donostia - El histórico palacio Iztueta de Lazkao con funciones de caserío es hoy un asentado negocio que produce y comercializa directamente leche y sus derivados elaborados de manera artesanal. María Jesús Insausti es la cabeza visible y artífice de una progresión heredada de generaciones anteriores y que tiene garantizada su continuidad de la mano de su hija Ainitze Sala, que ya forma parte de una plantilla conformada por madre, hija, y otras dos personas, Itziar y Josean, a jornada completa, a lo que también se suma el apoyo continuo de la familia.
El reconocimiento busca visibilizar a la mujer en el mundo económico, y este año además se otorga a un sector, el agroganadero, sin tanto eco como otros. ¿Son necesarios estos actos?
-Todo reconocimiento está bien, sobre todo si es para una mujer. Este sector está un poco olvidado, se habla poco de él y cuando se hace es para tratar sus aspectos negativos, por lo que un premio en una actividad con muchas dificultades nos hace mucha ilusión. Estamos necesitados de visibilización y sobre todo la mujer baserritarra.
A nivel personal, ¿qué ha significado?
-Una noticia inesperada muy agradable. Te da fuerzas y ganas de seguir adelante.
El caserío Iztueta tiene una larga historia. ¿Qué legado recibió María Jesús Insausti?
-Tenemos un lema que es “esnetan bizi gara”, la leche lo es todo para nosotros. Ya en 1925 nuestro abuelo transportaba en el carro con el caballo las marmitas para vender leche. Posteriormente fue mi madre quien siguió con el negocio, y ahora estoy yo pero desde 2008 también mi hija Ainitze. Nos apoyan a jornada completa Itziar y Josean, que se ocupan sobre todo de la transformación y la distribución. Pero en realidad el proyecto de Iztueta es el de toda la familia, y muchos de sus miembros nos ayudan porque somos un equipo, es fundamental que estemos todos a una.
Iztueta es un claro ejemplo del tipo de empresa que conforma el tejido productivo de Gipuzkoa, un negocio familiar, de dimensiones reducidas y capacidad para adaptarse a las realidades cambiantes de los mercados. ¿Qué dificultades afronta, perteneciendo además al sector primario?
-Nuestra máxima es hacer un trabajo que perdure en el tiempo, con prácticas respetuosas y sostenibles. Tenemos claro que los animales y la tierra son nuestro todo y que nuestra producción es todo lo que tenemos entre manos, y por ese motivo cuidamos mucho la proporción entre el terreno y el ganado. Nuestro objetivo es controlar la práctica totalidad de lo que hacemos, conocer en profundidad tanto el estado del animal, como la comida que ingiere, la calidad de la producción... Nuestra apuesta es cerrar la cadena y estar permanentemente sobre ella para garantizar la calidad. Al ser un caserío pequeño, nuestro trabajo se enfoca en cuidar a los animales para que tengan una vida de calidad, en poner a la venta productos de alto valor añadido para que los consumidores tengan a su alcance esa misma calidad, y también que las personas que trabajan en nuestro negocio lo hagan en condiciones de calidad. Yo creo que tenemos muchas cosas buenas, aunque también nos encontramos con dificultades. Para afrontarlas, hay que tener los objetivos muy claros y renovarte todos los días.
La falta de relevo generacional es uno de esos obstáculos.
-El futuro está en las pequeñas explotaciones. Salida hay, por supuesto, pero hay que ser realistas y pensar qué se puede hacer en cada caserío para conseguir un medio rural muy vivo y con gente joven trabajando en él. Debemos hacer las cosas bien, fomentar las pequeñas explotaciones con producción propia y venta directa que generen una actividad sostenible que perdure en el tiempo y así los jóvenes podrán incorporarse. Nuestra lucha no puede ser competir contra las grandes explotaciones, porque tenemos el terreno que tenemos y debemos adaptarnos a las circunstancias que nos rodean.
Uno de los aspectos que subraya Aspegi para concederle el reconocimiento es la innovación constante que se implanta en el caserío Iztueta.
-Nuestra idea es aunar tradición con innovación. Si no inviertes e innovas, si un día te quedas parado, das un paso atrás. El pasado año pusimos un robot de ordeño muy avanzado que nos facilita mucho el control de todo el establo, tenemos una depuradora biológica... Lo importante es saber dónde se invierte, porque luego hay que amortizarlo. En este sentido, en nuestros viajes por Europa hemos comprobado que hay países como Reino Unido, Italia, Alemania, Francia y Austria que están más avanzados. Nuestra actitud es mantener la relación con los productores con quienes tenemos contacto en esos países, ver lo que hacen y una de dos, o traerlo a tu explotación tal cual, o ver de qué manera puedes tú adaptar esa innovación a tu negocio. Lo mismo ocurre con los productos, que los estudiamos mucho antes de lanzarlos al mercado como ha ocurrido con los yogures cremosos y los helados que elaboramos.
También organizan jornadas de puertas abiertas y visitas guiadas. ¿Es necesario enseñar a la sociedad qué es un caserío?
-Hace 40 años casi todos lo sabían, pero eso se ha ido perdiendo y hoy los niños no saben de dónde sale la leche que beben. Es imprescindible y básico tener esas nociones, todo el mundo debería tenerlas y por eso queremos tender puentes entre los baserritarras y la sociedad para que sea consciente de que no es lo mismo comer un producto de aquí que otro que viene de no sabemos dónde. Estamos perdiendo esa producción cercana y debemos recuperarla si queremos mantener los caseríos vivos y que perduren en el tiempo.
¿Qué futuro tiene la actividad agroganadera vasca?
-El sector de la población que quiere productos locales de confianza es cada vez mayor, y ahí tenemos un mercado. También veo un filón muy importante en los comedores escolares y de empresa. Si todos los niños que utilizan este servicio comieran productos de aquí, se crearían muchos puestos de trabajo en el primer sector. Necesitamos políticas encaminadas a potenciar este tipo de iniciativas, pero al final es la pescadilla que se come la cola, porque si tenemos dificultades para vender nuestro producto, quién se va a animar a apostar por esta actividad, y viceversa. Vivir del caserío es posible, pero necesitamos políticas que lo apoyen.