Donald Trump ha dedicado sus primeros días en la Casa Blanca a consolidar su imagen de líder políticamente incorrecto y a materializar sus más estrambóticas y polémicas iniciativas. Con ello, el nuevo presidente de los Estados Unidos refuerza su relato sobre sí mismo que tanto gusta a sus seguidores. Ha criminalizado y obstruido la inmigración pese a la abierta dependencia de su mano de obra en la economía estadounidense; ha estigmatizado la diversidad sexual, amparado por un discurso sobre valores familiares que su propio comportamiento desmiente. Ha extendido su propia impunidad a sus seguidores, que violentaron el sistema democrático, al asaltar el Capitolio. Ha catapultado los intereses económicos del lobby de los combustibles fósiles abandonando los compromisos internacionales. Y ha satisfecho su propio ego sacando de nuevo a su país de la Organización Mundial de la Salud por el antagonismo entre su gestión del covid-19 con los mensajes erráticos y la irresponsabilidad que él practicó en su primera presidencia. Algunas de sus iniciativas estrella ya han hallado límite en la Justicia estadounidense porque desbordan los límites que su Constitución impone a su capricho y se augura una larga pugna en los tribunales. Aunque el espectáculo de incorrección y arrogancia tuvo su siguiente cuadro en Davos, donde Trump acudió como un amenazante charlatán de feria a captar inversiones con la promesa de la menor fiscalidad del mundo y anunciando aranceles insoportables a quien no produzca en su país. Está por ver el alcance de la guerra arancelaria que promete y que puede ser un bumerán que dispare la inflación en su país y encarezca el precio del dinero, mermando la capacidad de inversión de sus empresas y dificultando la creación de empleo. Cuando terminen el soliloquio y los fuegos de artificio –la desclasificación de informes de los asesinatos de los Kennedy o Luther King no incidirán en la calidad de vida ni la economía global–, empezará la partida real. Mientras, no es inteligente alimentarse de la toxicidad del primer acto de la comedia de Trump. Es mejor que el resto de actores, con Europa en primer lugar, tomen medidas económicas, energéticas y sociales que propicien un escenario mejor que detenerse a la espera de uno peor, precipitándolo.
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