La imputación del expresidente de los Estados Unidos Donald Trump ha dado lugar a un espectáculo que ha servido para el efecto contrario al que se supone orientada la acción ejemplificadora de la Justicia. La gira televisada del magnate y candidato a repetir como inquilino de la Casa Blanca, desde su casa en Florida al juzgado de Manhattan y vuelta, se ha convertido en el escaparate electoral del acusado de 34 delitos que tienen que ver con su fiabilidad pública, su gestión de recursos propios y de sus empresas y la manipulación del procedimiento democrático. El hecho de que no parezca acusar el desgaste de imagen que un episodio así debería provocar, añadido a los precedentes de impunidad con los que Trump ha salido de medio centenar de juicios en el pasado por presuntas malas prácticas empresariales, merced a una legión de abogados y no pocas artimañas legales, obliga a afrontar una transformación del pensamiento sociopolítico colectivo en democracia. Los seguidores de Trump son inasequibles a la evidencia del uso sistemático de falsedades y bulos en el pasado y en el presente. O, lo que sería aún peor, aceptan y respaldan su uso por considerar que un liderazgo dispuesto a suplantar las garantías del modelo democrático por nepotismo en la administración pública, tráfico de intereses y marketing en favor de sus intereses individuales, que chocan con los colectivos en muchas ocasiones, responderá, aun así, a sus expectativas mejor que el establishment político. La posverdad adquiere en Trump la categoría de palanca hacia la posdemocracia –en la que se prescinde del modelo de garantías, de la exigible veracidad de los hechos y del control de las acciones de los poderes públicos– donde sólo queda el sufragio como fórmula instrumental para alcanzar y conservar el poder, pero cuestionado cuando se pierde. Los ejemplos del asalto al Capitolio o la reiterada estrategia de denunciar fraude electoral y acoso a su persona, pese a las evidencias en sentido contrario, son paradigmáticos. Trump tendrá la oportunidad de ser presidente de nuevo pese a su bagaje de manipulación y desequilibrio como estadista y eso debe hacer reflexionar a la política tradicional sobre su desconexión de la sociedad. Y sobre el modo en que flirtea con los mismos parámetros de agitación y antipedagogía democrática.