El último del María Cristina
A sus casi 103 años, Mateo Balbuena recuerda con detalle el comienzo de la Guerra Civil en Donostia. Relata cómo llegó el 22 de julio de 1936 como voluntario para defender la legalidad republicana y fue recibido a tiros
No se puede asegurar que sea el último testigo de la batalla de San Sebastián de hace 80 años dado que, afortunadamente, es posible que sigan entre nosotros otros protagonistas de aquella refriega. Lo que parece improbable es que quede nadie con su memoria y su clarividencia. Ni siquiera con sus piernas.
Mateo Balbuena Iglesias, veterano del ejército republicano, recibe amablemente a quienes le visitan para hablar sobre la Guerra Civil. Aunque una vez metidos en harina no es raro que la conversación derive hacia otros temas que él considera "fundamentales": el ser humano y sus contradicciones, la conciencia social y la importancia del trabajo interior, "que hoy no se incita", el siempre imprevisible futuro o los últimos desarrollos tecnológicos, como el grafeno, que a su juicio prueban cómo el capitalismo sabe utilizar sus excedentes. Porque para Mateo el Comunista, como todos le conocen, el sistema contra el que ha luchado desde su juventud tiene una poderosa capacidad creativa, sí, pero también es enormemente destructivo y alienante.
Este hombre de voz suave e impecable prosodia profesoral, que enhebra pausadamente su discurso sin perder nunca el hilo, espera cumplir 103 años el próximo 21 de septiembre. Vive en una casa rural en el barrio Lezama de Amurrio, en cuya biblioteca pasa la mayor parte del tiempo leyendo y escribiendo. Los viernes sale a comprar las provisiones de la semana, un paseo de siete kilómetros hasta el casco urbano que hace a pie. También se ocupa del jardín que rodea la casa, una hectárea de terreno tapizada de un césped bien cuidado con árboles frutales, plantas y flores. "Tengo que segar la hierba, está demasiado alta", nos informa al entrar. ¿Pero no lo hará usted? "Bueno, yo con una máquina", puntualiza sin darse mayor importancia.
Empiezo preguntándole si, en la distancia de 80 años, la Guerra Civil aparece en su memoria como algo remoto. "Es pasado y es presente", responde. Y alzando el bastón en dirección sur lo explica: "Allí mismo, en el monte San Pedro, pasamos semanas metidos en trincheras defendiendo la línea entre Amurrio y Orduña. Con ese paisaje a la vista diariamente, ¿cómo podría parecerme remoto todo aquello?".
A tiros
La faz terrible de la guerra
Líder de las Juventudes Socialistas Unificadas en Barakaldo, a poco de producirse la asonada militar se enroló en una columna de voluntarios organizada para socorrer a los defensores de la legalidad republicana en San Sebastián. La componían 166 hombres a bordo de una docena de camiones y coches pertrechados con diversa munición y algo de artillería. Tras hacer un alto en Eibar y desviarse luego a Arrasate para sofocar la sublevación de la guardia, entraron en la ciudad al atardecer del miércoles 22 de julio de 1936. Mateo no pudo disfrutar con el paisaje: en el mismo paseo de La Concha fueron recibidos a tiros por hombres emboscados ("los pacos", en el lenguaje de la época), lo que obligó a la compacta formación a disgregarse.
La madrugada anterior los golpistas habían salido de los cuarteles de Loyola para hacerse con el control de la ciudad, pero la fogosa resistencia planteada por anarquistas, socialistas y comunistas desbarató sus planes. Se refugiaron en diversos edificios a la espera de que llegaran las tropas alzadas en Navarra: en el Gran Casino, el hotel María Cristina, el Club Náutico, el Gobierno Militar y la Comandancia de Marina. Cuando la columna proveniente de Bilbao alcanzó el centro urbano ya solo quedaba el hotel por reducir. La violencia del asedio estremeció a Mateo: desde ventanas y balcones, del tejado y de todos los resquicios del aristocrático establecimiento salían chorros de fuego y metralla acribillando a cuanto se movía.
Esa noche los combatientes fueron a dormir al Gran Casino, hoy sede del Ayuntamiento donostiarra. Nada más traspasar la puerta del salón principal se toparon con un reguero de cadáveres congelados en su última postura. Al pie de uno de los grandes ventanales, reparó en el cuerpo de un recluta con las piernas acuchilladas a bayonetazos. Al joven comunista se le reveló entonces "la faz más terrible de la guerra".
Después de haber vivido situaciones límite como únicamente se dan en las guerras, le pregunto por su percepción del género humano. "No somos ni buenos ni malos -sentencia-. El hombre se desarrolla en un sentido u otro dependiendo de las necesidades y de las circunstancias". Entonces, lo que dice la religión... "La religión comparte con la ideología social la preocupación por el hombre en su más amplio sentido". Y añade: "Lo sensato es que trabajemos juntos creyentes y no creyentes contra las causas que provocan el sufrimiento humano". Vamos entendiendo por qué Mateo Balbuena tiene fama de comunista heterodoxo.
Hotel María Cristina
La paella ‘envenenada'
En la mañana del 23 de julio, el torpedero Xauen tomado por los anarquistas en Pasaia se sitúa en la desembocadura del río Urumea y empieza a disparar contra el hotel. Los sitiadores redoblan la presión con el fuego de sus fusiles hasta que se produce la rendición. El de Barakaldo, uno de los primeros en entrar al asalto en el María Cristina, se dirigió directamente hacia una ventana de la planta baja desde donde había estado castigándoles una ametralladora pesada, una Hotchkiss, pieza muy valiosa en aquellas circunstancias que puso a custodia del partido.
Observó entonces una estampa pintoresca: en el hall, bajo la escalera principal, un corro de milicianos miraban absortos una paellera repleta de arroz y marisco con tanto apetito como temor a que estuviera envenenada. "Pues vamos a probarla", resolvió Mateo. Y sin la menor cautela tomó un gran puñado y se lo llevó a la boca. ¿Cómo iban a cocinar los fachis aquel manjar con intenciones tan florentinas? "Por cierto, el arroz estaba un poco duro", bromea 80 años después de la cata.
Ya con la tripa llena formaron delante del Gobierno Civil, ubicado entonces en la esquina de las calles Oquendo y Camino, desde donde partieron en formación hacia el cementerio de Polloe con la misión de estrechar el cerco sobre el cuartel de Loyola. Con más voluntad que orden, lucharon durante cuatro días entre los panteones. Muertos sobre muertos, a su lado cayeron varios compañeros. Al producirse la rendición de los oficiales, la tropa acuartelada quedó indecisa hasta que, a través de las verjas, Mateo arengó a los soldados haciéndoles ver que el gobierno republicano había decretado la disolución del Ejército y que, por lo tanto, eran libres para obrar como mejor quisieran.
Tras su bautismo de fuego en Gipuzkoa, Balbuena siguió la guerra como teniente del batallón comunista y socialista Leandro Carro en el frente alavés, resistió en el Cinturón de Hierro vizcaíno, luego por Asturias pasó a Francia y entró en Cataluña. Tras el hundimiento republicano en el Ebro en la primavera de 1939 resolvió: "A Francia o quedo tendido en tierra española". Pasó veintitantos días huyendo por las montañas con la pistola preparada para darse un tiro antes de que le atraparan. Le sorprendieron mientras dormía, a pocos kilómetros de la frontera. Luego vinieron años de cárcel, de lucha clandestina contra la dictadura y de torturas.
Nueva política
Mucho sarpullido emocional
Antes de despedirme le pregunto por la llamada nueva política. "Hay mucho sarpullido emocional", resume con escepticismo. "Pero vamos hacia una democracia social. ¿Con qué perfiles? Eso está por ver. Lo único seguro es que el ser humano tiende al despliegue de su cognición, de sus capacidades de realización. Fuera de eso, somos volubles como veletas...".
Marcho con el convencimiento de haber conocido a un hombre que nada tiene de inútil. Conclusión que al propio Mateo no le parece tan evidente: "Ya los griegos sensatos decían que los aficionados al saber son unos holgazanes. Así que admitamos esa posibilidad..." l