Las muertes ocurridas en Orio en un episodio de violencia machista muestran el espanto de un fenómeno que sigue siendo demasiado cotidiano. La lacra de la violencia machista tiene un coste social, ético y de deterioro de la convivencia que trasciende del marco territorial concreto y adquiere dimensiones pandémicas. En Hegoalde, se registraron más de 8.400 denuncias el año pasado –6.095 en la Comunidad Autónoma Vasca y 2.352 en la Foral Navarra– y en los últimos diez años, en todo el Estado han perdido la vida por esta violencia más de 1.200 mujeres. Pero es que países de nuestro entorno y perfil cultural occidental registran entre 120 y 150 mujeres asesinadas cada año –Francia, Alemania, Italia– y Estados Unidos, según un informe de Reuters con datos de 2018 –sólo un tercio de los Estados identifica los casos de violencia machista– era el tercer país del mundo –tras India y Afganistán– donde más probable es que una mujer sufra una agresión sexual. Todas estas cifras, unidas a actitudes políticas escandalosas –Polonia abandonó el Convenio de Estambul contra la violencia hacia las mujeres por considerarlo contrario a sus principios religiosos y la reivindicación de modelos de desigualdad desde la ultraderecha es una constante– hablan de una carencia severa de verdadera sensibilidad hacia el problema. La Unión Europea no contabiliza la violencia machista en el conjunto de su territorio desde 2017. La existencia de convenios internacionales o normativas internas no resulta suficiente mientras no se vea acompañada de una estrategia de formación y proyección pública de la igualdad. No basta con la sanción legal a las actitudes machistas mientras no se vea acompañada de una decidida y constante sanción social hacia ellas. Falta una sincera reflexión sobre la toxicidad de modelos sociales y estereotipos comerciales de masculinidad y feminidad que ganan espacio de un modo preocupante entre las nuevas generaciones. La lucha contra el marketing comercial que alimenta el consumo de esos estereotipos identificados desde tiempo atrás como nocivos no es suficiente o, cuando menos, eficiente. La constancia en la demanda de derechos económicos no se traduce con la misma diligencia en exigencia de igualdad y respeto social y, mientras no se logre, la mera confrontación de discursos será estéril.