Es obvio que PSOE y PP gestionaron las elecciones de mayo pasado como una primera vuelta de las del próximo día 23. Y lo es también que EH Bildu pretende que ese día parezca una primera vuelta de las autonómicas del año que viene, tras propiciar el rodillo derecha-izquierda –Núñez Feijóo-Sánchez– sacando de su agenda de Madrid el soberanismo. Menos empacho tiene su coaligado para el Senado, ERC, que ya pasó el trance de jugarse el Gobierno autonómico y no duda ahora, por boca de Gabriel Rufián, en admitir que, si un gobierno del PP está dispuesto a sentarse en la mesa de diálogo sobre Catalunya, se sentará él también. Hipótesis difícil de cumplir pero que deja claro que, si se trata de dialogar y se trata de Catalunya, ya no hay izquierdas ni derechas.

Pero, volviendo al 23-J, los partidos de raíz vasca contrastan en su estrategia. El PNV se desgañita reclamando una voz fuerte para Euskadi en el parlamento español, que cada voto refuerce esa agenda y prioridades que responden a la realidad social y económica del país y la defensa a ultranza del autogobierno. Refuerza su discurso con el enunciado de cada iniciativa presentada en solitario en la última legislatura –ayer las relativas a derechos humanos– y pone pie en pared ante la ultraderecha: ni con Vox ni con quien acuerde con Vox. Recado a Núñez Feijóo.

Por el contrario, los candidatos de EH Bildu no hablan de autogobierno y dedican su tiempo a reivindicar las políticas pactadas con el PSOE para todo el Estado –aun a costa de limar competencias vascas– y en convencer a sus votantes de que les voten el 23-J no por su representación en Madrid sino por lo que hará “cuando EH Bildu esté en el Gobierno vasco” (Iñaki Ruiz de Pinedo, sic). Ayer, pidió revisar la Ley de Transición Ecológica del Estado para acelerar la descarbonización pero escondió que en Euskadi eso pasaría por cerrar filas en torno a los proyectos de energías renovables y no hacerse bola en cada municipio para que se instalen en otro lado. Ahí no ha llegado todavía la coalición de Otegi.

Pero, sobre todo, a los partidos vascos les miran los de obediencia estatal para trilearles sus votantes. Algunas argumentaciones son tan alambicadas como las de Sumar que, por boca de Lander Martínez, pretende que “las cuestiones vascas” les necesitan a ellos en el Gobierno del Estado para tener un interlocutor dispuesto a escuchar. Vale, pero, ¿quién sino los partidos vascos va a llevar esas cuestiones a interlocución? No Sumar, no PSOE, no PP. Y, en la experiencia de la última legislatura, tampoco EH Bildu, que no priorizó en sus acuerdos con Sánchez ningún ámbito de competencia vasca.

En todo caso, lo que se va consolidando en campaña es la sensación ganadora con la que los suyos arropan a Núñez Feijóo. En adelante, se va a amparar en el discurso que han construido para él en el PSOE: el voto útil es parar a Vox. Pues vale –ya argumenta el gallego–, denme una mayoría suficiente para prescindir de ellos, aunque el ‘plan a’ siga siendo gobernar con ellos. En paralelo, aflora la voluntad del PP de alcanzar el poder por encima de otras consideraciones. Dividir a las víctimas de ETA también les vale. Que algunas con sueldo público a la sombra del PP –Marimar Blanco, Daniel Portero,…- encabecen la defensa a ultranza de la utilización de las víctimas de Txapote es de oficio.

Tiene razón Patxi López cuando lo califica de “utilización perversa”. Pero no es suficiente palanca para sacar al PSOE del estado de shock por el mal desempeño de Sánchez en el cara a cara del lunes y su ausencia en campaña. El presidente socialista parece más empeñado en construirse imagen exterior de estadista que en ganar las elecciones. Ninguna foto con líderes de la UE o la OTAN le va a rescatar y se le pasa el tiempo de ir pico-pala a convencer al electorado, como hizo en el pasado. Y no se trata de que no tenga razón al denunciar el cheque en blanco de Núñez Feijóo a la ultraderecha. Es sólo que el cementerio político está lleno de tumbas de gente que tenía razón.