odemos llamarle evolución, transición, o "palanca con vectores" como le gusta al Sr. Sánchez, pero no es nuevo. Claro que nos gusta que nos lo cuenten como si fuera la primera vez y, sobre todo, es lo que les gusta a los que nos lo cuentan.

Vamos a poner un poco de perspectiva en la cuestión energética. De manera rápida, a principios del siglo XX dejamos la madera por el carbón, y llevó su tiempo. Luego, a partir de los años 50, vino la transición del carbón al petróleo en sus distintas formas (gasolina, Diesel€). Después, fue la transición parcial al gas natural. Ahora, todavía estamos ahí, y a la vez, en la pelea para incorporar un nuevo elemento al mix de generación y consumo, la electricidad verde de origen renovable.

De hecho, ha surgido un nuevo palabro: descarbonizar. Queremos pasar a un estadio, en el que queremos hacer desaparecer ese contenido de carbón en el uso o generación de energía. Incluso tenemos una fecha para dentro de treinta años (2050). Es un objetivo muy ambicioso, ya que no se plantea convivir con lo anterior, el objetivo es substituir eso que hoy todos conocemos y usamos.

El dióxido de carbono (CO2), el metano, o los gases fluorados que se usaban en nuestro frigorífico son los gases de efecto invernadero más famosos, pero el que más contribuye al efecto invernadero es el vapor de agua. Has leído bien. Si consultas la Organización Meteorológica Mundial (OMM) de la ONU, te lo explican.

Todos estos gases absorben y rebotan la energía infrarroja desde la atmósfera hacia nosotros, y es bueno que existan ya que de otra manera se calcula que la temperatura promedio para el planeta sería de casi -20ºC. ¿El vapor de agua y el CO2 son lo mismo, actúan igual? En parte no, ya el CO2 no se condensa y, por lo tanto, es mucho más duradero y se puede acumular. A fecha de hoy, se calcula que hemos duplicado la concentración de CO2 respecto a 1920.

A medida que sube la concentración de CO2 su efecto se multiplica a través del vapor de agua de la propia atmósfera. El 80% del problema se explica por el rápido incremento de la concentración de CO2.

La cuestión se plantea cuando el riesgo de que la temperatura suba por encima de determinado umbral empiece a ser algo serio. Hoy por hoy no podemos controlar el vapor de agua en la atmósfera, cosa que sí podemos hacer con otras emisiones como el CO2 que generamos nosotros mismos.

La generación no renovable de CO2 proviene en su mayor parte de la quema de combustibles fósiles para obtener energía (petróleo y gas), no importa si es para uso industrial, transporte, encender la luz, o para calentar o enfriar nuestras casas. Por cada tonelada generada, la mitad se suma a esa concentración que aumenta la capacidad de calentamiento. La situación no es fácil y el pasado 3 de abril marcamos un récord inédito con 421,21 partes por millón (ppm) de CO2.

Es un tema de gestión muy compleja, ya que la atmósfera la compartimos con el resto del planeta, y los efectos son globales. Pero tampoco es menos cierto que, más allí de un tema técnico, ha pasado a ser una cuestión política de primer orden, casi una cruzada para muchos, y un deber moral para casi todos nosotros. La cosa es que en la línea del eppur si muove, que decía mi admirado Galileo, casi 24 cumbres climáticas después de la de Berlín en 1995 estaba prevista la puesta en marcha definitiva del Acuerdo de París para el año 2020. Todo estaba listo y 196 países lo habían firmado.

Y en esto llega el covid. Nadie podía prever este cisne negro y el tremendo impacto que hemos sufrido y seguimos sufriendo en nuestra vida y prioridades. No obstante, la UE se está convirtiendo en la vanguardia internacional del compromiso climático. En diciembre de 2020 reforzó su compromiso e introdujo el objetivo de reducir las emisiones al menos en un 55% para 2030, todo ello respecto al año 1990. Ya en septiembre, se adelantó con el llamado "Pacto Verde Europeo". Es una lectura interesante para comprender el cambio de paradigma, ya que, a diferencia de la epopeya griega -cantos incluidos- del Sr. Sánchez, se entiende muy bien.

Hay dos factores que influyen en su evolución: el primero es el crecimiento económico: a mayor actividad, más energía y más emisiones; y el segundo son el mix energético y la eficiencia, algo que puede hacer que esa correlación directa positiva entre crecimiento y emisiones se debilite. En la CAV, en 1990 y con un 32% de PIB industrial, emitíamos 20,8 millones de toneladas equivalentes de gases de efecto invernadero y generábamos unas 12 toneladas por habitante. Antes del covid, con un PIB industrial en el 21%, estábamos en los 17-18 millones de toneladas y 8,7 millones de toneladas por habitante.

¿Y cómo llegar al objetivo del 2030? Estamos hablando de situarnos en unos 9,4 millones de toneladas y, claro, la pregunta es ¿qué sectores tendrán que apretar más o, dicho de otra manera, de quién depende que podamos mejorar de manera significativa?

En 1990, el 52% del consumo final que generaban las emisiones era industrial, seguido del transporte y del propio autoconsumo del sector energético, con un 14% cada uno. Los hogares apenas representaban un 7%, y el sector servicios menos todavía (3%). A lo largo del período que sigue, las cosas cambian de manera significativa. La industria, a la par que pierde peso en el PIB, en particular en sectores intensivos en energía (acero, papelero, cementero, etc.), también pierde peso relativo en las emisiones (29%). La contracción es muy significativa, pasa de 10,9 millones de toneladas en el año 1990, a 5,5 millones antes del covid.

Frente al descenso del peso de la industria, surge otro gran generador de emisiones, el transporte. Este sector multiplica por dos veces y media su peso, y pasa de un 13% a 34% del total, por encima de la industria. En números grandes, hablamos de pasar de 2,9 millones en 1990, a 6,5 millones de toneladas antes del covid. Ocurre algo similar con los servicios, que triplican su peso, pasando del 3 al 9%. También aumentan sus emisiones los hogares, aunque de manera más moderada, para situarse en un 9% del total.

Nadie duda de que todo lo ocurrido con el covid ha afectado a la forma de hacer las cosas de las empresas, a sus cadenas de valor; incluso, a la propia propuesta de valor, a eso por lo que el cliente nos compra. Ya sea por vía legal, fiscal, o a través de incentivos de mercado, lo de "climáticamente neutro" que dice el plan de la UE será una oportunidad y, a la vez, una amenaza.

Alguno pensará que, con la que nos ha caído, pocas fuerzas y ánimo quedan para estas cuestiones. Pero en mi opinión, el covid por sí misma no va a cambiar nada fundamental, pero va a ser un acelerador, en términos de una crisis asimétrica, sistémica y duradera. Hacer las cosas a tiempo es fundamental en estrategia. Tener objetivos claros, identificar todas las opciones para elegir las mejores, y una revisión crítica y creativa de nuestra cadena de valor es algo fundamental. Más ahora, que todavía hay financiación y ayudas.

La resiliencia sola no sirve, no hay pasado al que volver. Para sobrevivir a este contexto de triple crisis fiscal, de demanda y de solvencia, no va a servir seguir haciendo lo mismo, aunque lo pasemos a digital. Es necesaria una reflexión más profunda, exige coraje, y como decía André Malraux, el autor de La Condición Humana, el coraje es una cosa que se organiza.

Seguimos ruta...

34%

del total de emisiones contaminantes corresponde al transporte, por encima de la industria