Tolosa - Septiembre es el mes de las regatas por antonomasia y, por ende, tiempo de apuestas. En el bar Cantábrico de Tolosa también se respira el ambiente apustuzale en torno al remo. Los tiempos han cambiado, y mucho, y la legislación en materia de juego no se anda con miramientos. Bien lo sabe Tomas Armendariz, que nos cuenta cómo se hacían antes las apuestas y cómo se las arreglan ahora los aficionados. Defiende que la apuesta es “patrimonio de Euskal Herria” y siente tristeza ante una legislación, a su entender, “demasiado estricta”.
¿Cuántos años de historia tiene el bar Cantábrico de Tolosa?
- Yo aprendí cocina en el restaurante Rodero de Pamplona, fui a Madrid, también estuve en el Hotel Monte Igueldo de San Sebastián y después volví a Pamplona. Mi madre es de Igantzi y en Navarra siempre me he sentido muy bien. El edificio donde se encuentra el bar se construyó después de la guerra, en el año 1939. En los bajos había una carbonería y nosotros abrimos el bar en el año 1975.
¿Cuándo empezó a ser un lugar de encuentro para los ‘apustuzales’?
-Mi mujer es de Arbizu, y yo tenía amistades en Baraibar, Lekunberri... que es una zona muy apustuzale a las cartas, en la pelota... La gente solía a venir al bar y nos convertimos en un referente en el mundo de las apuestas. En Lekunberri también estaba el bar Amalur y en Donostia había algún otro.
¿Cómo se hacen las apuestas?
-Hoy en día todo lo que se hace es legal. Vienen aquí los harrijasotzailes, aizkolaris o segalaris, y cierran el trato o no. Si no hay apuesta, cada uno se va por su lado. Se piden los permisos al Ayuntamiento y al departamento de Juegos y Espectáculos del Gobierno Vasco. Antes no había normativas, pero ahora hay leyes y seguridad. Las cosas se hacen bien.
¿Cuál es la apuesta en la que más dinero ha visto jugar?
-Hace siete años vinieron unos navarros con acento americano. Uno de ellos apostó 200.000 euros y me dijo a ver si sería capaz de vender ese producto. Le dije que sí, que la prensa me ayudaría a hacer propaganda. Era por una final de pelota y la apuesta se puso en marcha, pero vino la Ertzaintza al bar diciéndome que se estaba incumpliendo el reglamento. Recurrí, pero tuve que pagar una sanción.
¿Ha vivido algunas vez enfados o alguna situación violenta?
-Nunca. Las apuestas son como la lotería, que si no te toca no te enfadas...
¿Cómo ha cambiado la forma en la que se hacen las apuestas?
-Ahora no dejan poner carteles o trabesas con las apuestas: uno hacía la apuesta y otro la cogía. Ahora, por ejemplo, con el tema de las regatas de la Concha, la gente habla mucho, porque de esas cosas se habla en el bar, con un trago en la mano, no en la iglesia. ¿A quién le molesta que colguemos cuatro papeles en el bar para que la gente pueda apostar? Creo que a nadie y se crea un ambiente muy nuestro. Es una pena que se esté perdiendo esta esencia y la forma en la que se hacían las apuestas.
Ahora en el bar tiene máquinas para hacer apuestas, ¿funciona o no es lo mismo?
-Funciona mucho. Factura muchísimo dinero al mes, hasta ellos mismos están sorprendidos. Pero para cierta gente que le gusta el juego, el juego que se hacía antes, apostar en una máquina no tiene gracia. La gente en el bar se queja de eso, pero nosotros no podemos hacer nada. Suele venir gente de Navarra, que trae a los nietos a enseñarles cómo se ponían antes las apuestas en el bar. En la zona de Navarra quieren mucho al Cantábrico.
¿Le entristece que se esté perdiendo la apuesta tradicional?
-Creo que en ciertos momentos, finales de pelota o apuestas de aizkolaris, la legislación debería ser más flexible. En lugar de dejar morir la apuesta y que desaparezca, soy partidario de preservar algo tan nuestro. Hay que saber de dónde venimos para saber qué somos. Hace unos años recibí una sanción por parte del Gobierno Vasco y recibí el apoyo del alcalde Jokin Bildarratz, que me mandó un escrito alegando que las apuestas son patrimonio de Euskal Herria y que el bar Cantábrico es un centro neurálgico de las apuestas. Me gustó mucho.
¿A usted le gusta apostar?
-No me gusta mucho el juego, prefiero mantenerme al margen, pero tengo buen ojo para las apuestas.