Una casa de cuento, en el centro de Zumarraga
Zumarraga puede presumir de tener una casa que parece salida de un cuento, con su bruja buena y todo. Se trata de Mila Osinalde, una mujer independiente, alegre y vitalista, que ha pintado su casa de color lila.
Zumarraga puede presumir de tener una casa de cuento con su bruja buena y todo. Se trata de Mila Osinalde: una mujer independiente, creativa, alegre, vitalista... que ha pintado su casa de color lila. Ha puesto un poco de luz y color en una de las calles más sombrías y grises del pueblo (la calle Urola) y su iniciativa no ha dejado indiferente a nadie.
La propia Osinalde parece un personaje salido de un cuento o una película. Una mezcla de Pippi Calzaslargas y Mary Poppins. Nació hace ya algunos años (no quiere decir cuántos) encima de la confitería de sus padres. De unos padres que hacían chocolate, solo podía salir una hija dulce y alegre.
A su madre le encantaba la música y les dio estudios musicales a todos sus hijos. Mila, además de buena música, le salió muy independiente y liberal. “Mi madre consideraba que los hombres estaban por encima de las mujeres. Era de Azpeitia y a veces le llevaba allí en mi coche. Cuando adelantaba a algún hombre, me decía que era una desvergonzada”, recordaba Mila en una entrevista dada a la revista local Otamotz.
Pero la protagonista de este reportaje tenía muy claro que las mujeres no tienen nada que envidiar a los hombres. En aquella época las mujeres tenían que quedarse en casa, pero ella era se puso a dar clases de música. Le daba pena no sacar provecho a lo que había estudiado.
Impartía las clases en la casa de sus padres, hasta que su madre se hartó de tanto jolgorio y se pasó a la casa en la que vive ahora. Le encantan los niños. Llegó a tener 100 alumnos e iba con ellos a los exámenes que se hacían en Donostia. “Cuando alguno no aprobaba, me llevaba un disgusto más grande que él. Y si creía que había merecido el aprobado, le defendía ante el tribunal. Después, nos íbamos a comer y volvíamos a casa en tren, cantando”.
También dio clases en los institutos de Urretxu y Beasain. Cuando abrieron el instituto de Urretxu, la asignatura de música estaba en manos de la Sección Femenina de la Falange y le recibieron muy bien, por ser euskaldun. Las cosas se torcieron cuando le pidieron que se afiliara y fuera a sus reuniones. Si llego a querer hubiese triunfado en Madrid, pero en su casa eran aber-tzales y su honor estaba en juego.
En el instituto dejó su impronta: a la asignatura de música solo podían ir las chicas, pero las alumnas lo pasaban tan bien que los chicos también intentaron apuntarse. Y con la profesora Marta Cárdenas, unió pintura y música.
Porque Osinalde siempre ha estado abierta a experimentar y probar. En definitiva, a exprimir al máximo la vida. Aprendió a tocar el piano, pero sus sobrinos le pedían que tocara el órgano en sus bodas. Así, de la mano de Esteban Elizondo, aprendió a tocar este otro instrumento. Además, junto con otros vecinos de Urretxu y Zumarraga, impulsó la apertura de la escuela de música Secundino Esnaola. Gracias a ello, sus niños ya no tenían que ir a Donostia a examinarse.
Su casa, en ‘Facebook’ Ahora, la niña que pidió a su padre que vendiera una yegua para comprar un piano, ha pintado su casa de lila. “Todos los días pillo a alguien sacando una foto a mi casa. Incluso me han dicho que en Facebook han puesto fotografías y ha habido comentarios. Una persona escribió que soy la perla del callejón. Me dicen que antes nadie miraba hacia esta calle y que ahora lo hacen todos. Pues chico... ¡lo mismo cuesta pintar la casa de este color que de otro! Somos tristes, ¿eh? ¿Por qué no hacer algo así? Estas cosas no te traen enfermedades. Al contrario, ¡te las quitan!”, comenta ella.
Osinalde tiene la casa llena de flores y objetos alegres y siempre ha pintado su casa con colores llamativos. Anteriormente, la pintó de naranja. “Presentaron una foto de mi casa a un concurso y ganaron un premio”, recuerda.
Esta vez, se ha inclinado por el lila. “No lo he hecho por ningún motivo en especial, ni por llamar la atención. En la tienda de pinturas La Perla me enseñaron un montón de colores y me gustó este. La chica de la tienda me dijo que si elegía este, se vendría a vivir conmigo. No se ha venido a vivir conmigo, pero ha traído a su hijo para que le dé clases de piano”.
La gente le está felicitando por la elección. “Todos me han dicho que ha quedado muy bonito, hasta el alcalde. Una señora me dijo ole tus cojones. Me dejó pasmada”.
Aunque si alguien tiene capacidad para sorprender a los demás, es ella misma. Derrocha alegría y vitalidad. “No sé cómo me definiría a mí misma. Gris no soy, desde luego. Me gustan las cosas alegres y la luz. No me gusta estar a oscuras. Y no tengo complejos. Se trata de una actitud ante la vida. Yo creo que se nace así. Este mismo año ha muerto mi hermano, que ha vivido un montón de años conmigo, pero no me he hundido. Hay que sacar fuerzas de algún lado y seguir adelante”.
Esta mujer no para. Además de seguir dando clases a unos pocos niños, ofrece conciertos de órgano. El 20 de diciembre tocará con la banda de Zumarraga en la parroquia. Será un concierto muy especial, pues no es habitual que una banda toque en una iglesia y lo haga acompañada por un órgano.
Además, forma parte de un grupo de organistas. Todos los meses visitan un órgano de Euskal Herria y una vez al año viajan al extranjero. Este año irán a Reims, Francia.
Anima a las personas mayores, sobre todo a las mujeres, a soltarse la melena. “Cuando se reinauguró el órgano de Zumarraga, fui a tocar con unos pantalones blancos. Hubo quien me criticó. ¿Por qué no voy a poder ir con unos pantalones blancos si me apetece? Y tengo mucho años, ¿pero por qué hay que hacer unas cosas con una edad y otras con otra? Mientras pueda, seguiré haciendo todo lo que hago. Hay que quitarse las tonterías”, concluye la Mary Poppins de Zumarraga.
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