Zumarraga no tiene playas ni isla de Santa Clara, pero sí un mirador tan elegante como el de Igeldo. Se trata del mirador de Aizpuru. Este caserío está situado en un lugar tan estratégico, que se ve desde casi todos los puntos del casco urbano. Y claro, la vista que se disfruta desde el caserío es de lujo. Desde ningún otro punto se ven tan bien Zumarraga y Urretxu.

Desde Aizpuru se ven casi todos los edificios de los dos pueblos: los dos ayuntamientos, los dos polideportivos, los dos frontones, los dos polígonos industriales, las parroquias de San Martín de Tours y de Nuestra Señora de la Asunción, el hospital, el geriátrico, Eitzaga, Mundo Mejor, las carreteras GI-632 y GI-631, la secuoya de Zumarraga, el rascacielos de Urretxu... y de propina, Aizkorri. Desde la parte trasera de la casa se ven el barrio Etxeberri, Elosua, los montes Oleta y Samiño... A un costado queda el monte Irimo. Imponente.

Como es lógico, si desde Aizpuru se ven de maravilla Urretxu y Zumarraga, también desde el casco urbano se ve Aizpuru. Parece el faro de estos dos pueblos. La torre de vigilancia. Se ve desde casi todas partes: desde Elizkale, el Ayuntamiento de Urretxu, el barrio San Martín, Areizaga-Kalebarren, el parque Zelai Arizti, la entrada por Legazpi...

¿Y qué dicen los vigilantes del pueblo de todo esto? Miguel Arostegi comenta que el caserío está en un lugar muy bueno para la vida contemplativa, pero malo para trabajar. Los Arostegi-Aranberri tienen ganado y una huerta, pero algunos terrenos del caserío son tan escarpados que no pueden meter el tractor y tienen que trabajar con los bueyes.

Esta es la segunda generación de los Arostegi que habita en Aizpuru. “Mi padre, Anastasio, llegó a Aizpuru con 7-8 años. Su madre era del caserío Leturia de Zumarraga y se casó con un hombre de Zegama. Quedó viuda y vino a Aizpuru, pues su hermana se había casado con un hijo de este caserío”.

El edificio está expuesto a las inclemencias del tiempo. “Aizpuru viene de haitz buru. Cuando pega el viento no hay quien aguante aquí”. Por supuesto, el caserío está orientado al sur y el viento norte pega por detrás.

No necesitan colocar una veleta para saber por dónde sopla el viento. “Antes nos guiábamos por el humo de las chimeneas de Arcelor. Ahora nos guiamos por el humo de la panificadora Illargui”. Tampoco necesitan consultar a Euskalmet para saber cuándo va a nevar. “Si nieva en Aizkorri, enseguida nos damos cuenta. Hay nieve en Aizkorri y pronto la tendremos aquí, solemos decir”, comenta María Aranberri, la mujer de Miguel.

Los sonidos También les llegan los sonidos del pueblo. “Se escuchan las campanas de las iglesias, que nos avisan de que ha fallecido alguien. Y cuando los niños del colegio Gainzuri salen al patio, también nos damos cuenta”, añade Olatz, la hija del matrimonio.

Hace 10 años decidieron remodelar el caserío y aprovecharon la obra para hacer un impresionante mirador. Los que más disfrutan de él son las hijas de Olatz. “Suelen ir de un lado al otro del mirador con sus patinetes. Los demás no lo utilizamos demasiado, pero los que no son de la familia se quedan sorprendidos cuando llegan aquí. Todos nos comentan que vivimos en un sitio muy bonito, tranquilo y con vistas espectaculares. Y los vecinos que viven en el casco urbano nos recuerdan que nuestra casa se ve desde todas partes. Nos envidian porque disfrutamos del sol durante todo el día. En verano no se puede estar en la terraza del calor que hace”.

Los Aizpuru-Aranberri no cambiarían por nada del mundo sus vistas y su caserío. “No cambiaría nuestro caserío por un chalet en Igeldo, ni por dinero”, comenta Miguel. La tercera generación también está orgullosa del mirador de Zumarraga. “Mi hija mayor suele decirles a sus amigas que tiene un caserío y que aquí se está mucho más tranquila que en la casa de abajo”.