Los gobiernos de España, Irlanda y Noruega reconocen desde ayer a Palestina como Estado y se unen a los 142 Estados que lo habían hecho con anterioridad. En ese sentido, el gesto no anticipa un cambio radical del estatus de Palestina en la comunidad internacional pero sí propicia un debate que ha sido mantenido en letargo por razones geopolíticas y que apela a Estados Unidos y la Europa Occidental para impulsar un cambio radical de paradigma que, en el estado de cosas actual, se antoja difícil en el corto plazo. El consenso aparentemente amplio en torno a la solución de los dos Estados en la región –que reconocería de facto la equivalencia de derechos de los pueblos palestino y hebreo a disponer de su propio país– no se materializa. Se arrastra la dilación desde la pérdida de la oportunidad histórica que fueron los acuerdos de Isaac Rabin y Yaser Arafat –asesinado el primero y debilitado hasta la muerte el segundo por extremistas de sus propias filas–. El Gobierno de Benjamín Netanyahu está utilizando las mismas técnicas de desinformación, maniqueísmo, reproche emocional y señalamiento que otras fuerzas de la ultraderecha en todo el mundo. Hay un encastillamiento en torno a su persona y su doctrina de la seguridad israelí para justificar desmanes en el terreno, acosar y amenazar a instituciones internacionales –desde el secretario general de la ONU a la Corte Penal Internacional– amparado en un relato interesado de su derecho a la defensa. Netanyahu, y otros líderes de la derecha israelí antes que él, deslegitima a Israel como democracia al no garantizar la igualdad de derechos por razón de etnia y religión, impedir el sufragio universal mediante trabas a la libre circulación de la minoría árabe con ciudadanía israelí, la ocupación y expropiación de territorios en Cisjordania, ajenos a las fronteras reconocidas en 1967, y la ausencia de una tutela judicial efectiva que salvaguarde todos los derechos humanos. En el otro extremo, es imperiosa la deslegitimación de los grupos terroristas que propugnan la guerra santa hasta el exterminio de Israel; igualmente, los líderes de la Autoridad Nacional Palestina deben proclamar y difundir sin ambages el derecho a la existencia de dos estados en régimen de vecindad. Sin principios democráticos y de derecho en los liderazgos de la región, la paz será una quimera.