Coincidiendo con el primer aniversario de la toma de Kabul y la vuelta al poder de los islamistas talibanes en Afganistán, un avión despegó ayer de Islamabad con destino a Madrid con 300 excolaboradores afganos. El resultado del estrepitoso fracaso de EEUU y Occidente tras 20 años de ocupación militar y guerra es, un año después, un Afganistán sumido en el caos y la incertidumbre y el pueblo afgano, en especial las mujeres y niñas, abandonado a un pésimo destino. La milicia islamista tardó pocas semanas en ofrecer muestras de que la presunta moderación de la que aparentaron hacer gala en los primeros días tras la retirada apresurada de Occidente no era tal. De nuevo, las mujeres han sido excluidas de la educación y de la vida pública y la ley islámica en su interpretación más extrema se aplica en toda su dureza. Al mismo tiempo, el terrorismo y los enfrentamientos entre diferentes sectas y grupos islamistas, el caos social y el hundimiento de la economía mantienen al país sumido en la violencia y la pobreza. Un lugar del que miles de afganos y afganas tratan de huir cada día de la brutalidad y la falta de futuro alguno. La crisis humanitaria es ya un hecho y Unicef lleva meses alertando de que millones de niños necesitan ayuda para subsistir. Pero tampoco es una excepción. La crisis humanitaria de Afganistán se une a otras también crónicas: Camerún, Etiopía, Sahel, África central, rohingyas, Siria, Palestina Somalia, Centroamérica... Un escenario desolador para cientos de millones de personas que además serán los primeros y que más duramente sufrirán la consecuencias de las crisis globales que están asolando ahora al mundo: la guerra, desabastecimiento, falta de alimentos, privatización del agua, fenómenos climatológicos extremos fruto de un cambio climático que ya parece imparable y cuyas consecuencias están ya en todo el planeta Tierra prácticamente cada día. El creciente aumento de las desigualdades, la pobreza, el racismo, la xenofobia y las exclusiones está agravando la situación de millones de personas en todo el mundo, cuya única salida es escapar en busca de un mínimo de seguridad. Un lugar que ya no existe para la inmensa mayoría de ellos. En realidad, Afganistán es el síntoma de una herencia que ha convertido el mundo hoy en un lugar aún menos seguro, menos igualitario y probablemente menos democrático y libre. También más temeroso ante la suma de crisis y la realidad de un futuro cargado de dudas y malas perspectivas.