l gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, ha sido claro a la hora de poner de relieve los graves efectos que la epidemia del COVID-19 va a tener en nuestra economía, disipando cualquier duda a aquellos escépticos que siguen cuestionando el fuerte impacto que va a tener esta epidemia.

Hernández de Cos ha querido mostrar la más cruda realidad económica que ya está provocando este virus al calificar la actual situación de "una perturbación sin precedentes". Lo que quiere decir que nos encontramos ante una depresión económica de unas dimensiones desconocidas como consecuencia de la parálisis generalizada en la actividad económica que se ha decretado para frenar la alta contagiosidad que está demostrando el COVID-19.

Pero, precisamente por ello, la situación no solo va a tener unos efectos negativos muy importantes para nuestra economía, una vez que el virus haya sido vencido -casi con toda seguridad más graves que la Gran Recesión de 2008-, sino que a esa previsión hay que añadir otro factor que es la incertidumbre que genera para el futuro un escenario totalmente inédito y absolutamente desconocido que va a provocar esta crisis de alcance mundial.

Y son precisamente esos dos factores, el terrible shock económico que está ya produciéndose por la paralización generalizada de la actividad, salvo los sectores estratégicos como el sanitario, alimentario y energético, por un lado, y el alto nivel de incertidumbre con el que se va a retomar la vida normal cuando la pandemia desaparezca, por el otro, los que van a provocar un cambio de época que va a suponer todo un hito en nuestra historia.

La canciller alemana, Angela Merkel, poco dada a los grandes discursos y a la ceremonia, ha sido también muy contundente a la hora de trasladar la cruda realidad que nos ha traído el COVID-19, cuando comparó los efectos de esta epidemia con los registrados en la II Guerra Mundial, a la hora de llamar la atención a los ciudadanos alemanes para que actúen de manera conjunta y solidaria en su lucha.

Es precisamente esa cruda realidad y la urgencia de adoptar las medidas que sean necesarias de manera solidaria y conjunta para afrontar esta situación económica, ya que esta crisis no tiene nada que ver con la del 2008, donde a las cigarras del Sur de Europa no había que ayudarles porque despilfarraban lo que tanto había costado hacer a las hormigas del Norte -de ahí los rescates de Grecia y Portugal y las ayudas a la banca en el Estado español-, lo que parece que ha hecho cambiar de posición a los austeros Alemania y Holanda.

La internacionalización de la crisis ha hecho que la austera Alemania, que dirigió toda la política económica de la Unión Europea (UE) en la Gran Recesión de 2008, haya entendido que la situación de los países del Sur de Europa no se ha producido por su vocación de despilfarro como lo dejó claro hace una década, sino porque el virus tiene tanta virulencia que está afectando ya a todos los países.

Este cambio de posición de los virtuosos del Norte de Europa es lo que va a servir para que el proyecto europeo se consolide de una manera determinante al congelar las reglas fiscales contenidas en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, por el que todos los países de la UE quedan exentos de sus objetivos de ajuste para este año. La mutualización de la deuda, como piden Francia, Italia y España a través de los coronabonos, es un objetivo que está encima de la mesa y que es apoyada por Bruselas frente a la sempiterna desconfianza de Alemania y Holanda con sus homólogos sureños. Frente al gradual agotamiento de la política monetaria, instrumentalizada por el Banco Central Europeo (BCE), la unión fiscal de los países de la UE se convierte en el último recurso para saber si el proyecto de la UE tiene recorrido o está ya agotado.

No solo el COVID-19 puede fortalecer a la UE, sino que va a provocar un cambio de época que va a afectar de manera determinante en nuestras vidas. El virus nos ha puesto en la realidad que un cambio en la organización de las empresas es posible y que ya no es necesaria la presencia de los trabajadores en los centros de trabajo, cuando existen las redes telemáticas que permiten realizar la actividad a distancia, lo que genera no solo una mayor flexibilidad y poder conciliar la vida familiar, a la par que puede aumentar la productividad.

A la recolocalización de los centros de producción de empresas europeas y estadounidenses, tras la comprobación de que su desordenada ubicación en países como China ha puesto en evidencia su vulnerabilidad en el suministro de bienes y productos, hay que sumar la asignatura pendiente del cambio climático que el COVID-19 ha recordado en toda su crudeza con la reducción del consumo de combustibles fósiles, la emisión de CO2 y la contaminación del aire. Solo en China las emisiones de gases se han reducido un 25%, lo que significa que lo mismo ocurrirá en Europa y Estados Unidos, lo que evidencia una vez más que el desarrollismo incontrolado que hasta ahora hemos tenido es perjudicial para el planeta y el desarrollo social y, por lo tanto, para la salud colectiva.

El COVID-19 no solo va a contradecir a los euroescépticos, sino también está cuestionando ese neoliberalismo que pretende centrar la actividad económica en la autonomía de los mercados eliminando la presencia regulatoria de los poderes públicos. Si en la Gran Recesión de 2008, el Estado buscó la salida de la crisis con la aportación de dinero público para rescatar a la banca, ahora es ese mismo poder público el que está haciendo lo indecible -a pesar de las deficiencias estructurales que se están observando y con el inestimable y nunca bien agradecido trabajo de sus funcionarios-, para amortiguar cuanto antes los efectos perniciosos de este virus y volver de la manera más rápida a una normalidad que empezamos a añorar.

La cuestión está en saber si después de esta gran demostración de vulnerabilidad que está afectando a toda la Humanidad, la pérdida de un gran número de vidas humanas que está dejando el virus y el crack económico mundial que va a suponer la paralización de la actividad económica todo va a continuar siendo igual a lo que sucedía a principios de año. El COVID-19 va a provocar con toda seguridad un cambio de época que en lo económico derivará en un escenario en donde muchos de los parámetros de comportamiento hasta ahora conocidos serán puestos en revisión. Cuestión de tiempo.

El virus está cuestionando ese neoliberalismo que pretende centrar la actividad económica en la autonomía de los mercados eliminando la presencia regulatoria de los poderes públicos