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"La pintura me lo ha dado todo; ha sido mi forma de vida y, además, me ha regalado muchos amigos"

El prolífico y magnífico artista bergarés, Miguel Okina (1924), será homenajeado el sábado. Sus amigos, admiradores y los pintores locales harán un reconocimiento a su destacada trayectoria. Se reunirán a las 13.00 horas en la sala Aroztegi y después disfrutarán de una comida

"La pintura me lo ha dado todo; ha sido mi forma de vida y, además, me ha regalado muchos amigos"A.D.

bergara. Dominador como pocos del dibujo, la luz y la paleta, Miguel Okina es todo un artista. La maestría que durante años ha dejado patente con los óleos y los pinceles le han consagrado como el gran heredero de la escuela bergaresa de pintura. Su obra cuenta con una importante legión de admiradores dentro del municipio que le ha visto crecer como pintor, pero también fuera de sus fronteras. Quienes le conocen de cerca, además, destacan su carácter afable y alegre, algo que demuestra en esta entrevista. Nos abre las puertas de su estudio situado en el número 4 de la calle Ramón María Lili, cuyas paredes y rincones están pobladas de cuadros. Se respira arte por los cuatro costados. "Este busto me lo hizo el escultor elgetarra Lorenzo Askasibar", explica Okina sobre la elegante pieza que retrata al pintor y que preside la entrada al inmueble. "¡Sentémonos cómodos!", exclama el artista bergarés antes de comenzar a conversar. El próximo septiembre cumplirá 89 años.

Este sábado será homenajeado por sus amigos, los pintores de Beart y los bergareses en general. ¿Cómo ha recibido la noticia?

En 2012 lancé el txupinazo de los Pentekostes y este año me hacen un homenaje. ¡Kontxo, cuántas cosas! (se ríe). Estoy muy contento y les agradezco que hayan tenido este detalle. Que te rindan un homenaje es motivo de satisfacción, y mucho más lo es que los amigos y convecinos se acuerden de uno. El sábado igual viene gente que no me espero, seguro que me llevo alguna que otra grata sorpresa. A las 13.00 horas estaré puntual en la sala Aroztegi para ver que me han preparado (sonríe).

Hablemos de los comienzos. ¿Cómo empezó su gran y particular aventura con las artes plásticas?

¡Anda que no ha llovido desde entonces! Cuando llegué a los 70 años ya me parecía mucho y ya casi estoy en los 90 (vuelve a reírse). Me preguntas que cómo empecé en la pintura... A los 18 años más o menos. Vivíamos en el número 21 de Barrenkale y debajo de casa teníamos un taller donde mis hermanos, el mayor era un tallista muy bueno y también dio clases de dibujo, trabajaban la madera y la talla. Al principio yo tallaba, pero me gustaba dibujar, lo llevaba dentro. Además, el maestro Simón Arrieta vivía en el número 23 de la misma calle y él me inculcó esta pasión por las artes plásticas. Fue mi profesor y con él estuve pintando en su estudio.

La impronta recibida de Simón Arrieta le hace compartir la misma escuela creativa. Sin embargo, con el tiempo fue cultivando su propio estilo.

Así es. En los inicios me enseñó Simón y luego fui forjando mi estilo. Buscando mi camino y creo que lo encontré. Me gusta mucho el impresionismo y en ese estilo me he movido; pero, al mismo tiempo, fui definiendo el mío propio.

De hecho, estuvo en Madrid, Barcelona, París...

¡Qué tiempos aquellos! (esboza otra sonrisa). Durante mi estancia en Madrid recibí clases en Bellas Artes, en horario nocturno. En Barcelona me formé en la academia Tarrega y en París fui por libre, en plan bohemio. Los primeros días los pase en el estudio de un escultor francés que era amigo de un amigo mío que venía a pasar los veranos a Bergara. Aprendí mucho, visité museos, pinté retratos, paisajes, la catedral de Notre Dame... En París estuve en 1953, cuando tenía 28 años. ¡Qué años más buenos!

Su pasión por la pintura se convirtió en una profesión. Es un privilegio vivir de lo que a uno le gusta.

¡Vaya que sí lo es! Me ha ido bastante bien, vendía cuadros y pude vivir de la pintura. Ahora son muy pocos los que pueden decir lo mismo, es más arriesgado. La crisis no ayuda en absoluto. Creo, además, que el boom por la pintura va por épocas y, en estos momentos, se ha perdido un poco. Es lo que yo percibo.

Cuántos bodegones, paisajes y retratos habrá pintado... Muchos de ellos pueden contemplarse en sociedades y domicilios particulares bergareses, pero también fuera de la villa.

Muchísimos. Por ejemplo, he realizado 500 retratos. Cuando estuve en Barcelona pinté a la bailaora La Chunga. Entonces tendría doce años y era muy simpática, iba a posar a la academia Tarrega y bailaba a su aire (se ríe). También hice un retrato por encargo del sacerdote Joxe Miel Barandiaran y, a nivel de Bergara, he pintado muchos. Dibujos he hecho cientos e, incluso, he impartido clases en el edificio del mercado que existió en la plaza. Dibujar es la base para pintar.

¿Qué le ha dado la pintura?

Se puede decir que todo. Ha sido mi forma de vida y, a su vez, me ha dado muchos amigos, he viajado... En definitiva, satisfacciones. Guardo muy buenos recuerdos. En Mondragón tenía un buen amigo, Julio Galarta, con el que salía a pintar. Tengo un par de sobrinos, uno en Durango y otro en Bergara, que pintan.

¿Cuándo dejó el pincel?

Hace unos dos años. Ya no sabía qué pintar (bromea). Se va perdiendo el pulso, la edad no perdona.

¿Y qué tiene que decir de la tradición plástica que existe en Bergara?

En eso tiene mucho que ver Simón Arrieta que despertó en los bergareses la afición por las artes plásticas. Es un placer que esta siga viva.

¿Qué le diría a los jóvenes que empiezan a hacer sus pinitos en este mundo?

Lo importante es que tengan afición, que no la pierdan. Que luchen si verdaderamente les gusta. Que no echen la toalla a la primera de cambio.

Por último, ¿cómo es un día habitual en la vida de Miguel Okina?

Visito el estudio, miro los cuadros, leo un rato... También paseo. ¿Qué voy a hacer? (sonríe).