"Vino a Gipuzkoa a hacer la mili, le tocó la lotería y con 500 pesetas compró el local en la esquina de Narrika con Puyuelo". Es el inicio de la historia de Joaquín Álvarez Cabezas, un leonés que abrió en Donostia la Droguería y Perfumería Álvarez hace más de 120 años, ésa con la fachada amarilla en la que, hoy en día, la cuarta generación de la familia sigue vendiendo bolsos y maletas, aunque conserva las letras que la identifican como Droguería y Perfumería.

La historiadora donostiarra Lola Horcajo cuenta emocionada la anécdota. Es una de las 34 historias que han rescatado del otro lado del mostrador para publicar el libro Comercios Donostiarras Centenarios, el segundo volumen en papel de la iniciativa que comenzaron ella, Juanjo Fernández Beobide y Carlos Blasco en Internet para registrar el pasado y la historia de centenares de comercios y, a través de ellos, los de la ciudad y sus gentes. Tras recuperar la memoria de las pastelerías con nombre propio de Donostia, en este segundo volumen relatan la evolución de 34 comercios que siguen abiertos después de 100 cumpleaños.

Horcajo explica que el libro ha sido posible gracias a los testimonios y fotografías facilitados por los responsables actuales de establecimientos como El Andorrano, la Mercería Francesa, la floristería Villa María Luisa, la Casa del Artista o la Esperanza. La mayoría son la tercera o cuarta generación (en algunos casos, incluso quinta) de una familia que emprendió su negocio a finales del siglo XIX, en la época en la que, derribadas las murallas, se construyó el ensanche de la ciudad y, con él, sus comercios para un nuevo siglo. Desde el interior del escaparate han sido testigos de la evolución de sus clientes y, en general, de toda Donostia.

"Hay una foto increíble de El Andorrano", señala Horcajo. La imagen (reproducida en la siguiente página) data de alrededor de 1870 y muestra el inmueble en el que, hoy en día, sigue trabajando El Andorrano, en la esquina entre Garibay y Peñaflorida: a la derecha de la imagen se extiende un gran solar en el que todavía está sin levantar el bloque que alberga la Diputación y Kutxa y, detrás, aún no se ha construido la plaza de Gipuzkoa.

El Andorrano, igual que otras casas de sastres y boutiques posteriores, empezó confeccionando las prendas a medida para sus clientes y adaptando sus productos al gusto de los veraneantes aristócratas y el turismo regio que, a principios del siglo pasado, atraía Donostia. "Hacían las prendas a medida, muchos iban a París a ver la moda francesa y después copiaban el estilo aquí", resume Horcajo.

la guerra

Primera impresión del "Marca"

Aunque, además de almacenes de ropa y camiserías, fueron establecimientos de todo tipo los que fueron llenando los locales del ensanche donostiarra a medida que se construía. Siguen abiertas algunas ferreterías, zapaterías o tiendas de música como Erviti, aunque no sin sobresaltos. Tras la Belle Époque, al igual que los donostiarras, sus establecimientos también sufrieron la guerra y muchos fueron incautados. Uno de ellos fue el establecimiento de muebles de la familia Eceiza, una casa fundada en 1868 y en cuya sede los sublevados instalaron una rotativa en la que se imprimieron los primeros números del diario Marca. La familia recuperó después su local en la calle Elkano.

La ropa, los muebles o el calzado fueron adaptándose a las nuevas modas pero unos de los establecimientos que mayores cambios han sufrido en sus más de 130 años de historia son las farmacias. El libro recoge el testimonio de Vidaur/Navarro e Imaz Casadevante, en la esquina de Hernani con Peñaflorida y en el siguiente bloque de la misma calle Hernani, ambas inauguradas en la década de 1870.

"En aquella época fabricaban los medicamentos mezclando plantas medicinales, productos químicos, aceites, sebos... que se guardaban en la colección de tarros de porcelana", describe el libro. Hasta 1990 la farmacia Imaz conservó "una impresionante copa de cristal con sanguijuelas" que se utilizaban en las antiguamente habituales sangrías a las que recurrían, entre otros, pelotaris profesionales para mejorar el estado de sus manos.

El célebre paisajista de Baiona Pierre Ducasse, autor de jardines emblemáticos de la ciudad como el de Cristina Enea o el Palacio de Aiete, fue también a finales del siglo XIX el fundador de la floristería más veterana de la ciudad, Villa María Luisa, inaugurada en Ategorrieta en torno a 1878. La quinta generación de la familia regenta un renovado establecimiento en la calle Hernani.

El negrito Panchito, por su parte, no ha tenido herederos, pero lleva también cien años asomado a las calles del Centro de Donostia. La figura que ha vuelto a asomarse a la esquina de la plaza Gipuzkoa hace sólo unos años es testigo de la historia de Casa Paulista: los hermanos Eguía instalaron en su tienda de ultramarinos (especializada en café) de la calle Garibay esta figura que llegó en 1910 desde Sao Paulo (Brasil), de ahí el nombre de la firma.

El negocio continuó en manos de varios socios hasta que el local de la calle Garibay se tuvo que vender y la actividad se trasladó al Polígono 27. "Seguramente ante la insistencia de Panchito", sus actuales responsables reinventaron el negocio y regresaron al Centro, a su ubicación actual, con un nuevo concepto de tienda "y la moderna idea del take away", señalan los historiadores.

aprovechar el momento

Testimonios directos

Algunos han reinventado y adaptado su negocio, otros han cambiado de ubicación pero las 34 firmas recogidas en Comercios Donostiarras Centenarios han sabido sobrevivir a un siglo más que convulso. Otras más han cerrado sus puertas recientemente. De ahí que Horcajo insista en lo importante que es reunir, ahora que todavía es posible y antes de que desaparezcan, los testimonios directos del pasado de los comercios donostiarras, para conocer, también, la historia de la ciudad.

La historiadora insiste en que hay muchas señoras de 80 o incluso 90 años que todavía pueden contar cómo han mantenido sus negocios y cómo, todavía hoy, visitan las instalaciones que ahora regentan sus descendientes. Es el caso de Clara Carrión, que en los años 40 tomó las riendas de la Boutique Cristina, fundada en 1898 por la familia de su marido. Ella trajo el prêt a porter a la tienda, en los 60 su hija Cristina la volvió a modernizar y hoy en día sus nietas Clara y Regina llevan el negocio. "A sus 90 años, Clara Carrión visita a sus nietas todos los días, la tienda es parte de su vida", cuenta Horcajo, fascinada por las historias que ha escuchado de esta mujer.

Sus palabras, junto con las de otras 33 familias, son las que han compuesto el libro Comercios Donostiarras Centenarios. Al igual que el volumen anterior, también éste está ya a disposición del público en las librerías donostiarras, a quienes Horcajo agradece su labor de difusión. Entre todas, incluso hay una que ha celebrado su 100 cumpleaños: la librería Rivero.