La primera ronda de conversaciones para la investidura de Pedro Sánchez concluyó el viernes con la inédita fotografía de un presidente español estrechando la mano de un (una en este caso) representante de la izquierda abertzale. Como era de esperar, la imagen está siendo exprimida desde la trinchera opuesta para alimentar la crispación como recurso desesperado ante la inevitabilidad de la investidura tras el fracasado intento de Núñez Feijóo. Sin embargo, el balance de esta primera ronda deja más dudas que certezas sobre el éxito final de la negociación y, desde luego, descarta el escenario de una investidura veloz tal y como deseaban los socialistas y que, de culminarse, tiene toda la pinta de que se acercará a la fecha límite del 27 de noviembre. De los encuentros con los potenciales aliados, Sánchez ha salido con el único apoyo seguro de EH Bildu, al que le basta con impedir la llegada a Moncloa de la derecha y la extrema derecha. El resto de los votos se los tendrá que trabajar a fondo, uno a uno, con distintos niveles de compromiso, tanto en lo tocante a las propuestas y demandas de cada formación, como al nivel de funcionamiento de la alianza y de control en el cumplimiento de los acuerdos. A cambio, el propio candidato a renovar la presidencia necesitará de sus aliados garantías de que los pasos que va a dar, por ejemplo, en asuntos tan delicados como el de la amnistía, encontrarán la recompensa de la estabilidad. De momento, ha sido el PNV el partido que ha garantizado su apoyo a los primeros presupuestos si fructifica el pacto entre ambos, entendiendo que para que la legislatura avance y los acuerdos puedan materializarse es indispensable que el Gobierno tenga las cuentas aprobadas. El arranque de las negociaciones no ha traído la luz a la investidura progresista pero tampoco ha habido ruptura y todos los puentes siguen intactos. A la dificultad intrínseca de unos acuerdos a tantas bandas y de tan diferente naturaleza se suma el recuerdo de la pasada legislatura, en la que el propio Sánchez jugó a la carta del miedo a la ultraderecha para forzar la maquinaria en dirección a su conveniencia, dejando muchas veces en papel mojado los acuerdos que le auparon a la presidencia. La certeza de que el fracaso de las negociaciones ofrecerá una indeseada oportunidad a la derecha y la ultraderecha se antoja como el mejor seguro de que el acuerdo llegará. La repetición electoral no es buena para nadie.