Aunque de forma oficial Casa Munoa nació en 1935, hay facturas que datan de 1932. Está, en consecuencia, de enhorabuena, ya que no son tantos los negocios, más si son de carácter artesano, que llegan a cumplir los 90 años. Casi un siglo mimando el diseño en la joyería.

 Solo con acceder al local situado en el número 28 de la calle Aldamar, esquina con General Jauregi, el visitante se da cuenta de que se halla en un establecimiento en el que el detalle es parte de su ADN.

El abuelo de Claudio Munoa, del mismo nombre, y su tío Ricardo fueron quienes pusieron en marcha el negocio familiar. “Eran joyeros y trabajaban en una joyería muy famosa, la de Pablo Beiner, que era proveedor de la Real Casa”, donde la amona de Claudio, Purificación Roiz, “enfilaba los collares de perlas”.

Cuando el negocio se fue al traste, una vez Pablo Beiner pasó el relevo a su hijo, los Munoa, a inicios de la década de 1930, comenzaron su andadura en el Boulevard con “una pequeña tienda, un taller y un laboratorio donde preparaban metales para joyería y también para dentistas y cirujanos”. 

En torno a 1958 el local que ocupaba el negocio se puso en alquiler y los hermanos Munoa, junto a “la abuela Pura”, a la que el actual titular del negocio define como una mujer “de un gusto exquisito”, se trasladaron a la calle Aldamar.

Fue ya en esta localización cuando Rafael Munoa, hijo de Claudio y Pura, tomó las riendas de la joyería, dándole a las piezas que salían de sus talleres “un aire mucho más artístico”. No podía ser menos, al ser Rafael Munoa un hombre de gran cultura formado en Bellas Artes, Premio Nacional de Ilustración, ilustrador de libros y en La Codorniz... 

Entonces se incorporaron al taller dos excelentes joyeros, César y Chuchy Ortega, dando inicio a una etapa que, a día de hoy, respetando las esencias, lidera Claudio Munoa (nieto) con su marido Gonzalo. 

Pero fue en cierta manera Rafael Munoa quien dio un giro a las creaciones de Casa Munoa, donde ya se elaboraban piezas de “alta calidad y de mucho gusto”, atreviéndose a abrir sus puertas “a las corrientes artísticas del momento”.

Y llegó el torrente de color, de formas. Broches con grandes aves, pulseras de pantera... Una propuesta que fue acogida con un “éxito fabuloso” en la Donostia de la mitad del siglo XX. En aquella época la ciudad acogía “muchas fiestas” y el verano “duraba cuatro meses”.

La clientela cultivada por los precursores del negocio estaba más vinculada a los negocios y la industria, y Rafael puso la impronta que sigue caracterizando las reconocibles piezas de Munoa: el cuidadoso diseño.

Hace ya 25 años que Claudio Munoa tomó el relevo y, siendo consciente de que “la sociedad había cambiado”, decidió adaptarse a la nueva realidad “sin dejar de ser Munoa”.

“La competencia es buena y estricta y no se puede hacer lo mismo que otros. Yo cambié para ser igual, algo que es difícil, porque hay que idear una propuesta que guarde el mismo estilo pero sea diferente”, añade.

Un toque diferente

Atrás quedan “las piezas enormes y exóticas”, aunque el cuidado del detalle se mantiene. “La gente sigue viniendo aquí porque busca algo diferente, algo especial. Si buscan algo más standard, aquí no lo va a encontrar”, añade. En Casa Munoa se abren dos posibilidades a la clientela: adquirir las piezas que están en la tienda o encargarlas, opción esta muy demandada. Y a la hora de atender los encargos, Claudio se pertrecha en su estudio y diseña, define y comparte. 

Pero, además de las joyas “de encargo”, en Munoa se llevan a cabo “muchas transformaciones” de piezas con diseños “obsoletos” a las que se “da una vuelta” para traerlas a la actualidad. “Lo del reciclaje no es nada nuevo para nosotros. Los joyeros reciclamos absolutamente todo. El Kilómetro Cero y el reciclaje lo tenemos totalmente sabido”, añade. 

Cuando la pieza se realiza por encargo, la clientela tiene que tener claro de qué estilo quiere que sea la joya: “Más vestida o más de sport”. Después se trabaja de forma conjunta en la elección de colores y gemas, siempre “teniendo clara la idea del presupuesto”. El siguiente paso es la realización “de un boceto o un diseño a pincel”, previo a la elaboración.

Si las posibilidades de diseño son diversas, también lo es el abanico de precios. “En la tienda tenemos sortijas muy sencillas que pueden costar 140 euros, pero también te podemos diseñar un solitario de 35.000 euros”.

¿La gente joven se anima con las joyas? Pues parece que sí. “En los últimos años se ha visto que cada vez se regalan más anillos de compromiso. Vienen chicos con mucho cariño a pensar cómo hacer este anillo. Trabajar con los chavales en el diseño de la sortija de pedida es muy bonito, porque hay que ilustrarles sobre los tipos de piedra, los quilates, etc.”, apunta. La procedencia de la clientela de Munoa es variada, aunque predominan los y las donostiarras, seguidos de los guipuzcoanos y los españoles. “Tenemos muchos clientes del extranjero, sobre todo americanos. Venían mucho japoneses, pero con el covid es un mercado que ha bajado”, explica. “Enviamos piezas a EE.UU y les gusta mucho el diseño y la artesanía”, incide.

Su tarjeta de presentación principal son las redes sociales y “el boca a boca” cuando el mercado es más próximo. Y ocurren coincidencias, como la de que el artesano se reencuentre con su obra. A Claudio Munoa le ha pasado en ocasiones en algún evento ver una persona con alguna de sus piezas. “Me hace mucha ilusión”, incide el joyero, que tiene claro que lo que vale es lo atemporal, que una sortija “que es bonita ahora lo sea siempre”. “Las piezas de Munoa tienen que ser bonitas toda la vida”, concluye este artesano que ve con preocupación que “como en muchos otros sectores, se está perdiendo el oficio. No se ha sabido prestigiar los oficios artesanos de calidad, que también distinguen a las ciudades”.