AXENXIO Artetxe vive en Deba con su esposa Miren, en una casa magnífica, en la zona de Lasao con su huerta, toda la tranquilidad del mundo y a 300 metros de la playa. A las ocho de la mañana se baña en el mar, pasea con sus amigos, discute con ellos sobre lo divino y lo humano pero… la cabeza la tiene allá arriba, en las laderas de Lastur.

Se jubiló hace unos años, pero sus toritos, el monte y el ajetreo del ganado bullen en su cabeza desde que se despierta temprano hasta que se acuesta por la noche. Genio y figura. Su esposa Miren, por mucho que se empeña en marcarle el camino, pierde la batalla y se desespera. Escribía Quevedo aquello de "érase un hombre a una nariz pegado": algo así puede decirse de Axenxio y su apego al ganado bravo.

Han sido muchos años, toda una vida de ir y venir por los pueblos de Euskal Herria y zonas limítrofes. Axenxio mantiene su orgullo de ganadero, del hombre que ha sabido ser el alquimista que ha logrado, con nueva savia, perpetuar una casta hecha ad hoc para las fiestas de los pueblos. Antes fue su padre Antonio, el auténtico Marqués de Saka, quien inició esta historia ganadera y, claro, de casta le viene al galgo.

La mirada y pensamiento de Axenxio están en Izarraitz, en sus empinadas laderas donde, desde tiempo inmemorial, pasta el ganado bravo. Los vascos han convivido con los toros desde siempre, secula seculorum, y han jugado con ellos con quiebro, recorte, mancornándolos o, simplemente, corriendo ante ellos.

Axenxio ha sabido llegar a la casta de toro que quería. Cubrió vacas con toros de Miura, Vitorino, Casta Navarra… hasta dar con lo que buscaba, el toro listo y acometedor para jóvenes ágiles y valientes. Ahí es cuando al ganadero, corriendo toros por los pueblos, le afloraba una pícara sonrisa a sus labios pensando en "qué buen toro es este". Recuerda con orgullo un 25 de julio de 1978, en el que echó ni más ni menos que 16 sokamuturras en otras tantas localidades de Euskal Herria. El toro bueno es, según su opinión, "el toro que coge a la gente que se pone delante, porque esa es su obligación; y la del torero y los jóvenes que salen a la plaza es sortear sus embestidas". Los toros han vivido ahí, en sus montes, y lo siguen haciendo aunque para Axenxio sea una especie de golosina prohibida, algo inalcanzable, un caramelo envuelto en su papel de celofán. No, no. A este hombre no se le ha perdido nada en las calles de Deba.

Coincidí con él en un paseo por la Alameda que discurre junto a la ría. "Yo tenía que estar allí, allí arriba, pero…", ese fue su primer saludo. Al hablar sobre Lastur le brillaban los ojos, se sentía inquieto, se rascaba la cabeza y pienso que imaginaba los prados con la hierba crecida, de verde intenso, millones de florecillas silvestres y toros y vacas pastando bajo la vigilancia de las cumbres de Andutz y Erlo. Le recordé aquello de "agua que no has de beber" y su amigo Beitia sonreía a sabiendas de que Axenxio no pasaría mucho tiempo sin subir a la montaña que le dio la vida. Arbisko Bailara, Madarixa, Lastur, Sasiola, Arriola… Seguramente ya no es lo que era, aunque todavía queden ganaderos que luchan por mantener la bravura en la tierra que les vio nacer.