Donostia. El agua, un bien que por el momento no escasea entre nosotros, llega a los grifos de los hogares donostiarras directamente desde los siete depósitos que abastecen la ciudad, todos ellos nuevos o renovados en los primeros años del presente siglo.

El de mayor tamaño es el depósito de Amara, situado muy cerca de la zona hospitalaria, con una capacidad de 26.040 metros cúbicos, y da servicio a los barrios de Amara, el Centro y la Parte Vieja. El siguiente en tamaño es el de Putzueta, ubicado en el camino del mismo nombre, en Altza, y abastece a este barrio, además de a Bidebieta, Intxaurrondo y Ulia. El depósito de Oriabenta, reconstruido en 2009, tiene un capacidad de 20.594 metros cúbicos y aporta caudal a los barrios de Añorga, Igeldo, Zubieta, Aiete y algunas zonas altas de Amara Viejo, principalmente.

Los barrios de Gros y Egia, por su parte, se nutren del depósito de Mons, con 20.311 metros cúbicos de capacidad y situado en el paseo del mismo nombre, en Intxaurrondo. Sobre él se hallan las pistas de tenis y de pádel de un polideportivo. El depósito de Matia, con 12.667 metros de capacidad, da agua al barrio de El Antiguo; el de Martutene (6.639 metros cúbicos), a este barrio, así como a Loiola y Txomin y, finalmente, el de Belartza (5.607) aporta agua a Ibaeta.

presa a 100 metros Los siete depósitos almacenan el líquido que llega directamente del embalse y la presa del Añarbe, una instalación que fue construida entre 1960 y 1977 sobre el río del mismo nombre, aguas arriba de su confluencia con el Urumea, entre Gipuzkoa y Navarra. El embalse se creó para ampliar la capacidad del de Artikutza que, hasta entonces, y desde tiempo atrás, se encargaba de aportar agua a la capital guipuzcoana. Tiene una capacidad de 43,6 millones de m3 con las compuertas cerradas y de 37,2 hasta el aliviadero. Cuando, hace dos décadas, se puso en marcha la depuradora de agua potable de Petritegi (Astigarraga), que no es solo para Donostia sino para toda la Mancomunidad de Aguas del Añarbe, las aguas de Artikutza quedaron conectadas con el embalse del Añarbe, de modo que, en la actualidad, toda el agua de los hogares donostiarras procede del mismo lugar. Queda lejos pues el mito de algunos barrios, que presumían de recibir el agua directamente de Artikutza y la consideraba mejor. "Ahora, toda el agua es la misma -dicen en Aguas del Añarbe- pero antes también porque la lluvia es de la misma cuenca y en realidad no había diferencia".

La presa de Añarbe se encuentra a 100 metros sobre el nivel del mar y cuenta con dos tomas de abastecimiento situadas a 110 y 122 metros. También tiene dos desagües de fondo con una capacidad de desembalse de 23 y 33 metros cúbicos por segundo. De este punto, el agua viaja a lo largo de 11,9 kilómetros, por la fuerza de la gravedad, hasta la estación potabilizadora de Petritegi, donde se le practican análisis de calidad. Además, a lo largo del año se toman 8.000 muestras en distintos puntos de la red para garantizar el buen estado del agua de consumo.

en el siglo XVI La historia del abastecimiento de agua de Donostia comienza, sin embargo, mucho tiempo atrás. Según ha publicado el geógrafo Juan Antonio Sáez García, la población donostiarra no disponía en el siglo XVI, dentro del recinto amurallado, de más agua potable que la que proporcionaban algunos pozos, así como los aljibes del Castillo y varios escasos manantiales en Urgull. Para solucionar este problema, según explica, en el año 1566 comenzó la construcción de una conducción de agua desde los manantiales de Olarain, en la falda de Igeldo. El proyecto fue realizado por el fontanero tolosarra Juan Sanz de Lapaza, pero su ejecución fue abandonada por dificultades técnicas.

Más adelante, a mediados del siglo XIX, el agua llegaba a la ciudad de Ulia a la actual Parte Vieja. En 1896 la reina regente María Cristina y su hijo (el futuro Alfonso XIII) asistieron en Ventas de Astigarraga al inicio de las obras de la nueva traída de aguas desde el río Añarbe, una obra que fue proyectada por el ingeniero Marcelo Sarasola y el arquitecto Nemesio Barrio, y que empezó a funcionar tres años después.

Sin embargo, a causa de unas fiebres tifoideas que se achacaron al agua, el Ayuntamiento modificó la toma y esta, según Juan Antonio Sáez García, forzaría años más tarde la compra de la finca de Artikutza por parte del Ayuntamiento, que inició la etapa moderna del abastecimiento de agua en la capital guipuzcoana.