La escritora gallega Ángela Banzas, que tanto ama su tierra, vuelve con una segunda novela ambientada en ella en la que tiene como objetivo ensalzar las voces de aquellas mujeres -literatas y no- que tan silenciadas se encontraban en el siglo XIX. Con El aliento de las llamas nos insta a la reflexión propia sobre la igualdad y nos lanza un mensaje de esperanza recordándonos que “no somos la cera quemada, somos la vela que sostiene la llama”.
En su nuevo libro, El aliento de las llamas, encontramos secretos familiares, traiciones y lealtades. ¿Qué fue lo que le atrajo de estos temas para desarrollarlos en la novela?
Siempre digo que las novelas te encuentran. Las construyo en múltiples capas: alma, corazón y piel. En el alma están esas reflexiones de libertad, todo lo que me mueve. En el corazón tenemos los latidos de estas grandes mujeres, las literatas y las que no lo son. En la piel está el misterio, la intriga, todo aquello que necesito que entretenga al lector y que lo mantenga pegado a las páginas. Me afano más en construir a los personajes. Recupero el género epistolar y quiero dar voz a muchas mujeres diferentes, quiero hacer ese retrato de la sociedad. Parto de la figura de doña Emilia Pardo Bazán y es como que la desdoblo, una protagonista mujer con más experiencia de vida que se dirige a la más joven, pero con los atributos propios de la escritora.
Protagonizado por mujeres literatas, un oficio mal visto en aquella época de 1889, ¿por qué cree que la historia de las mujeres escritoras no se nos cuenta conforme estudiamos?
Esta es una reflexión estupenda a la que aspiro que tengan los lectores cuando llegan al final de la novela, preguntarnos si hemos evolucionado tanto como creemos o si hemos involucionado algo en ciertos aspectos. Habría que pensar qué tipo de mujer se quería en el siglo XIX, supeditada al ámbito privado y doméstico en el que la burguesa podía leer y escribir dentro de su casa, pero con cero notoriedad. Invisibles a fin de cuentas, y a quien se saliese de eso y no quisiera adaptarse a ese molde le tenían preparada una corrección. Me han comentado que se consume mucho en gente muy joven tipos de lecturas que son más de perfil romántico. Parece que la aspiración es la de vivir una historia en la que la chica buena encuentra al chico malo y lo cambia, por lo que esto no ha cambiado nada. ¿Dónde acaba la historia? Con ellos juntos. Esa es la aspiración, el final, el objetivo, es el mensaje también, ¿no? Por lo que digo: “¿Hasta qué punto esto ha cambiado?”. El yo femenino sigue siendo supeditado a relaciones tóxicas. Ahora se les pone nombre, antes no lo tenían. Si tenemos las palabras, ¿por qué no buscamos la medicina? La medicina está en tener la mirada crítica. Doña Emilia y la Avellaneda tenían un pensamiento transgresor porque tenían una forma de mirar la sociedad y el mundo críticamente. Para cultivarla tienes que basarte en la contemplación y requiere de culturizarse. Ya no es saber leer, es saber si lo que leemos nos interesa o no.
Muchas de sus protagonistas escriben por motivos diferentes. ¿Podríamos decir entonces que este es el objetivo por el que lo hace usted?
Por supuesto, yo escribo siempre para atravesar muchos fuegos. Cuando era cría, no solo escribía para intentar entender la realidad, sino también para poder cambiarla. Es un ejercicio de exploración de la condición humana y lo hago constantemente. Suena un poco fuerte, pero como soy gallega me lo perdonarás (risas), escribo siempre con los ojos de la muerte, que son los del tiempo. Miro como si la muerte estuviera mirándonos a todos y diciendo: “¿Qué estáis haciendo?”. La vida es una maravillosa aventura y, como decía Ernesto Sábato: “Debemos ahondar en el instante”. Parece que ahora en lugar de ahondar en los instantes los engullimos, devoramos y tragamos como si no significaran nada. Escribo para poder escucharme, para saber qué pienso y siento respecto a lo que tengo enfrente. ¿Cuántas veces debemos morir en una vida para aprender a vivir en ella? Las mismas preguntas que me formulo, pretendo que se las formulen los lectores, de esta forma creamos esos puentes maravillosos y esas cadenas que nos van enriqueciendo.
Un claro ejemplo de que engullimos instantes se evidencia con la presencia constante de las redes sociales en nuestra vida. ¿Cómo maneja la cercanía con sus lectores a través de ellas?
A mí no me gustan especialmente las redes sociales, pero esa es la única ventaja que veo. Tengo solo Instagram y lo uso para comunicar eventos. Siempre animo a cualquiera que me quiera decir algo a que lo haga, ya que siempre contesto. Me enriquece, porque sé que si la otra persona necesita decirlo es porque necesita ser escuchada. Hay algo muy bonito que me pasa en las presentaciones y que me inspira, y es que la gente viene con ganas de contarme algo y, a lo mejor, me hace depositaria de algo muy íntimo y personal. Eso también lo pongo en valor y, a veces, surge la chispa para los personajes.
¿Alguna vez ha pensado en salir de su zona de confort para escribir alguna historia que se desarrolle fuera del territorio gallego?
De hecho, el País Vasco lo tengo mucho en mente. No quiero decepcionar, porque mi familia política es de Bilbao. Siempre estoy pensando en la mejor historia, pero será justamente porque quiero una gran historia.