Urretxu y Zumarraga son conocidos por su relación con la siderurgia, pero en estas dos localidades también se han dedicado a otras actividades más saludables: en ningún otro pueblo de Gipuzkoa ha habido tantos fruteros por habitante. Algunos se han dedicado a la venta al por mayor y otros a recorrer los mercados de la provincia. Una de las empresas decanas fue Frutas González y dos miembros de la familia han hablado acerca de este oficio.

Isabel González tiene 93 años y su sobrino Fernando Pérez, 73. Ella nació en Ausejo, localidad de La Rioja. “Vine a los dos años. Para entonces, mi padre ya se había establecido aquí. Trabajaba en el almacén de frutas de su tío: Fructuoso Pérez”. No sabe decir cuándo fundó la empresa el tío de su padre, pero se deduce que su familia comenzó a trabajar en este sector hace más de un siglo.

Pérez, en cambio, nació en Urretxu. Para entonces, su padre y el de su prima (Gregorio González y Roque Pérez) se habían establecido por su cuenta. Lo hicieron en 1938.

En aquella época había ya varios distribuidores de fruta en el pueblo. “Aquí ha habido muchas fruterías por la influencia del ferrocarril: la estación permitía recibir la fruta en la puerta de casa. Es más, antes de comprar los camiones, enviábamos la fruta en el tren y el autobús. En el pueblo, repartíamos la fruta con el carro y el burro. Incluso con una bicicleta y un remolque. Al principio, había dos fruterías: Viuda de Gil y nosotros. Después, abrieron Viuda de Díez, Lorenzo Pérez, Martínez, Rueda, Garcés, Cruz, Aly, Urola... Pero nosotros trabajábamos al por mayor y la mayoría de los que han venido después se han dedicado a recorrer los mercados”. Hoy en día solo Frutas Urola se dedica a la venta al por mayor.

¿Por qué en los mercados se pueden encontrar tantos fruteros de Urretxu y Zumarraga? “Pues no lo sé... Alguno comenzó en la época de la huelga de Orbegozo. Para alguien que no tenía trabajo, era un oficio fácil: comprarnos fruta a nosotros o a otro, coger unas tablas y montar un puesto. No hacía falta más”.

Los González traían la fruta y la verdura de Valencia, Murcia, Lleida, Tarragona... “No había tanta variedad como hoy en día. Cuando se acababa la fruta de verano, no había más hasta el año siguiente. Con la verdura sucedía lo mismo. En invierno no había verdura. Hoy en día, con los invernaderos, tienes género durante todo el año”.

Los González abarcaban gran parte de Gipuzkoa. “Vendíamos a las tiendas de Antzuola, Bergara, Eibar, Elgoibar, Soraluze, Oñati, Legazpi, Azkoitia, Azpeitia, Zestoa... En estos pueblos no tenían mayoristas. Nos dedicábamos a vender a los comercios, no a ir a los mercados. Solo íbamos a los de Urretxu y Zumarraga”.

Los mayoristas más cercanos estaban en Beasain. “Barandiaran y Gutiérrez, los mayoristas de Beasain, comenzaron a dedicarse a esto gracias al apoyo de mi padre”, recuerda González. “Llevábamos la fruta a Beasain y mi padre se hizo amigo de un ferroviario. Mi padre tenía demasiado trabajo y le ofreció a su amigo vender fruta en aquella zona”.

Trabajo duro Trabajar en un almacén de frutas era más saludable que pasar el día en la fundición, pero también era un trabajo duro. “El género venía en los vagones, a granel. Íbamos a la estación con un carro y un burro. Llenábamos cestos y los llevábamos al almacén. Trabajábamos como bestias. Además, no había frigoríficos y se estropeaba mucha más fruta que hoy en día. Eso sí, el sabor era mejor. Ahora, viene todo envasado”.

Los plátanos exigían un cuidado extremo. “Venían en piñas. Las rodeaban de paja, las embalaban con papel y las ataban con cuerda. Era una obra de arte. Teníamos que cortar la cuerda y colgar las piñas para que madurasen. Las metíamos en cámaras de calor y había que vigilar el calor para que no se cociesen. Además, una vez que se cerraba la cámara, no se podía abrir, pues funcionaba con carburo. Teníamos unas ventanillas y desde ahí veíamos cómo iba el proceso. Hoy en día, los plátanos vienen en cajas. Las meten en la cámara y controlan el proceso por ordenador”.

Pérez considera que hoy en día se consume mucha más fruta que antes. “Hay más variedad y la gente está más concienciada”. Ellos cerraron el almacén en 2001. “En el almacén trabajamos nuestros padres, un tío y varios hermanos de las dos familias. Además, una hermana de Isabel, Irene, tuvo una tienda en la calle Legazpi. Nos dio pena que nadie siguiese con la tradición familiar, pero ninguno quisimos que nuestros hijos trabajaran en este oficio. El frutero madruga mucho y duerme poco. ¡Cuántas veces hemos dormido en el almacén por culpa de los plátanos! Muchas veces los traían a medianoche y había que desembalarlos y meterlos en la cámara. Nos daban las tres y a las seis teníamos que comenzar el reparto. Nos quedábamos a dormir en el almacén, sobre la paja de los plátanos”.