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Chocolate

Durante los últimos tres siglos Donostia ha mantenido una gran afición por el derivado del cacao

ChocolateFoto: museo san telmo

Donostia. Alos donostiarras les gusta el chocolate. Ejemplo de ello es que en verano, cuando el calor más ahoga, churrerías de la ciudad, como Santa Lucía en la Parte Vieja, no se encuentran, precisamente, vacías. Al contrario. Pero esta afición no es cosa nueva.

Si usted visita la exposición Donostiari Begira / Mirando a San Sebastián, situada en la Casa de la Historia de Urgull, descubrirá que durante los siglos XVIII, XIX y XX el chocolate en Donostia estaba al alcance de cualquier bolsillo, mientras que en el resto de Europa este alimento derivado del cacao era un artículo de lujo.

Donostia, durante su historia más reciente, ha contado con varias empresas chocolateras que permanecieron abiertas hasta hace no muchas décadas. Una de ellas fue Louit, que se fundó a finales del siglo XIX y duró hasta la década de 1970.

La chocolatería Louit, que se situaba en la Gran Vía de Gros, aún hoy es recordada entre los habitantes del lugar. Algunos vecinos de la zona todavía tienen en la memoria el olor a chocolate que los embriagaba al pasar por las cercanías de la fábrica.

Los Louit, según se recoge en el tercer volumen de Comercios donostiarras titulado Ultramarinos, coloniales y similares (2011), eran una familia de comerciantes de origen francés. Los hermanos Edouard, Émile, Charles y Celestin Louit abrieron una sucursal de la empresa Maison Louit et Frères et Cie, situada originalmente en Burdeos, en Pasaia, en 1880, al tiempo que en 1893 inauguraron su fábrica de chocolate y mostaza, en Gros.

Un descendiente de los Louit, Edmond Louit Lapeyre, decidió en 1927 separarse de la empresa matriz de Burdeos y comprar a su familia los derechos en exclusiva de "las marcas correspondientes, pasando a denominarse Productos Alimenticios Louit".

Comercios donostiarras recoge un extracto de una conversación mantenida con uno de los descendientes vivos de los Louit: "Para nuestro abuelo, la calidad era fundamental y la primaba en la elaboración de todos los productos Louit. Se compraba el mejor cacao y el azúcar, y vino Rioja para la elaboración del vinagre. Ante la fuerte competencia de precios de Nestlé, nuestro abuelo (Edmond Louit Lapeyre) apostaba por conservar la calidad de la marca Louit. Decía: No importa perder con el chocolate con tal de conservar la calidad, ya se ganará con la mostaza. En la década de 1970, Louit se vendió a Carbonell y Gros nunca volvió a oler a chocolate.

EMPRESA SUIZA

Suchard

En la primera década del siglo XX otra empresa chocolatera de gran peso y de capital extranjero se instaló en el barrio Benta Berri, junto al antiguo río Konporta. Fue la primera fábrica de la compañía Suchard en el Estado y se comenzó su construcción en el año 1909. El final del XIX y los principios del XX, fue una época en la que importantes industrias se instalaron en esta zona de la ciudad -Cervezas El León, fundadora de la marca Keller, o la empresa de jabones La Providencia, por ejemplo-.

La empresa matriz de Suchard se encontraba en Neuchâtel (Suiza) y fue fundada en 1826 por Philippe Suchard. La fábrica de Gipuzkoa permaneció abierta casi 80 años, hasta que en 1988 fue clausurada al mismo tiempo que el resto de centros de Suchard en el Estado por problemas económicos.

EL ORIGEN DEL ÉXITO

Real Compañía Guipuzcoana de Caracas

¿De dónde procede el éxito del chocolate en Donostia? ¿A qué se deben los precios populares del cacao durante los siglos XVIII y XIX? La respuesta es sencilla: a la Real Compañía Guipuzcoana de Navegación de Caracas. Un grupo de empresarios guipuzcoanos con Francisco de Munibe e Idiáquez, conde de Peñaflorida -padre de uno de los fundadores de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País-, a la cabeza, pidieron al rey Felipe V, en la primera mitad del siglo XVII, que se constituyese una empresa de navegación para poder comerciar con Venezuela. El 7 de noviembre de 1728 se aprobaron los acuerdos constitutivos de la compañía y los primeros navíos, denominados San Ignacio, San Joachin, Galera Guipuzcoana y Santa Rosa, partieron en 1730 camino a Venezuela.

"Desde luego, las atribuciones de la Compañía Guipuzcoana de Caracas eran amplísimas. Entre ellas figuraba nada menos que la relativa a un verdadero monopolio de hecho del comercio de cacao y la facultad de perseguir el contrabando correspondiente realizado en las costas de Venezuela, no sólo por los extranjeros, sino incluso por españoles y venezolanos, y la consecuente venta de los géneros apresados", indicaba en 1963 el abogado Antonio Arrúe. Éste, junto a otros, participó en una serie de conferencias, organizadas por el Comité Ejecutivo de las Conmemoraciones Centenarias de la Reconstrucción y Expansión de la Ciudad (1813-1863).

Arrúe se encargó de exponer la historia y las motivaciones de la compañía, así como los suculentos beneficios que ésta trajo tanto a Donostia como al territorio. Sus palabras fueron recogidas en una separata del libro San Sebastián. Curso breve sobre la vida y milagros de una ciudad.

Desde los inicios de la compañía y hasta 1751, la capital contó con unos almacenes de cacao que estuvieron situados detrás la basílica de Santa María y el comercio de este alimento "adquirió un gran impulso" en Gipuzkoa. Arrúe recuerda que el diputado general del arciprestazgo mayor de Gipuzkoa, Juan Bautista Aguirre (1742-1823), aseguró que incumplían el "séptimo mandamiento de la Ley de Dios -no robarás- quienes venden como elaborado con cacao de Caracas el preparado con cacao silvestre".

Después de 1751, aunque se mantuvo el almacén de Donostia, las oficinas centrales de la Compañía fueron trasladadas a Madrid para disgusto de los guipuzcoanos. El sacerdote y escritor Manuel de Larramendi, por ejemplo, mostró su enfado en un texto de su Corografía Guipuzcoana (1756) -reproducido en 1901 en Euskal Erria. Revista Bascongada- sobre la decisión de trasladar las oficinas a la capital del Estado. "La de Guipúzcoa, ni ya está en Guipúzcoa, ni mantiene su nombre: ya casi se llama Compañía manchega ó cortesana" (sic), expone Larramendi, mientras critica que otras compañías como la de la Habana, la de Zaragoza y la de Sevilla mantuvieron la ubicación que les daba nombre.

COMPETENCIA CON HOLANDA

Precios más bajos

En este sentido, Larramendi recuerda los beneficios que trajo la empresa al Estado español. Por ejemplo, cuando el quintal -unos 46 kilogramos, según la RAE- de cacao se compraba al Gobierno holandés, éste costaba entre 70 y 80 pesos. Cuando Gipuzkoa se hizo con ese mercado, bajó considerablemente el precio del cacao, hasta unos 40 pesos.

José Estornés Lasa, en su libro La Real Compañía Guipuzcoana de Caracas (1945) enumera los precios del cacao en el Estado tras la llegada de los primeros barcos de la Compañía desde Venezuela. De este modo, cuando volvió el primero de ellos en 1932, el quintal de caco costaba 45 pesos y los siguientes años hasta 1735 se vendieron a 52. En 1736, 48 era su precio; en 1737, 42; y en 1738, 40 pesos -este precio duró hasta el término de la denominada Guerra del Asiento, que enfrentó a España contra Inglaterra, en 1748-. "Hubo una vez que se llegó a vender hasta por 30 pesos", afirma Estornés Lasa.

En el año 1758, la Real Compañía Guipuzcoana de Navegación de Caracas fue fusionada con la Real Compañía de Filipinas, fundada ese mismo año, quedando la primera "virtualmente extinguida".

Pese a la apertura y clausura de varias chocolaterías durante tres siglos, y la desaparición de la Compañía nadie puede negar, con estos antecedes, que Donostia es de las capitales vascas la más dulce.