Enfilada la cuenta atrás, la campaña ya va de mayorías suficientes. ¿Qué es una mayoría suficiente? Para empezar hay que aclarar que la única mayoría suficiente es la absoluta y que esta se obtiene por dos medios: recursos propios o pactos.

Lo sabe Núñez Feijóo, cuyo principal problema es la escora del PP que le ha dejado sin más interlocutor que la extrema derecha; y lo sabe Sánchez, cuyo principal problema es que el personalismo de su acción pública le ha convertido en el emblema a descabalgar. Ambos pretenden ofrecer un clavo ardiendo al electorado: agárrense a él para evitar al otro.

Pero la realidad es que la diversidad de opciones políticas no se va a evaporar. El bipartidismo ya no funciona en Europa y apelar al voto útil no ha servido para recuperarlo. Útil es, para cada votante, la representatividad de su sensibilidad. Tampoco nos engañemos: los partidos de raigambre territorial lo tienen más difícil. Tanto por el rodillo mediático que alimenta la polarización como por la dimensión de su público objetivo.

Pero la trampa dialéctica es sugerir que la pluralidad de la representación en el Congreso y el Senado deben sacrificarse en favor de la gobernabilidad. Ahí se ha asentado Núñez Feijóo, que demanda eufemísticamente una mayoría suficiente que solo podría ser la absoluta. Y, por lo que se ve, eso no está en su mano. Para alcanzarla precisa, como mínimo, de Vox.

En ese estado de cosas, la experiencia resta credibilidad a la afirmación del PP de que su prioridad será un acuerdo con el PSOE. La pretensión de no espantar a quienes aún tienen muy en cuenta que Vox es un socio indeseable por sus postulados antidemocráticos, es meramente formal. El presidente del PP puede pretender ser investido amparado en la abstención socialista, pero su gobernabilidad está en manos de la ultraderecha, cuya agenda ha asumido Núñez Feijóo allí donde le han hecho falta sus votos. No es creíble que la anunciada derogación de toda la legislación aprobada por ‘el sanchismo’ vaya a contar con el respaldo del PSOE. Y los presupuestos que sustenten esa agenda, tampoco. Así que no hay despiste posible: la alternativa a la derecha no es la gran coalición sino el pacto de la diversidad. Y para que ese pacto de diversidad sume lo suficiente, es preciso que no haya desistimiento de voto entre quienes rechazan el bipartidismo. El intento de Sánchez de no desgastarse durante los próximos meses puede jugar en su contra y arrastrar a quienes han dado estabilidad a su gobierno desde su propia identidad.

Eso de la identidad les lleva a algunos por el camino de la amargura. Ayer, Txema Oleaga aludía a ella en Onda Vasca para pedir que los partidos soberanistas aparquen lo que él llama “obsesiones identitarias” y cedan a las prioridades de una agenda estatal. La pretensión sería que los nacionalistas vascos aparquen su identidad precisamente en el momento en el que más amenazada está por la uniformidad que propugnan a derecha e izquierda del panorama estatal.

Pero Oleaga no habla a humo de pajas. De momento, ese diagnóstico ha conseguido convencer a EH Bildu de que entierre cualquier agenda vasca para homologarse como socio del PSOE en Madrid y colabora con el mensaje de que la especificidad vasca no toca ahora. Pero sutilmente, para maximizar sus votos movilizados porque la abstención afecta siempre más a los partidos de amplio espectro sociopolítico, como el jeltzale, que a los de nicho.

De modo que la mayoría suficiente es un concepto disperso. Para el PP será toda la que le permita sumar con Vox; para el PSOE, toda la que les impida hacerlo. Y, conectada con ella, las minorías suficientes. De Vox y Sumar en los mismos términos que sus socios mayores; del PNV, toda la que le haga socio necesario; de EH Bildu, la que le sostenga el discurso del cambio de ciclo –porque el 23-J no tiene propuesta programática–. Para la ciudadanía vasca, la suficientemente representativa de sus intereses, que pueden perderse de vista entre el ruido y la pereza estival.