YA son 25 años ofreciendo un verano lejos de los campamentos. Durante un cuarto de siglo la iniciativa Vacaciones en Paz ha posibilitado que muchos niños y jóvenes saharauis puedan pasar los meses estivales en el País Vasco y, también, en Donostia.

Los niños del Sáhara comenzaron a llegar a la ciudad en el año 1986. En aquella primera experiencia pasaron el verano no en familias, sino que se alojaron en un albergue. Desde entonces, hasta 1.100 niños han veraneado en la capital guipuzcoana. Muchas familias donostiarras los han acogido en sus hogares y también muchas han repetido. Una de esas familias la componen Vicen Benítez y José Calleja.

Hace doce años, la hija de esta pareja trajo desde su ikastola la propuesta de hospedar durante el verano a un niño saharaui. "Nos sentamos en la mesa y decidimos cogerlo", asegura la mujer. Aquel primer año trajeron a su casa de Altza a un niño "ya mayor". Su nombre era Mustafa y tenía unos catorce años, recuerda Benítez.

Después de aquella primera experiencia, decidieron descansar un año pero al siguiente comenzaron a traer vástagos de una misma familia saharaui, con la que aún hoy, nueve años después, continúan en contacto. "Han venido ya cuatro hermanos de la misma familia", explica la donostiarra. Este año vuelven a acoger en casa a una joven saharaui.

En cuanto llegan a Donostia, los jóvenes que participan en el programa Vacaciones en Paz tienen muchas actividades que realizar, no solo con la familia receptora. "El Ayuntamiento se enrolla mucho", asegura Benítez, y explica que monitores municipales llevan a los chavales a la piscina, a jugar a fútbol o a andar en bicicleta, entre otras tantas actividades de grupo para las que reúnen a los jóvenes.

La experiencia de convivir con jóvenes saharauis, reconoce Benítez, es muy positiva para las familias. La donostiarra afirma que hospedar a estos niños aporta "ante todo, mucha humildad" al núcleo familiar. "Te permite conocer otra cultura, conocer los problemas que están viviendo ellos. Pero, sobre todo, ellos te enseñan cómo comparten todo. Son diferentes", dice, seguido de una risa amable.

sorpresas

"Choque cultural"

Asimismo, Benítez apunta que se produce una especie de choque cultural. Por un lado, a los jóvenes que llegan a Donostia, "si es la primera vez que salen de los campamentos, les sorprende el mar". No solo el mar, sino también el monte, "lo verde". Benítez continúa enumerando aquellas cosas que les sorprenden y que para nosotros son tan comunes: "El movimiento de las calles, los semáforos, y cosas cotidianas como que salga agua del grifo".

Pese a todo, comenta que hoy en día no se sorprenden tanto, porque "va saliendo más gente de allí", gracias, en parte, al programa que permite a los niños pasar el verano en ciudades como Donostia. Además, ocurre el efecto boca a boca. En el caso de la familia de los niños que vienen a casa de Benítez, un hermano les enseña a los demás fotografías de su estancia aquí cuando vuelve a su hogar en los campamentos, "y ya no se sorprenden tanto". "Pero hace once años no sabían subir escaleras y cuando veían una bicicleta o un balón se volvían locos", recuerda con cierto humor.

No obstante, no son solo los niños los que descubren la cultura vasca, ya que también los donostiarras aprenden de ellos. Benítez relata que los niños son musulmanes y que, por ejemplo, "no deben comer" cerdo. También tienen horas concretas para rezar. "Si no sabes nada de la cultura musulmana, choca que se pongan a rezar mirando a la Meca", afirma, pero no duda ni un momento en reconocer "esas cosas hay que respetarlas".

Benítez recomienda la experiencia a todo el mundo. De hecho, dos personas de su cuadrilla han comenzado también a acoger a niños saharauis en verano. "O los aborreces o te enganchas. Y muy mal, muy mal te tiene que ir para aborrecerlos. Muy mal tiene que salir la experiencia para decir se acabó", sentencia la mujer.

vínculos

Como uno más de la familia

Después de tantos años, surgen vínculos entre la familia de acogida y los niños que son más que evidentes. En el caso de Benítez, dos veces al año viaja al Sáhara para estar con la familia a la que pertenecen los niños que acoge en verano.

"Es duro dejarles marchar, porque sabes a dónde van y en qué situación están allí", indica, y reconoce que, pese a todo, "hay que ser conscientes de a qué vienen aquí". "Tienen a su familia y vienen aquí a respirar aire puro y librarse de temperaturas de 50 grados. A disfrutar un poco de la vida", continúa.

Benítez y el resto de su familia se vuelcan con los niños, los tratan como a hijos propios. Todos los veranos, antes de que vuelvan al continente africano, preparan un cumpleaños ficticio y su correspondiente fiesta. De todos modos, este verano les quedan todavía bastantes semanas antes de empezar a pensar en preparar el de este año.