kanpolibrean.blogspot.com.es

as imágenes de la erupción del volcán Cumbre Vieja en la isla canaria de la Palma resultan tan sobrecogedoras como atractivas, aunque las consecuencias de los ríos de lava en la población, con sus viviendas, barrios e infraestructuras enterradas, y en las plantaciones de plátano de los agricultores me hacen acercarme a la cuestión con una inmensa pena por los propios afectados a los que, desde aquí, quiero mandarles un abrazo.

Por otra parte, convendrán conmigo que estas imágenes nos muestran la inmensidad de la naturaleza y la poca cosa que somos los humanos, por mucho que nos creamos lo contrario. Tecnología a tope en nuestras vidas, economía global, viajes a la Luna, etc. Aun así, cuando las entrañas de la Tierra que maltratamos cotidianamente rugen, nosotros, los humanos, no tenemos otra que admitir nuestra pequeñez y agachar las orejas a la espera de que la naturaleza acabe de hacer lo que ha decidido hacer.

Similar rugido, permítanme la licencia, escucho en el sector cárnico vasco (y español me atrevería a decir) al comprobar que la actividad ganadera se ha visto fuertemente golpeada por la subida de los costes de alimentación, de la electricidad y del gasóleo agrícola sin que, lamentablemente, dicha subida de costes haya podido ser repercutida hacia arriba a cadenas de distribución, carnicerías y demás establecimientos comerciales.

Por ello, todos los ganaderos (vacuno, porcino, avícola, cunícola y caballar) miran con ansiedad y angustia a las administraciones vascas (aun reconociendo que las diputaciones guipuzcoana y alavesa ya han hecho su particular movimiento) para que se concreten y materialicen esas ayudas que la consejera Arantxa Tapia anunció en el transcurso del acto del 30 aniversario de ENBA.

Ahora bien, incluso los propios ganaderos son conscientes de que estas ayudas serán un parche que proporcione un cierto alivio a los afectados pero que, en definitiva, la solución debe provenir del mercado. Y cuando hablo del mercado, me refiero a la cadena alimentaria, desde las cooperativas que recogen, transforman y comercializan su carne, hasta los puntos de venta, desde el más pequeño hasta el más grande, cada uno en su proporción.

La cadena cárnica debe asumir su responsabilidad para crear valor, repartirlo de forma justa y equilibrada y asegurar la sostenibilidad en el tiempo de la actividad ganadera que, a fin de cuentas, es la base sobre la que se asienta el resto de la cadena y sin la que el resto de los operadores, cooperativas, industrias, carnicerías y distribución, tienen sentido alguno.

No obstante, tampoco conviene autoengañarse y caer en la equidistancia, puesto que todos somos conscientes de que, al igual que ocurre con otros muchos productos agrarios, en la carne también es la distribución la que marca la pauta puesto que acapara aproximadamente el 70% de las ventas de carne, según el último informe del MAPA.

Precisamente, estas últimas fechas, las dos cadenas de distribución que comercializan el mayor porcentaje de carne de vacuno de Euskadi, Eroski y BM, han presentado sus resultados económicos. La firma cooperativa Eroski ha obtenido 42 millones de euros, con un incremento del 2,4% en su apartado alimentario, y la firma irunesa BM aumentó sus ventas un 23% en el 2020 y entre los años 2020-2021 destinará 83 millones a su expansión, principalmente, en la Comunidad de Madrid.

Resumiendo, la pandemia, a pesar de toda la problemática logística y de organización que hayan podido tener, les ha sentado fantásticamente bien.

Por ello, sería de justicia que esa buena situación fuese correspondida con un mejor tratamiento a los proveedores (ganaderos y cooperativas), que andan asfixiados y cabizbajos con el negro panorama de sus resultados económicos y con el peligro, nada exagerado en muchos casos, de abandonar la actividad.

Los ganaderos de vacuno viven una situación angustiosa, dado que los bajos precios de la carne invitan a dejar de engordar y mandar los terneros pasteros a cebaderos que, empujados por el ya apuntado bajo precio de la carne, se ven empujados a bajar el precio de los pasteros que compran para su engorde. O sea, un círculo diabólico cuya salida, una vez más, la tienen unos pocos.

Por otra parte, señores lectores-consumidores de carne, además de animarlos a que sigan consumiendo carne natural frente a monstruosidades creadas en un laboratorio, les invito a reflexionar sobre el peso que tiene el gasto alimentario en su gasto familiar total, aproximadamente un 17%.

El consumo cárnico anual per cápita es de 49,86 kilos en 2020 (36 de carne fresca y el resto congelada y transformada), y a consecuencia de la pandemia se produjo un aumento del 10% que rompió con la imparable tendencia a la baja de los últimos años.

Con estos datos, los consumidores caerán en la cuenta del bajo presupuesto que destinan, en este caso, a la compra de carne y que, tanto a su bolsillo como a su salud, lo que le conviene es (ahora empiezo a hablar como las insignes doctoras que me rodean), consumir carne natural, fresca, de calidad y de proximidad.

Reaccionemos. Reaccionen. Antes de que sea demasiado tarde y el rugido del magma ganadero nos alcance a todos.