"Con la primavera los jardines se ponen exultantes pero, sobre todo, es temporada de arbusto en flor"
A sus 68 años, Elena de la Peña continúa al mando de su floristería, situada en la calle Hernani. Abierta en 1878, Villa María Luisa ha visto pasar cantidad de primaveras, miles de ramos y decenas de modas, siempre dispuesta a ayudar a los donostiarras en ese pequeño gran detalle
donostia. Villa María Luisa lleva 133 años llenando casas ricas y pobres de hojas y pétalos, de aromas, promesas y deseos de cónyuges, amantes o amigos. Su fundador, Pierre Ducasse y Perés, creó la empresa tras convertirse en el primer jardinero municipal de Donostia y diseñar los jardines más relevantes de la ciudad como la propia plaza Gipuzkoa, Cristina Enea, el Palacio de Miramar o los arbolados de Alderdi Eder y La Concha. Cinco generaciones después, Elena de la Peña se encarga de continuar con el legado familiar, en la floristería que desde 1922 permanece en la calle Hernani, manteniendo vivo, así, este pequeño invernadero de época. Un verdadero oasis en mitad de la urbe, capaz de teletransportar a sus visitantes a mediados del siglo XX en un abrir y cerrar de ojos.
Con la primavera, ¿las flores llegan en tropel?
Sí, es que se pone todo exultante. Ahora es temporada, sobre todo, del arbusto, que está en flor tan solo 15 o 20 días al año. Y también de los narcisos trompeta.
¿Qué implica regalar una flor?
Normalmente se regalan a alguien que quieres, aprecias o agradeces un favor que te ha hecho. También pueden hacerse porque te haya venido un recuerdo, por ejemplo, de una familia íntima de la tuya. Pero yo tengo muchos clientes que son empresas y que las mandan a todo tipo de eventos: empleados que dan a luz, una jubilación, los enterramientos... desde que se nace hasta que se muere, hay flores.
¿Porqué tienen ese significado de cariño y respeto?
Porque son algo sublime. Son la cosa más etérea y efímera que existe. No hay nada más perecedero que una flor, pero es una maravilla igualmente.
¿También se las mandan a usted, aun siendo florista?
Sí, un par de veces me las han mandado a la tienda. También me las regalan los proveedores y me siguen haciendo muchísima ilusión.
¿Considera este trabajo más bonito que muchos otros?
Sin duda alguna, por eso estoy aquí a mi edad y no en otro sitio. Me encanta. Además, cada día me gustan más, porque soy más sensible a ellas. Ahora aprecio mucho más la naturaleza. Tal vez sea la edad.
Pero su profesión habrá cambiado mucho en estos años.
Ahora tengo unas manos decentes, porque antiguamente se trabajaba con helechos y no con esponjas. Se ha adelantado mucho. Además, hay posibilidad de conseguir muchas más variedades durante todo el año.
¿Y el cliente?
No es como antes, con la poesía y todo eso. No es que ya no nos gusten las flores, es que la gente no tiene tiempo. Ni siquiera con las tarjetas. Te llaman por teléfono desde el trabajo, te dicen lo que quieren mandar y en la tarjeta, ponen lo de siempre. Así se pierde parte del encanto.
¿Los jóvenes siguen cortejando con ramos?
Sin duda. Me llama la atención la cantidad de jóvenes que regalan flores, de entre 16 y 20 años. Me emocionan, porque esos sí que se pasan dos horas para escribir la tarjeta.
¿Y ellas las aprecian de igual manera?
Si la chica es sensible, que eso se nota enseguida, entonces sí. Con otras que son más rústicas, como yo digo, a lo mejor no tiene por qué ser igual. También están esas chicas que sienten la primavera pero no compran flores.
Este oficio es mucho más que hacer ramilletes.
Tampoco es solo regar flores, aunque mantenemos plantas de empresas. Lo bonito son nuestras manos: transformar esa misma flor, hacer un ramo para una pedida, una maternidad o un centro de mesa. A mí lo que me gusta son los retos. Domino bastante bien los grandes volúmenes y, por eso, cada quince días cambio el escaparate.
¿La rosa sigue siendo la flor por excelencia?
Es la que la gente más valora. Con ella siempre sabemos que acertamos. La rosa es rosa. Y ahora hay una maravilla de colores y variedades.
¿Pasará de moda?
Nunca, jamás. Mal asunto entonces, porque si no se perdería algo maravilloso.
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