El incidente que ha tenido lugar en los últimos días en el que un globo espía chino ha sobrevolado territorio de los Estados Unidos hasta que ha sido finalmente derribado mediante un misil norteamericano, dista mucho de ser algo meramente anecdótico. Sin llegar a ser una cuestión crítica, es un hecho grave que ha vuelto a tensionar las siempre complicadas e intrincadas relaciones entre Washington y Pekín. La suspensión de la esperada visita del secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, a China prevista para el pasado fin de semana muestra la importancia que el Gobierno de Estados Unidos ha dado a esta nueva intrusión del gigante asiático. El viaje del jefe de la diplomacia norteamericana, fruto de la inédita reunión mantenida el pasado noviembre en Indonesia entre el presidente Joe Biden y el líder chino, Xi Jinping, había levantado muchas expectativas respecto a un posible deshielo en las relaciones entre ambas superpotencias. Sobre todo, en un momento de alta tensión internacional, en especial con la guerra de Ucrania en pleno apogeo en la que se dirime una titánica lucha en torno al liderazgo y al nuevo orden mundial. La reacción de EEUU tras la detección del globo espía chino no es ni habitual ni gratuita en este contexto. Aparatos similares al que fue derribado el sábado en cuanto sobrevoló las aguas del Atlántico y su caída ya no representaba peligro para la población han sido localizados anteriormente en varias ocasiones, y solventados con discreción. En este caso, sin embargo, se ha optado por lo que China ha calificado de “exageración”, haciendo público y con profusión de medios tanto el incidente como su resolución. Los expertos consideran que la misión del globo no era tanto el espionaje como la intención de enviar un mensaje de fuerza a EEUU, lo que explicaría, al mismo tiempo, la respuesta norteamericana también como muestra de firmeza y liderazgo. Las explicaciones de Blinken anunciando que su visita a Pekín tendrá lugar “lo antes posible, cuando las condiciones lo permitan” apuntan a que, pese a todo, hay una vía abierta hacia una obligada distensión. Ambos países necesitan menos exhibiciones de fuerza cada vez más peligrosas en un mundo muy inestable y, tal y como concluyeron Biden y Xi Jinping en Bali, establecer cauces de diálogo y acuerdo en asuntos cruciales.
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