Firmes ante el cuartel
Para muchos loiolatarras entrados en años, el cuartel que siguen viendo a diario desde sus casas es el lugar en el que cumplieron y vieron cumplir a otros el servicio militar obligatorio. Sus historias de la mili siguen vivas en las charlas del poteo diario.
En la margen derecha y a unos dos kilómetros de la llegada al mar del río Urumea se acumulan muchos recuerdos para una gran parte de la población masculina donostiarra mayor de 45 años. El octogenario cuartel del barrio de Loiola, altivo, continúa en marcha a día de hoy, a pesar de que una pequeña leyenda urbana lleve años amenazando con tirarlo abajo. Las conversaciones cotidianas durante el poteo de los jubilados loiolatarras mantienen vivos los recuerdos e historias del viejo edificio militar.
"Tengo muy buenos recuerdos de la mili en este cuartel. El barrio estaba muy animado y se movía mucho dinero", recuerda un soldado raso, ahora convertido en jubilado de 84 años, llamado Luis García. Rememora su labor en el juzgado militar, cuando contaba 60 años menos y tenía toda una vida por delante. Hoy, reconoce que le da pena que alguien quiera derruirlo.
Pero lo cierto es que no muchos comparten la opinión de Luis. La gran mayoría de los loiolatarras están de acuerdo en que este edificio construido en 1926 ya no tiene razón de ser. "Ojalá lo tiren. Que hagan lo que sea, pero algo mejor que eso", desea José Julián Ontoria, aunque reconoce que en él pasó su mili bastante bien: "Me presenté como voluntario y sólo tenía que ir por la mañana".
Un gran número de loiolatarras se ofrecieron de manera voluntaria para prestar el servicio militar obligatorio para poder asegurarse, así, quedarse cerca de casa. El que no se presentaba voluntario también tenía conocidos dentro del cuartel que se encargaban de poner en marcha un "inocente tráfico de influencias" que permitía a los chavales quedarse en el barrio.
Es lo que hizo I. S., que tuvo la suerte -o desgracia, para otros- de ser el cabo encargado de repartir la leche recogida en la granja militar de Miramon, "cuando aún valía diez pesetas el litro": "Si el espacio va a ser utilizado para hacer universidades o proyectos públicos, que tiren el cuartel, pero no si lo que buscan es especular con el terreno". Otro vecino del grupo, Iñaki Lertxundi, se atreve a puntualizar y demanda la desaparición inmediata del inmueble "para hacer casas de protección oficial para jóvenes".
Picaresca
Taquillas para los de la provincia
Elías también fue voluntario y, a sus 70 años, aún se acuerda perfectamente de la fecha de entrada, la del juramento de bandera y la de la salida de la mili. Narra, con cierta chispa aún en sus ojos, los días de conducción de camionetas sin carné, a espaldas de sus superiores: "Por mí como si tiran el cuartel ya, porque eso ya no da la vida que daba antes".
"El soldado consumía mucho", afirma Gregorio, otro soldado raso ya jubilado que prestó el servicio obligatorio entre 1973 y 1975. Recuerda que por entonces "los bares alquilaban taquillas, sobre todo a gente de la provincia, cuando aún estaba prohibido salir vestido de paisano del cuartel". El loiolatarra continúa cuestionando en voz alta por qué para lograr la cotización correspondiente a aquellos días de reclutamiento tiene que hacerse cargo uno mismo de ir a reclamarlos y concluye que "no debería existir ningún ejército, en ningún sitio".
En el grupo de vecinos el único que se atreve a meter el dedo en la llaga, a pesar de ser un tema presente desde el principio, es J. S.: "¿Qué pinta un cuartel del ejército Español aquí?" Es un joven loiolatarra que, tras reconocerse como objetor de conciencia, tuvo la suerte de coincidir con el fin de la obligatoriedad de la mili. Explica que aún recuerda a "gallegos que venían sin un duro a hacer guardias a cambio de muy poco dinero y a espaldas de los superiores": "Había mucho trapicheo".
Entre comentarios nostálgicos de la juventud y denuncias sobre las injusticias que acogió, sin darse cuenta, todos muestran cierto cariño a la época que el cuartel simbolizó en sus vidas. Y es entonces cuando Andrés Guzmán concluye la conversación con una verdad irrefutable que probó en la cena del 50 aniversario de haber salido del cuartel de Loiola: "Tanto si lo tiran como si no, lo único que es cierto es que en la cena del 25 aniversario todavía teníamos pelo".