Donostia. Es posible que la de Torrestrella sea una de las primeras ganaderías que se crean a partir de la alquimia y en pos de crear un nuevo toro. Fue el difunto Álvaro Domecq, Don Álvaro en el mundo del toro, quien empezó a jugar con los genes de los encastes con el objetivo de conseguir un toro concreto. Don Álvaro compró reses de distintas procedencias para fabricar, valga la expresión, un toro que siendo bueno para el aficionado lo fuera también para el torero. Así que juntó sangres de Núñez y de Jandilla y quizás alguna que otra cosita más que se queda guardada en la chistera del mago. La procedencia actual del hierro es Veragua y Parladé. Es curioso, pero con esos mimbres se ha construido gran parte de la cabaña brava actual. Claro que Don Álvaro empezó con esto en el 57 y entonces los públicos no permitían que desmanes genéticos crearan un toro como se crea hoy en día.
Hubo un tiempo en el que decir Torrestrella era decir bravura, presentación, movilidad e incluso un poquito de picante. Torrestrella se anunciaba en todas las ferias toristas y los aficionados salían cantando las excelencias de esos toros de mil capas, Veragua, y múltiples juegos. Los toreros no decían tanto. Algo ha debido de pasar en Los Alburejos desde que Don Álvaro no está. Al menos, los toros que vimos ayer no son los Torrestrellas que nos gustaba ver antaño. En primer lugar, ya no tienen las mismas hechuras, adiós a aquellos pechos que presentaban a un toro por delante, a aquellas culatas que aseguraban que nada de lo que hiciera el toro iba a ser cosa de poca importancia.
Sí que quedan los pelos, esas capas preciosas que hacen que cada toro parezca un cuadro en sí mismo. Poco más. Lo de ayer fue toro de cuello largo, de culatas chicas y flojo, sobre todo flojo. Mansearon, se rajaron y en ocasiones sacaron peligro sordo, del que no se ve desde el tendido pero que trae a los toreros con el alma en vilo.
Dos de los espadas que pisaron la arena no pertenecen a esa elite del toreo a la que se denomina figuras. Tanto Aguilar como Luque son toreros que aspiran a mucho, que son conocidos entre los aficionados pero no tanto entre los públicos ocasionales. Y ahí andan los dos a ver si consiguen hacerse un sitio en el toreo cómodo. Para eso, antes hay que pasar por el complicado. Y los dos estuvieron dispuestos.
Muy concretamente, Aguilar que se pasa los toros por ese sitio que convierte el aire en suspiros. Hace tiempo que no se veía a un torero pasarse los toros por la cintura como lo hace Aguilar. Y luego están las estocadas. La primera que dejó fue un auténtico manual de tauromaquia, la muleta abajo, esperar a que descubra y atacar en línea recta. Fue la faena de la oreja.
Luque anduvo valiente también. Con sus dos toros se metió entre pitones y resolvió desde ahí las embestidas haciendo correr todo el brazo que torea. Con el que cerraba se fajó de nuevo. Fue solvente y el toro lanzaba cornadas como navajas.
El Cid sorprendió al cazar a la primera a su segundo. Tuvo faena ese toro. Fueron los cuatro naturales que salieron en el centro del anillo. Cortó una oreja pese a que últimamente transmite poco.