Los designios de la Michelin, al igual que los del Señor, son inescrutables”. Ésta fue una de las gracias que solté cuando el pasado martes, día en el que se celebró la gala anual de la Michelin, me llamaron de EITB para participar en el programa Biba Zuek y me realizaron una entrevista previa a mi intervención. Y a la pregunta de “qué previsiones hacía en nuestro entorno”, esa fue la respuesta. 

Tengo que admitir que me equivoqué, ya que la gala de la Guía Michelin 2025 ha sido, tal vez, la más previsible de cuantas se han realizado desde que la entrega de estos galardones pasó, hace cosa de una década, de ser un evento semiprivado en el que los asistentes conversaban y bebían mientras se desarrollaba el acto a convertirse en una gala al estilo de los Oscars de Hollywood, retransmitida en directo desde un gran auditorio, con cientos de asistentes cada uno quietecito en su butaca, profusión de smokings, trajes de gala y banda sonora monocorde y machacona. Se ha ganado en elegancia y postureo, pero se ha perdido en misterio. No hay encanto… y no hay filtros.

Y es que hubo un tiempo en que esta gala era imprevisible. Ahora todo el mundo que acude sabe si va a recibir o no su estrella y van maqueados en consonancia. Antes no era así, como recordaba Sergio Zarate cuando le entrevisté aquí hace unos meses. De hecho, en 2015 él recibió la invitación a la gala en Madrid y acudió por curiosidad, sin saber que iba a recibir una estrella. “Allí estaba yo. Apoyado en la pared del fondo, con una copa en la mano, cuando dijeron mi nombre. No me lo podía creer. No sabía qué hacer, ni dónde dejar la copa. Me la tuvieron que sujetar para que subiera al estrado... un cuadro”, resumía el bilbaíno que fue, me temo, el último vasco que acudió engañado a este tinglado.

Hoy todo es muy diferente. A la gente se le comunica que va a ser estrellada y, se supone que tienen que guardar una discreción, no hacerlo público, contenerse… pero somos humanos y antes del día de la gala aquí canta hasta el apuntador y hasta el pescatero del barrio sabe quiénes van a ser los elegidos y lo larga a todo quisque, con lo que el halo de misterio que rodeaba a este día se ha desvanecido. Lo pude comprobar cuando para ponerme las pilas de cara al mencionado programa eché un vistazo a la prensa de los últimos días. Consulté tres o cuatro medios y en todos, absolutamente todos los artículos que leí se mencionaba a Alai, y a Ama, así como a Casa Marcial, a Alevante, a Lu, a Retiro da Costiña, a MAE, a Origen, a Casas Colgantes, a Sen Omakase, a Esperit Roca, a Epílogo, a Ansils, a Simpar, a Mesón Andaluz, a Velasco Abellá, a Pabú, a Kitchen Bar, a Chispa (el de Madrid, no el japo-bizkaitarra)... Todos, sin excepción, han conseguido su estrella y, por consiguiente, pocas caras de sorpresa se vieron en el escenario.

"La mala de la película"

Hablando del escenario, este año volvió a repetir la catalana Ainhoa Arbizu como presentadora y una vez más, en mi humilde opinión, ofreció una imagen lamentable cuando se dirigió, antes de la entrega, a los galardonados con una estrella. Por segundo año consecutivo los premiados no pudieron tomar la palabra ni agradecer su premio y la presentadora se encargó muy bien de dejarlo clarito antes de que ninguno pisara la escalera de acceso: “A los que no estuvisteis el año pasado os vamos a pedir frescura, dinámica, que vayáis ágiles. Iré diciendo los nombres, subís, os ponen la chaquetilla, hacemos la foto en el centro del escenario, os desplazarán a uno de los lados, por favor, no cubráis la pantalla central para que podamos ver bien todos... y después no habrá parlamento, no podréis agradecer para ir así rapidito, y nada, ya está todo dicho”. Así de diáfano.

Además, no quedó ahí la cosa. Tras realizar, de manera un tanto atropellada, la foto de grupo de los nuevos estrellados y ver que estos no dejaban el tablado, la presentadora no se anduvo con chiquitas y empezó, literalmente, a echarlos del mismo. “Luego os dais besos y os abrazáis, que tenemos que ir despejando el escenario... chicos, chicas... luego os abrazáis y os besáis, así... vais bajando y os vais sentando… gracias a cada uno de vosotros…” éstas fueron las últimas palabras que los chefs oyeron de la boca de Ainhoa a la que sólo faltó empuñar una vara de avellano e irlos apaleando al estilo de los pastores del encierro para quedarse sola en el escenario y llamar al presidente de Makro que, éste sí, dispuso de casi tres minutos de micrófono para explayarse a gusto, y es que tiene que quedar claro quién es el que paga la ronda.

Creo, sinceramente, sin entrar en otros análisis sobre el espectáculo contemplado ayer que darían para otro artículo, que la Michelin debe replantearse seriamente la manera en la que da la bienvenida a sus nuevos valores. Para un cocinero, sobre todo si es joven, el ganar una estrella puede ser el momento más importante de su vida, y reducir esto a recibir una chaquetilla apresuradamente, ser fotografiado en grupo como un rebaño y ser enviado de vuelta del Olimpo a tierra con una patada en el culo sin haber apenas disfrutado de las mieles del triunfo es un tanto decepcionante. Un evento de tal nivel por parte de la que sigue siendo la guía más considerada del mundo requeriría de más glamour, más cariño y, sobre todo, más seriedad… y más filtros.