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ras el macrodescanso que me he tomado en mi labor gacetillera, vuelvo con el cuerpo descansado, dado que no he asistido a ningún macrobotellón, la mente no tanto, y con una carpeta de temas bajo el brazo de tal grosor que hasta tengo el brazo dolorido.

Imagino que usted, querido lector, seguidor masoquista de este humilde juntaletras, habrá disfrutado del relajo mental de no tener que sufrir con mis filípicas semanales, pero recuerde el dicho aquel de "qué poco dura la alegría en casa del pobre" y, sintiéndolo por su equilibrio mental, no tengo más remedio que retomar la actividad agroagitadora.

Como decía, venía con la carpeta repleta de temas: que si la leche, que si la PAC, que si las movilizaciones, etc. Pero, tal y como dicen los profesionales de la comunicación, la actualidad manda, y uno, que aun siendo juntaletras aficionado sueña con llegar a ser periodista profesional, no tiene más remedio que ceñirse a la actualidad que, lamentablemente, una vez más viene marcada por el microministro, Alberto Garzón, a la postre, experto en meterse en macrocharcos.

Vaya por delante que meterse en el macrocharco generado por el susodicho ministro tiene el riesgo de parecer alguien que no contenta a ninguna de las partes que han salido en tromba ante semejantes declaraciones y que me tildarán, según se mire, de hooligan o de timorato.

Comienzo afirmando que es totalmente impresentable que un representante institucional, en su caso, ministro de Consumo, haga esas manifestaciones en un medio extranjero tan importante y con tanto eco internacional como es el diario The Guardian por las nefastas repercusiones económicas que pudieran tener para un sector económico, el sector ganadero y cárnico, puntal dentro del pujante mundo industrial agroalimentario.

La próxima vez, señor ministro, ¿hacia dónde apuntará su macrocañón? ¿Hacia el sector hortícola bajo invernadero? Los imagino, viendo su fuerza exportadora, temblando ante su próxima entrevista. Templanza, moderación y mesura, le aconsejaría yo, puesto que, como se dice, "con las cosas de comer, no se juega".

Por otra parte, creo que son totalmente rechazables sus manifestaciones sobre las macrogranjas al afirmar, textualmente, "lo que no lo es en absoluto son las llamadas megagranjas... Encuentran un pueblo en una parte despoblada de España y ponen 4.000, o 5.000, o 10.000 cabezas de ganado. Contaminan el suelo, contaminan el agua y luego exportan esta carne de mala calidad de estos animales maltratados".

Como comprenderán, la última frase, la que vincula de forma generalizada a dichas granjas con la contaminación y con el maltrato, son cuando menos una macroaberración que, sí o sí, requieren de una rectificación del propio ministro o, en su caso, que alguien lo rectifique en nombre del Gobierno o, en su caso, lo cesen.

Por cierto, ¿alguien de ustedes ha oído la opinión del ministro de Agricultura, Luis Planas, al respecto? Una vez más, el ministro plano nos muestra su postura preferida, de perfil.

Otro tanto podríamos decir de Teresa Ribera, entre otras cosas, con permiso del lobo, ministra del Reto Demográfico, supuestamente la responsable de impulsar las estrategias y planes para afrontar el desafío que supone la España Vacía (vaciada, vacilada, ninguneada, engañada...) en donde, tal y como apunta el ministro Garzón, suelen implantarse las macrogranjas.

Ahora bien, no le descubro el Cantábrico. Lo he escrito anteriormente de forma reiterada: rechazo totalmente el modelo alimentario low cost actual que nos lleva, imparablemente, hacia un sistema productivo concentrado en unas pocas unidades productivas. Unos las llaman granjas eficientes y otros, conscientes de que el término suscita el rechazo de una mayoría de los consumidores, las denominan macrogranjas, pero es innegable que los bajos precios de los alimentos, materia prima para la industria que trabaja mayoritariamente para la gran distribución, nos empujan, tendenciosamente, hacia cada vez mayores unidades de producción, donde la vinculación familiar a la tierra y al pueblo brillan por su ausencia mientras se imponen las férreas condiciones de la economía de escala.

Mi oposición hacia las macrogranjas no viene por su contaminación o por el maltrato inherente a su sistema, sino porque con estas macrounidades productivas se pone en peligro toda una red de miles de explotaciones familiares de carácter profesional que están diseminadas y dispersas a lo largo y ancho del territorio, que dan vida a los pueblos, que conviven con otras actividades y que, con ello, crean la masa crítica de población que justifique el mantenimiento de servicios básicos y, por qué no, la implantación de nuevos servicios que atraiga a nueva población.

Las macrogranjas son la nefasta consecuencia del sistema alimentario que tenemos y que nuestros consumidores alimentan con cada uno de sus actos de compra pero de nada vale, tal y como están haciendo desde el Gobierno central, luchar mediáticamente contra la proliferación de estas macrogranjas sin ofrecer alternativas económicas y servicios sociales-sanitarios-culturales a dichos territorios, sin ofrecerles oportunidades de futuro a los jóvenes que aún quedan y a aquellos otros que pudieran instalarse.

La España Vacilada, quiero pensar, prefiere un territorio sostenible tanto económica como social y medioambientalmente, pero como suelo escribir habitualmente, sin sostenibilidad económica difícilmente podremos hablar de las otras facetas, por lo que demos esperanza al rural, alternativas económicas a su gente, y lo demás vendrá rodado. De no ser así, señores ministros, Garzón, Planas y Ribera, no se extrañen de que la alternativa, la única, de las macrogranjas no tenga vuelta atrás.