La semana pasada un nombre ligado a la buena piel dejaba el centro donostiarra. Cierra Loewe, que inauguró en 1948 su exclusiva boutique frente a La Concha, entre los número 2 y 3 de la calle Miramar, y que desde principios del siglo XXI se hallaba frente al Buen Pastor, esquina con Fuenterrabía. Era la tercera tienda que la firma española creada en 1846 abría, tras las de Madrid y Barcelona. Una selecta clientela local y provincial, junto a la internacional, y más en época de festival de cine, la frecuentaron. De hecho, hay una foto en blanco y negro de 1950 en la que se ve a los duques de Windsor salir de la boutique.

La que siempre se ha considerado una de las ciudades más bellas y elegantes, con hombres y mujeres bien vestidos y un comercio bandera, ha ido viendo cómo esos establecimientos de primera gama desaparecían. MaxMara, la marca italiana de prêt-à-porter de alto nivel, tuvo una tienda hace unos años en la calle San Martín que lamentablemente no duró mucho. En el terreno de la multimarca, Auzmendi clausuró su boutique de hombre en 2014, la del número 11 de la avenida de la Libertad; en la misma acera en la que se hallaba el mítico Ramón Hernández. “La globalización llegó tarde a esta ciudad, pero con mucha fuerza. El buen comercio ha caído como un castillo de naipes”, me cuenta Paul Auzmendi, el último resistente, a cargo de la mejor multimarca donostiarra.

Sobre el agur de Ramón Hernández se redactaron artículos hace algo más de un lustro, cuando se vieron obligados a cerrar al no tener relevo al frente de una tienda que aguantó nueve décadas, llegando a tener sucursal en Madrid. Sus escaparates eran un deleite para la vista por la variedad y calidad; los de quienes llegaron a confeccionar prendas para altas personalidades del Estado. Como recordaba Maite Ruiz-Atela, en la década de los cuarenta se hacían “desfiles de marcas en su establecimiento, que contaba además con taller de confección”; el que levantó “un comerciante que supo “reinventar la moda de lujo” a lo largo de los años”.

En este enclave que hasta frecuentaran reinas, Cristóbal de Balenciaga, el más grande de todos los modistos, abrió su casa en 1917, en la calle Bergara número 2, muy cerca del María Cristina, el gran hotel de lujo de Euskadi, uno de los pocos reductos de la excelencia aún hoy, donde la moda y los complementos de primer nivel están presentes con las vitrinas de Goyard y Rolex, entre otras.

San Sebastián lo tiene todo, aunque cuenta con un competidor no muy lejos llamado Biarritz. A solo 50 kilómetros del Boulevard están las boutiques de Hermès -abierta en 1927- y Goyard -solo en temporada alta-, aparte de un buen puñado de multimarcas de lujo. A pesar de que la clientela internacional del otro lado de la ya inexistente muga llegue en gran número aquí, no arriba en busca de un shopping de alta gama. “Olvídate, lo que la gente viene buscando es nuestra gastronomía, beber y comer buenos pintxos”, me decía alguien con buen criterio, cuando le transmitía mi inquietud.

Si en otros tiempos, ya lejanos, en la avenida y otros lugares de gran turismo se instalaban tiendas fetén en época veraniega, ¿por qué no repetir esa experiencia? Hoy en día muchas marcas optan por pop up stores -establecimientos efímeros, abiertos varias semanas o meses- en lugares veraniegos. Chanel lo hace desde hace años en Saint-Tropez, Loewe en Ibiza y Dior se ha estrenado este verano en Mykonos. Las de aquí podrían permanecer abiertas desde mediados de junio hasta finales de septiembre, lo que cubriría la semana del Festival de Cine.

“Que existe Internet, con tiendas on line de las firmas que quieras abiertas las 24 horas del día. Si hasta Zara y Mango están cerrando locales”, argumenta la misma persona de buen criterio. Sea como fuere, el hecho de que clausuren una boutique prestigiosa, como ha ocurrido esta semana con Loewe, que ha aportado solera, categoría y ofrecido buen género, es una lástima, a lo que por supuesto se le añade el hecho de que desaparecen puestos de trabajo.

Reconozco que las calidades no son las mismas que las de antaño, hasta en el lujo, y que las prioridades cambiaron. Más que tener un buen bolso, como lo hacían nuestras abuelas, se prefiere tener varios de temporada, aunque estén fabricados en China. Internet y sus experiencias ligadas enganchan cada vez más a las nuevas y no tan nuevas generaciones, apostando por ese universo virtual al antes referido, y no solo en el campo de la moda y los complementos.

¿Qué ocurrirá con el resto de tiendas físicas? Habrán de adaptarse, colaborar entre ellas, reforzando servicios como propuestas? si no quieren morir. Y no preciosamente de éxito.Periodista especializado en moda y calidad abrahamdeamezaga.com