El economista Fernando Trias de Bes (Barcelona, 1967) compagina su trabajo como analista con el literario, trayectoria que le ha llevado a escribir obras sobre emprendimiento laboral y desarrollo personal con otras de ficción y teatro. Una amalgama que le permite trazar una fina observación sobre la vinculación entre los grandes procesos de cambio económico y las transformaciones vitales que exigen. Son algunos de los aspectos sobre los que disertó esta semana en Bilbao, invitado por BBK Behatokia y la Universidad de Deusto. “Las personas y las empresas, mientras seguimos vivas, movemos ficha y continuamos hacia adelante”, resume.

¿Cómo analiza el presente año? Por un lado se percibe que la inflación tiene visos de moderarse definitivamente, pero por otro el mercado de trabajo parece que está tocando techo.

—No va a ser un año fácil, pero tampoco creo que vaya a ser malo. De hecho, pienso que va a ser bastante parecido al anterior. Llevamos un tiempo en el que todos los años los comenzamos con mucho pesimismo, quizá por efecto de la pandemia, y con los organismos internacionales divulgando previsiones a la baja.Existe un cierto negativismo porque está habiendo acontecimientos geopolíticos muy graves y que generan mucha incertidumbre en la economía. Las perspectivas no son de recesión, pero sí de desaceleración, con unos aspectos que irán a favor y otros en contra. Se espera que los tipos de interés empiecen a caer para primavera o antes de verano, así como una rebaja en las cuotas de las hipotecas, que están haciendo a las familias que las tienen tanto o más daño que la inflación. Además, el turismo va a seguir impulsando la economía. Será un año que irá de menos a más. 

Mencionaba antes el pesimismo que predomina en las previsiones. El último aviso en modo ‘prepárense’ que están lanzando algunos think tanks es que los europeos debemos contar con un plan B si Trump gana las elecciones en Estados Unidos.¿Cree que nos hemos acostumbrado a convivir con ese pesimismo?

—Sí, y eso es algo peligroso. Un pesimismo continuado, aunque los acontecimientos no acaben derivando en catástrofe, genera descrédito. Es cierto que hemos vivido situaciones muy complicadas, pero el pesimismo solo contribuye a una parálisis económica: en la inversión, en el consumo... Una victoria de Trump supondría un lío muy gordo. Además de lo que implicaría en asuntos como la OTAN y la defensa, en el plano comercial representaría un antes y un después. De todas maneras, no le veo mucho recorrido ni a una economía de bloques ni a las políticas proteccionistas. Tenemos finanzas globales y una gran interdependencia, sobre todo industrial. La globalización es un proceso imparable. 

“Se necesita una política universitaria que permita aprender conocimientos de distintas materias”

Crisis como la Gran Recesión financiera de la década pasada y la pandemia, ¿nos hacen más resilientes o más miedosos?

—Por un lado, pienso que acontecimientos como la pandemia sí nos han hecho más temerosos. Antes habíamos vivido situaciones preocupantes, pero no terminaban en escenarios que acabaran transformando tu vida. Eso sí ocurrió con la pandemia. Murieron familiares, amigos... Y también tuvo un impacto evidente en la economía. Pero creo que aprendimos que las personas y las empresas, mientras seguimos vivas, movemos ficha y continuamos hacia adelante. Ahí está la respuesta europea a la crisis energética. En unos meses fuimos capaces de cambiar toda la estructura de abastecimiento de gas. La globalización trae crisis inesperadas, pero también soluciones inesperadas.

¿Qué papel juega la desigualdad social en el ascenso de los populismos y la erosión de la democracia?

—Una de las mejores cosas que ha hecho el Gobierno en los dos últimos años, y lo digo pese a que Pedro Sánchez no es un político que sea santo de mi devoción, es la convergencia entre el salario mínimo y el salario medio. Eso ha contribuido a rebajar la desigualdad de rentas. Creo que la apuesta que se está haciendo por una mayor solidez laboral es positiva. Se ha mejorado parcialmente en términos de eliminación de la desigualdad social y el Gobierno debe continuar por esa senda, aunque en lo concerniente a las políticas fiscales no tengo el mismo punto de vista.

“La convergencia entre salario mínimo y medio ha contribuido a rebajar la desigualdad social”

¿Qué no le gusta del Gobierno en materia de fiscalidad?

—La inseguridad jurídica. Se están haciendo decretos de la noche a la mañana con los impuestos a la banca y las energéticas. No discuto si hay que implantar esos impuestos o no, pero lo que no se puede es hacer una política fiscal por trimestres. Eso genera inseguridad jurídica y produce miedo en los inversores. No me opongo a los impuestos, lo que estoy es en contra de la improvisación.

La falta de perfiles laborales con habilidades específicas es un problema que ya está afectando a toda la industria. ¿Qué soluciones se le puede dar?

—Una de ellas es una mejor conexisón y diálogo entre universidades y empresas. Ya existe, pero debería profundizarse más. Existe un problema con el decalaje entre el porcentaje de jóvenes que se forman y acceden al mercado laboral, y las necesidades de empleo que tienen las empresas. Por otro lado, hay muchos puestos de trabajo que se quedan sin cubrir porque las compañías no encuentran el personal que requieren. Una manera de resolver esto sería una hibridación de competencias en las enseñanzas universitarias. Por ejemplo, que un estudiante universitario de Humanidades pueda aprender algo de programación web, y que, al mismo tiempo, un licenciado en Informática también aprenda sobre Sociología, que lo va a necesitar en el futuro.

Otro de los debates actuales es la reducción de la jornada laboral. En un contexto complicada, y dada la complejidad de la estructura productiva española, ¿cómo se debe introducir esa medida?

—Va a haber que hilar fino. No estamos en el siglo XIX o en la primera Revolución Industrial. Se puede regular una hora menos de trabajo en una cadena de producción, pero ¿en una cafetería? No podemos tener fórmulas únicas para tejidos empresariales tan distintos. El 90% de las empresas españolas son pymes de menos de diez empleados. Si obligas a estas empresas a reducir una hora y media de su labor, o 2,5 horas, ¿qué van a hacer? Es un problema, porque no van a poder suplir ese tiempo de trabajo. 

“No podemos tener fórmulas únicas de reducción de jornada para empresas que son distintas”

¿La automatización del trabajo va a suponer un incremento del paro y con ello una nueva ola de descontento mundial?

—Ese proceso no va a acabar con el trabajo humano. En todas las revoluciones tecnológicas que se han dado a lo largo de la Historia se ha hecho siempre la misma predicción. Cuando aparecieron los electrodomésticos, en la época de la Primera Guerra Mundial, ya se hablaba del fin del trabajo. En la década de los 40 se escribían artículos en los que se aseguraba que acabaríamos trabajando uno o dos días a la semana. Cuando aparecieron los ordenadores ocurrió algo similar. Nunca ha ocurrido esa extinción del trabajo. Y no va a ocurrir porque el ser humano automatiza una parte de su trabajo para después, él mismo, pasar a centrarse en crear valor añadido en otras partes del proceso de producción. Habrá que hacer una reconversión profesional, pero esa ha sido siempre la historia de la Humanidad. Lo que sí hay que decidir bien es donde se va a aportar ese valor añadido en la economía. Además, otro problema va a ser qué va a pasar con los trabajadores senior que se queden en paro. En su caso, el reciclaje va a ser más complicado. Las instituciones y las empresas deben encargarse también de buscar soluciones para ellos.

¿Cúales van a ser los retos en innovación para las empresas en la próxima década?

—Todo lo vinculado a la Inteligencia Artificial. Para mí, va a suponer una revolución mayor que Internet, porque estamos hablando de un lenguaje que va a ser capaz de comunicarse con otros lenguajes. Eso es algo nuevo. La Inteligencia Artificial generativa va a tener muchas ventajas, pero nadie sabe todavía en qué dirección va a evolucionar. Habrá que comprobarlo mediante el método de siempre, el de prueba y error.