Desde que hace quince días estalló el último episodio de violencia entre Israel y los palestinos de la franja de Gaza, controlada por Hamás, se ha repetido la misma coreografía. Después de cada oleada de bombardeos cruzados, siempre con el ejército hebreo anotando víctimas de los adversarios y evitando las propias, se alcanzaban acuerdos de alto el fuego que se rompían a las pocas horas. En todos los casos, de nuevo, ha sido el gobierno de Tel Aviv quien ha incumplido el compromiso recién adquirido. Ocurrió el viernes y, de nuevo, el sábado, cuando a las dos horas del anuncio de una tregua con las milicias palestinas, los aviones israelíes volvieron a atacar indiscriminadamente objetivos en la franja, mayoritariamente civiles. Más allá de la anécdota, estas bombas cayeron al mismo tiempo que la representante de Israel en Eurovisión, Noa Kirel, obtenía el tercer puesto en un certamen en el que, como recordaban no pocas voces, se vetó la presencia de Rusia por su castigo a Ucrania.

Otra cuestión que debe inducirnos a reflexionar es que estos acontecimientos apenas tienen relieve informativo. Hablamos ya de una treintena larga de gazatíes, prácticamente todos civiles, que han perdido la vida en las acometidas ordenadas por el primer ministro, Benjamin Netanyahu, atado de pies y manos por sus socios ultraderechistas que le marcan la venganza sanguinaria como único camino si quiere mantenerse el poder. Los hechos acreditan que son los extremistas los que llevan la batuta y se permiten arruinar sistemáticamente cada intento de los negociadores egipcios y de la ONU por rebajar la tensión bajo la amenaza de dejarlo solo en las votaciones parlamentarias de rutina.

En cuanto a la llamada comunidad internacional, ni siquiera resulta sorprendente el bajísimo perfil que está mostrando ante la enésima escalada de violencia. Estados Unidos (léase Joe Biden) tiene sus propias preocupaciones y no dice nada. La UE se ha limitado a un comunicado de trámite en el que se insta a las partes a un alto el fuego “integral e inmediato”, a la vez que se afirma que los 27 seguirán “trabajando con todas las partes para restaurar un horizonte político para las soluciones de dos estados y la estabilidad de la región”. En resumen, una patada a seguir que no resuelve nada.