donostia - Una mirada a Gros y Ulia es el título de la publicación editada por el profesor Mikel Ubillos, que destaca por recopilar cientos de edificios y establecimientos de toda clase que poblaron ambos barrios de Donostia en la primera mitad del siglo XX. Ubillos ha tardado cuatro años en llevar a cabo este detallado trabajo, en el que deja constancia de cerca de 300 negocios relacionados con la automoción, desde talleres hasta tiendas, así como fábricas de alimentación, innumerables comercios, edificios urbanos y caseríos, entre muchas otras realidades que dieron vida y trabajo a Gros y Ulia.

¿Qué ha querido hacer con este libro?

- He querido dar valor a la gente que ha vivido y trabajado en Gros y Ulia durante la primera mitad del siglo pasado. En principio, me parecía bonito estudiar cuándo se habían construido los edificios, qué había antes y qué había habido después. A partir de 1950 hay muchísima información y me he limitado a la primera mitad del siglo. Cuando me jubile escribiré la segunda parte.

Pero ha contabilizado un sinfín de negocios.

- Sí y todos ellos obedecen a datos oficiales que he encontrado. He querido ser muy riguroso y he intentado dar fuerza a los habitantes y personas que han trabajado en Gros y Ulia. Que se sientan protagonistas de su historia porque son ellos los que han hecho el barrio.

¿Cuál es el objetivo principal de la publicación?

-El interés, fundamental para mí, es la defensa del patrimonio.

¿Qué opina entonces del probable derribo de Miracruz 19?

-No me gusta mucho. Ese era el solar denominado X y ahí se vendió el champán Mons, que se hacía en Intxaurrondo durante la primera guerra mundial. Es un edificio emblemático de Gros, un hito del barrio, una referencia visual. Además, el arquitecto Adolfo Morales de los Ríos es el mismo que hizo la casa consistorial y si le quitas uno de los dos edificios que hay en Donostia... El proceso urbanístico cambia el barrio, pero hay cosas que están en la conciencia de la gente y hay que respetarla. Ya se tiró el Kursaal, la plaza de toros también, pero se construyó la nueva zona del Txofre. Ahora, tenemos una ciudad preciosa y Gros cada vez está más bonito, es realmente el centro de la ciudad, pero hay que cuidarlo.

Gros ha pasado de ser el polígono industrial de la ciudad a zona de moda. ¿Qué le parece?

-Cuando se construye Gros surgen fábricas y villas mirando al mar desde el paseo de Colón. Las fábricas eran muchas. Estaba la fábrica de chocolates Louit y cerca había una fundición, una fábrica de ceras, la cervecería Kutz, la fábrica de fideos para sopa Batanero, familia que luego se han dedicado a las motos. Y había casi 300 negocios relacionados con la automoción, entre talleres y tiendas. Luego se construyeron más casas entre las fábricas y las villas. En los años 1920 se hizo un plan de desarrollo del barrio y fueron surgiendo tiendas y desapareciendo otras. En el libro, por ejemplo, cito la cuchillería Hernández, en la plaza de Biteri, pero para cuando sale el libro ya ha desaparecido.

¿Cómo ve el futuro?

-Ahora, Gros se está encaminado más a lo relacionado con el mar. Hay muchos locales de surf y muchos bares, como en la calle Zabaleta. Se han arreglado las construcciones y se han puesto bonitas. Hay algunas rehabilitaciones que han quedado de maravilla y el barrio luce como un centro histórico. Mi mensaje es que hay que cuidar el patrimonio. Tenemos que tener mucho cuidado por nosotros y por el turismo también.

¿Qué tienen de especial Gros y Ulia para que los haya seleccionado?

-Aunque yo soy de la Parte Vieja, he estado muy ligado a Gros. Las primas de mi madre tenían la ferretería Alvarez -donde está sacada la fotografía de esta entrevista-, una tía mía trabajaba en Usandizaga en la tienda de juguetes, en el bar Oriental trabajaba el abuelo de unas primas y veníamos mucho Gros. Son recuerdos de la infancia. Cuando entrábamos por el puente de Santa Catalina teníamos a Michelin y en la calle Ronda encontrábamos el buzo de Romero. Mi bisabuelo hizo las vías del tranvía a Ulia... Pero, por otra parte, Gros tiene mucho que ver. Por ejemplo, tiene la curiosidad de contar con 51 esculturas de leones repartidas por sus inmuebles y propongo como juego buscarlos por las calles. Los hay en el puente de Santa Catalina, en Usandizaga, en Carquizano, en paseo de Colón, Peña y Goñi, Miracruz... Cuando vamos por las calles miramos hacia abajo y hay que mirar hacia arriba porque hay cosas muy bonitas. No sé por qué hay tantos leones en Gros, pero los hay. Y por eso he denominado a Gros el barrio de los leones en el libro.

¿Y por qué Ulia es el barrio “del buen agua”?

-Cuando Donostia llega a los 10.000 habitantes en 1848 el agua se traía desde Morlans pero no era suficiente y buscan más arriba, en Bidebieta, cerca del caserío Moneda. Se crea el depósito de Soroborda. Se genera más agua y hay más habitantes. Luego encuentran más agua en la Fuente de los Ingleses y hacen los dos acueductos de Ulia, además del depósito mayor de Buskando. Hasta que el Ayuntamiento decide construir la presa de Artikutza, Ulia ha sido el manantial de agua de San Sebastián. Ulia era una zona rural para los caseros y pasó a usarse de cantera. Creo que Ulia es una asignatura pendiente. Todavía no se ha hecho la gran apuesta por Ulia.

Pero en su momento tuvo un parque de atracciones.

-Sí, se hizo el tren y el parque de atracciones pero entró en competencia con los parques de Martutene e Igeldo y decayó. Como curiosidad, en el libro también recuerdo que en donde está ahora la iglesia de Pío X (Ategorrieta esquina Marino Tabuyo) hubo un parque de atracciones americano. Como había uno arriba en Ulia, había otro abajo. Y al lado estaban los primeros campos de tenis, cerca del actual convento. El parque americano cerró tras dos años y se hizo el convento.

¿Cuántos frontones hubo en Gros?

-El Trinquete de Ategorrieta, el Jai Alai, de la calle Nueva, el Urumea, junto al río, y el frontón Gros, en Gran Vía /Zurriola. El Moderno estaba en Egia. Era un barrio efervescente en la primera mitad del siglo XX y estaba muy relacionado con el centro; se ve que las construcciones de la época son muy buenas. Por ejemplo, hubo un intento de hacer arcadas junto a la iglesia de san Ignacio en Padre Larroca, algo parecido al Buen Pastor, pero no hubo dinero para terminarlo.

Se ha editado usted el libro. ¿Cómo lo va a difundir?

-En principio lo voy a vender en dos bares: en el bar Bart, de la calle Usandizaga, y en Gure Etxea, frente a la casa de cultura de Oquendo, en la calle Secundino Esnaola. Luego ya veremos. Si se acaban iré haciendo más. Mi i ntención no es comercial, sino dejar hecho un trabajo. Estará también en las bibliotecas.

Usted es geógrafo y fue también concejal de EA en el Ayuntamiento de Donostia.

-Sí, en la legislatura de 2003 a 2007. Cuando dejé de ser concejal estaba trabajando en Bilbao en un consorcio público. Cuando entraron los socialistas al Gobierno no me mantuvieron la confianza. Durante un año fui al paro. Estuve apuntado en Educación pero tenía pocos puntos y solo me contrataban quince días. Y este libro fue una terapia. No tenía nada que hacer porque para estar en la enseñanza privada había que saber inglés y para la pública no llegaba a la puntuación. ¿Qué hago? Pues coger lo positivo. Meter muchas horas. He mirado 5.000 documentos. Voy cada día al archivo municipal y recopilo datos. Los edificios y villas, por ejemplo, tienen nombres diferentes que van cambiando. Hay que ir descubriendo e ir concretando. Cuando por fin doy con algo exacto es un día feliz. Y me pasé un año recopilando datos.

¿Dejó la política?

-No sigo en la política. Era de un sector de EA, Hamaikabat, que se disolvió y ahora me dedico al trabajo en la enseñanza. Estar en política a veces no es bueno. Cuando eres concejal y estás solo cuatro años, no da tiempo para mucho, y a nivel laboral no es positivo porque has estado cuatro años fuera del mercado laboral. El trabajo con el libro me ha servido después de dejar la política. Escribirlo fue una terapia maravillosa para estar positivo en la vida.

¿Tuvo un aterrizaje difícil entonces en el mundo laboral tras su paso por el Ayuntamiento?

-Sí, pero saqué oposiciones y estoy muy a gusto. Estoy en el instituto de Altza, que está muy bien, y hay un ambiente muy bueno. Los alumnos están también entusiasmados por que haya hecho este libro.

¿Cómo empezó con la idea de hacer este libro?

-La directora de la casa de cultura de Oquendo, Susana Bustero, me ofreció dar una charla sobre el barrio en 2012 y empecé a recopilar datos. Fueron un centenar de personas y me sirvió para arrancar con el libro. Además, quiero recomendar otros libros dedicados a estos barrios como Puertas Coloradas, de Pablo Muñoz, A las 10 en casa, de Javier Postigo, y todos los de Fermín Muñoz, un maestro.

¿Cómo ve ahora su barrio, la Parte Vieja?

-Cuando era joven, a la tamborrada íbamos solo los del barrio; en Santo Tomás había horas en las que estábamos solos. El turismo llena la Parte Vieja de extranjeros y se puede llegar a un nivel en el que lo que era bonito y agradable se puede convertir en desagradable. Se dan elementos que nos dicen “cuidado”. Tenemos suerte de que la población se mantiene desde hace veinte años, pero hay que cuidar el turismo, que el que que venga esté a gusto, que no se desborde. El que vive ahora en la Parte Vieja no está tan a gusto como hace veinte años, aunque había otros problemas.