Síguenos en redes sociales:

La última karrakelera

Conchi Iraregui lleva 67 años vendiendo karrakelas y quisquillas en el puerto donostiarra; en su momento llegaron a contarse hasta catorce puestos, pero ya solo queda ella

La última karrakeleraFoto: N.G.

Mirando algunas fotos antiguas, recuerda cómo desde su txoko en el puerto ha visto cambiar las costumbres de la ciudad y de sus habitantes. Cuando empezó, el paquete de karrakelas costaba unos 25 céntimos de peseta . “Entonces había toros en verano y solía venir mucha gente pudiente de Madrid. ¡Recuerdo que uno me pidió un paquete de cinco pesetas! Hice esperar a todos los demás para preparárselo”, cuenta Iraregui.

Desde entonces, y desde la época en la que llegaba a vender hasta 40 kilos de karrakelas al día, han pasado muchas cosas. Sus compañeras han ido desapareciendo y las costumbres de los donostiarras, cambiando. “Los helados nos han hecho mucho daño”, cuenta la mujer, que relata cómo muchos paseantes que recorren el Boulevard y el puerto han sustituido el cucurucho de karrakelas por el de alguna de las decenas de heladerías abiertas en los últimos años. “Otros también prefieren tomarse una cerveza y un pintxo en un bar, antes no había tantos pintxos”, cuenta Iraregui, que reconoce que si alguien se gasta dos o tres euros en un bocadito o un helado, ya no compra karrakelas: “Gente sí que anda por la calle, muchísima, pero no gastan tan fácil, la crisis se ha notado”.

Aun así, sigue teniendo clientes. Algunos son donostiarras habituales, hasta conocidos, que no fallan a su cita con la última karrakelera en su paseo por el puerto. Y muchos otros son turistas: “Les doy a probar una quisquilla, les gusta y suelen comprar”, cuenta la mujer, que reconoce que después de tantos años se entiende bastante bien con los franceses. “Con los ingleses y americanos, peor...”, sonríe. Algunos de ellos también suelen volver.

“Estoy en mi salsa”

Iraregui vende un cucurucho de karrakelas por dos euros y las quisquillas, por tres. A veces, también vende cangrejos cocidos. En un buen día, puede vender entre ocho y diez kilos en cucuruchos, aunque otros la cantidad es bastante menor. Los días de regatas o el día de la Virgen, por ejemplo, siguen siendo jornadas fuertes de trabajo para ella, con miles de personas que pasan por delante de su puesto.

A pesar de su edad, está decidida a volver a montar su mesa el próximo verano. “Allí estoy distraída, estoy en mi salsa, hablo con unos y con otros...”, cuenta Iraregui. Aunque la mujer reconoce que trabajar en la calle, sin un techo, ni calefacción, “es duro, no es jauja”. Lleva toda la vida haciéndolo: además de karrakelas, vende txistorra el día de Santo Tomás y durante más de 30 años vendió anchoas junto al mercado de San Martín. Igual que hizo su madre antes que ella.