El currículum de éxitos que forman parte de su carrera deportiva impresiona. A sus 49 años, Oskar Astarloa (Elgoibar, 1974) puede presumir de haber jugado (y dejado huella) en equipos vascos de todos los niveles durante más de tres décadas; primero en el club de su pueblo, Elorrio, pasando por el Getxo Rugby, Bera Bera, Ordizia, Gernika, Hernani, Aviron Bayonnaise, Saint Jean de Luz Olympique… Ha recorrido el país de arriba abajo. Ha conocido la élite de este deporte en el que el respeto forma parte esencial del juego y lo hace único. Cuenta por teléfono que hace poco vio al Athletic en San Mamés, donde volvió a constatar que no le gusta el ambiente bronco de los campos de fútbol. Cuando desde la grada oye una lluvia de insultos lo pasa “mal”. En el rugby hay otros códigos. Unos valores. Una filosofía de vida. “Al final los deportistas tenemos que dar ejemplo, somos educadores”, afirma. Una de las tradiciones más famosas del rugby es el tercer tiempo, donde ambos equipos confraternizan con unas cervezas después del partido. “Es muy importante que esto se mantenga. Le da un punto extra, pocos deportes tienen algo así”.

Oskar Atarloa con un balón de rubgy Oskar Martinez

Jugó como profesional del Top 14 francés en los dos mil, un hito al alcance de muy pocos. Lo peor de aquella experiencia, dice, era la comida. No se acostumbró a la cocina francesa. “Me ofrecieron trabajo en una empresa y dije que no. Cogía el coche y después de los entrenamientos volvía a casa”. Relata una vida un tanto nómada, también como entrenador, su cargo actual. Astarloa dirige a la selección española y la de Euskadi sub 18 y, según cuenta, ha rechazado una oferta del Stade Hendayais de Rugby “con la boca pequeña”. Y no es porque no quiera. No le da la vida. Está casado y tiene dos hijos de 11 y 7 años a los que también les tira el deporte. Fuera del rugby, continúa trabajando en su empresa de selvicultura y explotación forestal, Oskarbi Basolanak. Cuando empezó, realizaba un trabajo más físico, motosierra en mano, y ahora se sube al autocargador para el transporte de madera. La tala se la deja a las nuevas generaciones. 

Gales 99

Formó parte de la histórica Selección que se clasificó para el Mundial de Gales de 1999. El camino previo fue épico. Astarloa trabajaba por la mañana, a partir de las doce se machacaba en el gimnasio y por la tarde tocaba entrenamiento. Un no parar. Aquel era un grupo muy variopinto de deportistas amateurs -él, leñador, compartía habitación con Carlos Souto, un guardia civil- con el que se llevaba bien. Esa fue una de las claves del éxito. “Pasa en todos los deportes: si tienes un buen grupo humano y deportivo se nota, los resultados llegan y el equipo funciona”, asegura Astarloa. La clasificación para el campeonato del Mundo pudo haber transformado el futuro del rugby estatal. Sin embargo, fue una “oportunidad perdida” de profesionalizar el deporte. La hazaña quedó a medias. “Hay muchos flecos que se me escapan, pero se podía haber tirado para adelante con una inversión de dinero y mayor implicación de las instituciones. Faltó empuje, no se hizo una buena propaganda, como en su día ocurrió con Italia”, explica. 

Oskar Astarloa junto al escudo del Durango Rugby Taldea Oskar Martinez

En 25 años no se ha repetido semejante gesta, aunque los jóvenes jugadores a los que entrena en la selección piden paso. “Hay ocho chavales que ya están jugando en Francia, te das cuenta de que el nivel está subiendo mucho”, afirma. Además de las escapadas al monte, disfruta de las cenas en las sidrerías, alguna comida con viejos compañeros… Esta leyenda del rugby vasco que alcanzó su cénit deportivo a principios de siglo es un tipo afable que mantiene amistad con otros muchos jugadores.

Festín en Iparralde


El partidazo. Astarloa recuerda el salto que supuso para él jugar en las filas del Aviron. Una vez derrotaron al todopoderoso Stade Toulousain. “Fue una victoria de gente vasca, currela y sufridora que cuando saltamos al campo nos transformamos”. 


Años felices. Además de los “buenos momentos” que ha pasado con la selección de Euskadi, guarda con cariño su periodo como capitán en San Juan de Luz. “Fueron años muy buenos en los que disfruté mucho”, recuerda. Aún mantiene una estupenda relación con el club labortano.