En un tiempo añadido imprevisible, fuera de toda lógica, sometido como había estado el Atlético de Madrid durante casi todo el partido y salvado por Jan Oblak, Antoine Griezmann surgió en la última jugada del duelo para remachar la victoria agónica de su equipo allá por el minuto 101, ganador de la ruleta rusa a la que se jugó en los instantes finales, con el 1-0 de Mario Hermoso en el 91, el empate del Oporto en el 95, por un penalti cometido por el central, la apoteosis final de El Principito.

Condenado a la última media hora en cada partido, en una estrategia más que discutible en lo deportivo, por los 40 millones que deberá pagar el Atlético al Barcelona si juega al menos 45 minutos en el 50% de los encuentros disponible entre la pasada y la actual campaña, asomó el exjugador de la Real Sociedad para ser tan decisivo como hace tiempo no le se recuerda, para dar un triunfo que nadie intuía en el Metropolitano y que disimula todas las incesantes dudas que demostró el conjunto rojiblanco.

Hasta entonces, Oblak, duda toda la semana por una contusión severa en el muslo izquierdo, había sido la única certeza en la igualada sin goles, a nada por parte del conjunto rojiblanco, por la que transitó el equipo madrileño hasta el tiempo añadido, hasta un final que apela a la épica y a la locura de un conjunto que fue difícil de comprender durante la hora y media de fútbol anterior.

En la rutina reciente del equipo rojiblanco en los últimos tiempos en el máximo torneo europeo, el Metropolitano aparece como un territorio tenebroso para él; el planteamiento de los rivales suponen un jeroglífico irresoluble y el fiasco está latente casi en cada lance, al borde este miércoles de la derrota, primero, y del empate, después, pero ganador en el alambre cuando nadie lo esperaba.

En superioridad numérica por una torpeza de Taremi, expulsado por tirarse en el minuto 82, el Atlético afrontó el tiempo de descuento, de diez minutos, con el gol de Hermoso en el minuto 92, pero el gol de penalti, transformado por Uribe, sentó como una bofetada en el Wanda. Hasta que llegó Griezmann, salido desde el banquillo, para decidir el partido en un saque de esquina que remató en el segundo palo.