Por desgracia, el cambio de año no significa poner el contador a cero, por lo que 2024 heredará buena parte de los males, las amenazas y desafíos que marcaron el día a día en 2023. Lo peor siempre son las guerras y, lejos de haber avanzado en una solución para la invasión de Ucrania, enquistada en el frente pero con evidentes síntomas de fatiga en la comunidad internacional que arropa a Kiev, lo que juega en favor de Rusia, ha estallado en Oriente Próximo un nuevo y cruel capítulo de la eterna guerra entre Israel y Palestina. También aquí el conflicto tiende a cronificarse pese a las iniciales bravuconadas del cada vez más cuestionado liderazgo de Benjamin Netanyahu. A diferencia de otros tiempos, el mundo adolece de una gobernanza mundial con autoridad suficiente para guiar los desencuentros hacia vías de solución. La ONU hace tiempo que perdió esa capacidad, pese a la valiente voz de su presidente António Guterres, y el liderazgo de EEUU se ha debilitado ante el empuje de polos como el que representa China, que ha conseguido nuclear un ámbito de influencia que escapa al eco de Occidente. En este nuevo escenario global, la democracia, como sistema para ordenar las sociedades desde cimientos jurídicos de libertad y respeto a los derechos humanos, está sufriendo desde dentro mismo una grave erosión que amenaza sus fundamentos, incapaz de ofrecer respuestas que demandan sociedades cada vez más polarizadas y poco permeables a la incertidumbre. Se está creando un caldo de cultivo ideal para el progreso de fuerzas de extrema derecha que pescan en bancos de frustración y miedo con propuestas maniqueas y soluciones fáciles a problemas y desafíos complejos, por ejemplo, el de la inmigración. En este sentido, las elecciones al Parlamento Europeo de junio se antojan cruciales en este combate contra los partidos de extrema derecha, cada vez más fuertes y normalizados. Y 2024 será el año del desarrollo decisivo de la inteligencia artificial, un asunto que entró en la agenda en 2023 y en el que se está librando un combate por su dominio entre las principales potencias del mundo sin reparar en las consecuencias que para la seguridad de la humanidad tiene su desarrollo sin control. ¿Quién le pone el cascabel el gato? Esa es la cuestión en un mundo cada vez más fragmentado para la defensa de los intereses comunes y que sigue dando largas con paliativos a su desafío existencial: el cambio climático.