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De cuando Donostia fue arrasada

El 31 de agosto de 1813 es recordado como uno de los días más negros de la historia de Donostia. El verano de aquel año franceses, británicos, españoles y portugueses batallaron por la ciudad. Las víctimas fueron los donostiarras.

Donostia conmemora hoy el 197 aniversario de la quema y destrucción de la ciudad vieja. La capital guipuzcoana se convirtió, por unos días, en tablero de batalla para franceses, británicos, portugueses y españoles. Los que salieron peor parados, por desgracia, fueron los donostiarras.

El asedio y la posterior quema de Donostia tienen a las guerras napoleónicas como contexto. Los franceses pisaron la península por primera vez en 1808 camino de Portugal, aliada de los británicos, acérrimos enemigos de Napoleón. Las tropas de Bonaparte se fueron haciendo con el control de las principales plazas españolas, ante lo cual el pueblo se sublevó. Los británicos, por su parte, desembarcaron en Portugal comandados por Arthur Wellesley, el que luego sería duque de Wellington. La guerra, larga y sangrienta, regresaría a suelo vasco en 1813. En junio, tropas británicas, portuguesas y españolas derrotaron a los franceses en Gasteiz. Donostia era la siguiente parada.

La ciudad había permanecido hasta entonces ajena a la guerra. Los franceses la habían tomado sin derramar una gota de sangre en marzo de 1808, y la convivencia entre galos y donostiarras había sido pacífica. La guarnición, en la época del sitio, la componían alrededor del 3.000 hombres, comandados por el general Rey. La ciudad disponía de unas sólidas aunque quizás algo descuidadas murallas, más el bastión de la Mota, encaramado en Urgull.

Tras la batalla de Gasteiz, refugiados y tropas en retirada habían comenzado a llegar a Donostia. A finales de junio aparecieron también los primeros soldados aliados. Los británicos, comandados por Thomas Graham, instalaron sus baterías en el monte Ulía, en el Chofre y en San Francisco, y tras bloquear la ciudad por tierra y mar, comenzaron a bombardearla. Los cañones consiguieron abrir una brecha en el sector de la muralla situado a orillas del Urumea, en el lugar que hoy ocupa la plazoleta denominada de La Bretxa por este motivo. El 25 de julio las tropas anglo-portuguesas lanzaron el primer asalto, pero los defensores se mantuvieron firmes y el ataque fue rechazado.

EL ASEDIO

Donostia en llamas

Agosto trajo consigo un recrudecimiento de los bombardeos. Los defensores, aislados y sin esperanza de recibir ayuda exterior, luchaban a la desesperada. Los aliados volvieron a la carga el día 31, en el mismo sector donde lo intentaran un mes antes. Los franceses volvieron a batirse con brillantez, defendiendo con ahínco la brecha abierta. Británicos y portugueses consiguieron abrirse paso hasta la cima de la misma, pero se encontraron con que los franceses habían limpiado la parte interior de la misma, creando un desnivel insalvable para los atacantes de cerca de cuatro metros. Atónitos, los asaltantes quedaron bloqueados, mientras los defensores los masacraban a placer. Las tornas cambiaron cuando, por causas que se desconocen, un polvorín francés anexo a la muralla voló por los aires. La defensa se desmoronó y, aturdidos, los franceses se retiraron hacia el castillo. A primera hora de la tarde, Donostia había caído. La brecha, según cifras del escritor Javier Sada, se había cobrado la vida de 2.500 atacantes y medio millar de defensores.

TRAS LA TOMA

El desastre y la resurrección

Los donostiarras recibieron con alborozo a los libertadores. Británicos y portugueses irrumpieron en la ciudad tras los pasos de los franceses, aunque pronto se desentendieron de ellos. La ciudad, que ya se encontraba medio en ruinas a causa de los bombardeos, estaba a punto de vivir una de las jornadas más infaustas de su historia.

Los franceses, desde la atalaya de Urgull, asistieron atónitos a la escena. Los atacantes, en vez de seguir luchando para sitiar el castillo, se habían dado al pillaje. Llegó la noche y los desmanes arreciaron. Con una soldadesca desatada, los robos, saqueos y violaciones se sucedían por doquier. Para colmo, se había originado un incendio que terminaría arrasando toda la ciudad, a excepción de la calle de la Trinidad, actual 31 de agosto.

El 8 de septiembre, exhaustos y aislados, los franceses terminaron por rendir el castillo. Los británicos, magnánimos con los enemigos, a diferencia de con los civiles, les dejaron desfilar a través de la ciudad, aún humeante. Mientras, los donostiarras más ilustres se reunían en un caserío de Zubieta. A pesar de quedar abandonados a su suerte, los donostiarras decidieron quedarse y reconstruir la ciudad. Como recuerda el dicho, Izan direlako gara, garelako izango dira.