siempre podía haber más, no voy a decir que no. Pero hay educadores de calle, necesitan muchas estrategias y muchas veces son infructuosas. También colaboramos con la Guardia Municipal, es otro aliado, trabajan muy bien. Pero muchas veces, si no quieren, no puedes obligarles. Y hay gente que no puede querer, porque está en medio de una patología mental y si no se reconoce como enfermo, difícilmente pedirá ayuda.