discreta elegancia y un trabajo que oscila entre el arte y la artesanía son premisas que la estirpe de los Munoa respeta desde comienzos del siglo XX, cuando Ricardo Munoa comenzó su trabajo como aprendiz en la Joyería y Relojería Suiza de Pablo Beiner del Boulevard, hasta donde le siguió su hermano Claudio.

Aquel fue el inicio de una historia que ha seguido acumulando episodios. Algunos de ellos se recogen en Casa Munoa, de la Belle Époque al Siglo XXI, escrito por el periodista Mikel G. Gurpegui por encargo de Claudio Munoa, nieto de aquel primer Claudio al que quiere “agradecer” y “homenajear”.

Las historia de esta estirpe, como un río, ha fluido hasta desembocar en la calle Aldamar, en un local en el que, como se señala en el prólogo del libro, “los relojes parecen ralentizarse ligeramente, sincronizarse al ritmo de su trabajo artesanal, como de otro tiempo”.

Tres generaciones dejan testimonio en un libro que destila la esencia del quehacer de los Munoa, para quienes la joyería nada tiene que ver con piezas que van en serie. Así han trabajado durante un siglo y lo han hecho, como explicaba el autor de la publicación, de una manera “muy donostiarra, de forma muy discreta, sin alardear”.

En el libro, las imágenes de aquellos hombres y mujeres que han escrito la historia de los Munoa van acompañadas con las de algunas de las piezas más singulares de entre las piezas únicas de esta familia artesana.

En la primera etapa de esta historia tiene un protagonismo destacado Purificación Roiz, amona de Claudio y mujer de aquel primer Claudio. Enfilaba perlas cuando estas no eran cultivadas y para ello acudía a los domicilios de las damas para ensartarlas en los collares a la vista de sus propietarias, evitando así recelos.

Tras el fallecimiento de Pablo Beiner, Ricardo, Claudio y Purificación tomaron las riendas del negocio, que se mantendría en el número 11 del Boulevard pero en una de las salas interiores, a las que se accedía desde un portal.

Llegó la Guerra Civil y a los hermanos Munoa les tocó asumir cometidos de lo más variados. Claudio abrió un taller especializado en aleaciones para piezas de odontología y Ricardo tuvo que dedicar parte de su tiempo a realizar tareas de tasación de alhajas para la Caja de Ahorros Municipal y Monte de Piedad de San Sebastián.

Los vaivenes de la historia afectaron seriamente a los Munoa hasta cuyo establecimiento llegaron en su huida varias familias de judíos en la Segunda Guerra Mundial, que vendían sus joyas para seguir su camino.

Pasaron los años y el libro de la vida y obra de esta familia de artesanos fue sumando capítulos, siempre con un hilo conductor, seguir trabajando en su taller cada pieza como si fuera la última.

Años después, el nieto de aquellos artesanos de cuya joyería primera no se encuentra fotografía alguna, les quiere rendir un cariñoso homenaje, más allá del que a diario les ofrece llevando a la práctica su filosofía al concebir la joyería.

En la parte trasera del establecimiento de la calle Aldamar, donde la joyería tiene su sede desde 1958, Gurpegui se ha movido durante casi un año con la libertad concedida por Claudio Munoa, encargado de ser el transmisor del testimonio oral de lo que en el libro se recoge.

En una biblioteca que sirve de antesala al taller, Gurpegui ha buceado en diversas publicaciones y se ha imbuido del espíritu reinante. Allí se ha aproximado a la figura de Rafael Munoa, padre de Claudio, “un artista y un erudito” que consiguió otorgar al establecimiento, en palabras de Gurpegui, “un toque artístico”.

Fruto de su trabajo son algunas de las piezas más sofisticadas que adquirían “más o menos al 50% clientas de Donostia y de fuera”. En aquel entonces, señala el autor, no resultaba extraño “ver Mercedes aparcados en la puerta”. Eran momentos de gloria.

Fue quizá Rafael Munoa -joyero, pintor y artista completo que se casó con la bailarina María Teresa Fagoaga- “la figura mas llamativa” de la familia.

Magia, distinción y fantasía fueron la tónica de las joyas de Rafael Munoa. En la época de mayor esplendor, antes de que en la década de los 70 comenzará el declive de las grandes joyas, Munoa recibió un singular encargo: elaborar broches de ave fantásticas, todas diferentes y de extraordinaria complejidad, para los mujeres de los miembros del Consejo de Administración de Laminaciones de Lesaka, 18 en total.

El encanto de los trabajos de Munoa era tal que “llegaron surgir imitadores”. Rafael Munoa y María Teresa Fagoaga fueron quienes dieron el paso de ampliar la tienda, en la que en la que hoy en día Claudio y un experto equipo sigue trabajando con esmero, pero adaptándose a las características actuales,

El libro, otra pequeña y elegante joya, ha sido editado en inglés y castellano y solo puede adquirirse en el lugar que es su razón de ser: en Casa Munoa.