En vísperas de otro 8 de Marzo, que escenifica la reivindicación de una igualdad de los derechos de la mujer más cercana pero no plenamente conseguida en términos laborales ni sociales, a tenor de las discriminaciones e incluso amenaza y agresión física que padecen cientos de millones de ellas en todo el mundo, se ha desatado una polémica política sobre la elección de la jornada como no laborable. El hecho de que sea o no el día 8 de marzo una jornada festiva sería anecdótico si convive con la voluntad sincera de visibilizar el trabajo por la igualdad. Cabe preguntarse si el grado de avance de la consolidación de los derechos de la mujer es suficiente para celebrar con una jornada de ocio lo que hasta ahora ha sido una reivindicación, cuando no una protesta. Por comparación, lo que convierte en un festivo casi universal el Primero de Mayo es que adquirió un consenso social y político como reconocimiento al conjunto de los trabajadores y a su derecho a mejorar sus condiciones laborales cuando estas se canalizaron a procedimientos estables y negociación reglada. No al hecho de que hoy lo celebren en las calles los sindicatos o en origen fuera una fecha instaurada por la Segunda Internacional en 1889. La visibilidad de la lucha feminista debería arroparse de los mismos mimbres para ser compartida con un amplio espectro social. No le ayudará en ese objetivo un juego de propuestas y despropósitos que den más protagonismo a la disputa de ciertos partidos por el espacio público o la patrimonialización y gestión de un proceso que compete liderar a las mujeres y comprometer a los hombres, con independencia de su militancia política. Es lícito proponer un festivo el 8-M y es oportuno que la decisión sobre esa fecha o cualquier otra sea fruto del consenso y participen de ella las organizaciones que canalizan la acción social y política, empezando por Emakunde. El bien general que busca exige una responsabilidad que ayer no quedó bien retratada en el Parlamento Vasco con giros en la postura de los partidos de oposición que se califican de izquierda. El peor favor a la causa de la igualdad y el compromiso del feminismo por alcanzarla sería que se desate una disputa por apropiarse de su trabajo y atarlo a unas siglas por interés particular. La visibilidad de este proceso inconcluso merece un consenso amplio.