EL viernes terminaron las obras de restauración del reloj más alto de Gros, el de la torre de la parroquia de San Ignacio de Loiola. Un trabajo laborioso que combina un oficio muy antiguo con la tecnología más moderna.

La parroquia, construida en 1897 y situada frente a la plaza Cataluña, no fue diseñada tal y como se la conoce en estos días. En un comienzo fue construida sin la torre que la caracteriza hoy en día. Tampoco tenía reloj, motivo por el que en 1900 los vecinos de Gros se dirigieron al Ayuntamiento de Donostia: "Sintiéndose la suma falta de un reloj público en este radio, como se viene observando por todos los vecinos, las fábricas y talleres que existen en esta localidad, los suscribientes ruegan a V.E. tenga a bien ordenar la colocación de dicho reloj en la fachada parroquial de San Ignacio, que, a no dudar, reportará un gran beneficio al público por muchos conceptos".

Lo que ocurrió entonces es de sobra conocido, ya que a día de hoy todavía se pueden ver pasar las horas por él. Éstas y otras curiosidades, pueden leerse en la obra Parroquia San Ignacio de Loyola, escrita por Félix Elejalde, en 1997 con motivo del centenario del templo. Esta obra también recoge que la construcción de la torre, en 1928, es una más de las generosidades que el Duque de Mandas tuvo con Donostia.

El reloj es parte imprescindible de esa torre. Por eso, poco importa que el actual sea el tercer reloj y que fuese instalado en 1983. Un sólo mecanismo pone en funcionamiento las dos agujas de cada esfera (una en cada cara de la torre).

"Son cuatro esferas que están a mucha altura, por lo que le azota el viento y el salitre", explica Antonio García, gerente de Tecnikronos. Esta empresa es la encargada del mantenimiento de todos los relojes de torre de Donostia y decidió restaurar el de la parroquia de Gros "por motivos de seguridad". El desgaste y el mar habían oxidado tanto los soportes de las esferas, como las agujas y los casquillos que las sujetan.

"Hace quince días desmontamos las esferas que están formadas por gajos (uno por cada número) y vino el herrero para sustituir las piezas oxidadas", relata García. Según dice desarmar es el trabajo más costoso, debido al riesgo de que las piezas caigan. Además, esa inseguridad se acentúa al tener que trabajar desde el interior de la torre, y no por fuera como cabría pensar en un principio.

"También hemos cambiado las minuterías", asegura el gerente. Comenta que son movidas mediante impulsos emitidos por el receptor electrónico, conectado "vía radio a la emisora France Inter, cercana a París" y no a Alemania, como lo estaba en un principio.

"Yo creo que durará, como mínimo, otros 30 años", afirma jocoso García. Y es que, como relojero, él sabe bien lo que se dice de las horas: "Todas hieren, la última mata".